en ocasiones a fenómenos de naturaleza parapsicológica,
especialmente cuando se produce una transferencia del
paciente o una identificación más o menos inconsciente
entre médico y paciente. Yo he experimentado esto mu-
chas veces. Me impresionó especialmente el caso de un
paciente a quien libré de una depresión psicógena. Una
vez curado regresó a casa y se casó, pero la mujer no me
gustó. Cuando la vi por primera vez tuve una inquietante
sensación. Observé que no me veía con buenos ojos a
causa de mi influencia sobre su marido, que me estaba
agradecido. Sucede con frecuencia que las mujeres que no
quieren verdaderamente al marido son celosas y destruyen
sus amistades. Quieren que les pertenezca por entero,
porque precisamente ellas mismas no le pertenecen a él.
El núcleo de todos los celos es una falta de amor.
La intromisión de la mujer significó para el paciente una
carga inusitada para la cual no estaba preparado. Un año
después de la boda, bajo esta carga, cayó nuevamente en una
depresión. Yo había convenido con él —en previsión de esta
posibilidad— que me llamase inmediatamen te si notaba que se descorazonaba.
Pero se abstuvo de hacerlo no sin saberlo su mujer, quien dio poca importancia
a su mal humor. No recibí noticias suyas.
Por aquel tiempo di en B. una conferencia. Hacia la
medianoche llegué al hotel —después de la conferencia
había ido a comer con un par de amigos— y me metí en la
cama inmediatamente. Estuve sin embargo bastante rato
despierto. Hacia las dos —debía estar ya dormido— me
desperté con espanto y tuve el convencimiento de que
alguien estaba en mi habitación; me parecía como si
alguien hubiera abierto la puerta violentamente. Abrí la
luz inmediatamente, pero allí no había nadie. Pensé que
quizás alguien se había equivocado de puerta y miré en el
pasillo, reinaba el silencio más absoluto. «Qué extraño —
pensé—, alguien ha entrado en la habitación.» Entonces
intenté recordar lo pasado y me di cuenta de que me había
despertado por un sordo dolor, como si algo me hubiera
dado contra la frente y me hubiera golpeado en la parte
posterior del cráneo. Al día siguiente recibí un telegrama,
en que se me comunicaba que aquel paciente se había
suicidado. Más tarde supe que se había disparado un tiro y
que la bala se introdujo en la parte posterior del cráneo.
En este suceso se trató de un auténtico fenómeno de
sincronismo,* como no es raro observar en relación con
una situación arquetípica —en este caso la muerte. Me-
diante la relativización del tiempo y del espacio en el in-
consciente es posible que hubiera percibido algo que en la
realidad sucedía en otro lugar completamente distinto. El
inconsciente colectivo es común a todos, constituye el
fundamento de lo que en la antigüedad se definió como
«simpatía de todas las cosas». En este caso mi
inconsciente supo la situación de mi paciente. Ya la tarde
anterior me sentí extrañamente inquieto y nervioso,
contrariamente a mi modo de ser habitual.
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