miércoles, 2 de septiembre de 2020

León Tolstói

A ojos del infinito, todo orgullo no es más que polvo y ceniza.


“Los matrimonios felices se parecen todos; los infelices lo son cada uno a su manera”. Todos recordamos el principio, conciso y desolador, de Anna Karenina. Más triste es descubrir que quizás el autor de esta frase y la mujer que la pasó en limpio tantas veces, pensaban ambos en su propio matrimonio mientras la copiaban. Lev Tolstói (1828-1910) y su esposa, Sofia Andreevna Bers, también conocida como Sonia Tolstói (1844-1919), habrían podido ser tan felices como cualquier otra pareja y tal vez lo fueron durante algunos años, pero al final de sus vidas terminaron siendo un matrimonio devastadoramente infeliz.

Cuando se casaron, en 1862, todos los caminos parecían abiertos. Sofia era una muchachita de apenas 18 años, que había crecido en una casa rica, llena de hermanas, alegre, y había recibido la mejor educación que podía esperarse en Rusia para una mujer de buena familia del siglo XIX: francés, piano, gramática, aritmética, costura y buenos modales. Lev, en cambio, a los 34 años, era ya un hombre hecho (aunque no tan derecho), que quería dejar una torcida juventud a sus espaldas (dos fracasos universitarios, estrepitosas pérdidas en el juego, fanfarronadas de cuartel, amores prostibularios, blenorragias, una escritura ya magistral pero todavía intermitente) y sentar cabeza al fin con el más tradicional de los métodos que existen: el apaciguamiento conyugal, o mejor, una esposa que domesticara y le pusiera riendas a su índole impredecible y salvaje.

El matrimonio era también, en términos de San Pablo, un “remedio para la concupiscencia”, es decir, una cura para esa imaginación desaforada de Tolstói, que veía en cada rostro bonito de mujer la promesa inmediata de una felicidad sin límites. Sofia era ingenua y virgen, no conocía ni a los hombres ni al mundo, pero antes de la boda, Lev quiso someterla a un primer tratamiento que le corriera los velos de la inocencia. Era una condición: se casarían solamente después de que ella leyera los diarios juveniles de Tolstói, en donde estaban narradas con detalle todas sus calaveradas, todos sus sueños mesiánicos, sus angustias de insano, sus grandiosos proyectos literarios y sus mezquinas acciones de joven noble y lascivo que seduce jovencitas burguesas y embaraza muchachas campesinas.

https://www.elespectador.com/noticias/cultura/la-infelicidad-conyugal/

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