viernes, 6 de noviembre de 2020

Jordi Sierra i Fabra

Un día, en Barcelona, yo tenía ya unos 17 o unos 18 años, me dijo un tipo: «Chaval, ¿quieres ser escritor?». Dije: «Sí». Y me dijo: «Pues mira, en este país nuestro, España, una de tres: padrinos, dinero o un nombre».
 ver, yo era muy tonto, me fui a casa a reflexionar. Yo siempre me iba a casa a pensar. ¿Dinero? Ni flowers, no había. ¿Padrinos? No conocía a nadie pa darme un empujón como no fuera por un barranco abajo. Pero el nombre me lo podía hacer yo. Cuidado. Era un empleado de la construcción en una empresa siniestra estudiando aparejador por la noche en una dictadura y dije: «Me haré un nombre». O era un iluso o realmente creía en mí. Si no crees en ti mismo, nadie va a creer en ti. Todo está aquí y aquí. No tienes nada más. Así que me dije: «Vale, me haré un nombre». La vida es muy sencilla. ¿Quién la complica? Nosotros. Somos demasiado complicados, pero en el fondo es sencilla.
Yo me dije: «¿Qué hago yo mejor que los demás?». Escribir. Hacía novelas, ya una cada año, así de gordas. ¿De qué sabía yo más que los demás? De música. Sabía un montón. Tenía olfato, además. Así que dije: «Voy a escribir de música». Durante dos años envié cada semana una carta de 20 folios a la semana a Radio Madrid desde Barcelona. En aquel tiempo el programa de música más importante era ‘El gran musical’. Aún no había 40 Principales. Era ‘El gran musical’. Durante dos años cada semana una carta contando historias de música. En ‘El gran musical’ había unas chicas jóvenes como yo que abrían cartas de los fans. Claro, cada semana la carta del Jordi. Primero porque era así de gorda.
Le hablaron de mi al gran jefe de ‘El gran musical’, Tomás Martín Blanco, y me hicieron delegado en Barcelona de ‘El gran musical’ de Madrid. ¿Eso qué era? Nada. De vez en cuando leían por radio un pedazo de mis cartas y ya está. Pero con esto y este morro ya iba a todas partes gratis. Discotecas y conciertos. Bueno, al cabo de un tiempo, en ‘El gran musical’ se hicieron una revista, ‘El gran musical’. Yo ya fui el corresponsal en Barcelona. Ya gané mi primer dinero escribiendo de música. Trabajo, estudio, ‘Gran musical’, la radio. Ya pasaba algo en mi vida. Y pasó. Con ‘El gran musical’, el periódico, al cabo de un año mi nombre ya estaba aquí arriba. Vino la competencia, Disco Express, me hicieron director. Con 22 años me pude enfrentar a mi padre por fin. Le dije: «Papá, dejó de trabajar y dejó de estudiar. Voy a hacer lo que me gusta, que es escribir». Iba a Nueva York, a Los Ángeles, a Roma, a Londres. Empecé a viajar con los grandes de la música rock, a estar con ellos, a entrevistarles, a irme de giras, a lo que sea. Y durante un tiempo, aparte de Disco Express, fundé ‘Popular 1’, fundé varias revistas, superé la tartamudez, tuve un programa de radio.
Vivía demasiado bien. Esto cuesta de entender. Yo quería irme al África, a Asia, a América Latina. Quería que me pasaran… Quería escribir, quería ser novelista. Tenía que sentir cosas. Y claro, yo vivía en un mundo de fábula. Todo era música, ya te digo, el Concorde, helicópteros, limusinas. Vivía de fábula. Pues casado y con dos hijos le dije a mi mujer: «Lo dejo todo para ser novelista de una vez». Y mi mujer me dijo únicamente dos palabras: «Ya comeremos». Y lo dejé todo. Lo dejé todo para hacer novelas. Si estás seguro de algo en la vida, tienes que hacerlo. La música era muy importante, pero no tanto como escribir. Y sigue siendo importante. Mis amigos son músicos más que escritores. Sigue siendo pura energía lo que siento al escuchar música, pero nací para escribir. Quería escribir y la música la usé para esto.

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