El personaje de Peter Pan creado por sir James Matthew Barrie me ayudaba a idear mi realidad imaginaria. Me gustaba ese mundo donde todo era posible y repetía aquella frase magistral que asegura que en el momento en que dudes de tu capacidad de volar habrás perdido para siempre la capacidad de hacerlo. Me impuse que no dudaría nunca de mi capacidad de volar y, aunque aún no lo he conseguido, estoy convencido de que algún día lo haré. Mis profesores, en cambio, hacían todo lo contrario. Cada día me repetían que volar era imposible y que comprender las cosas y la música como yo lo hacía era absurdo e infantil. Utilizaban la palabra infantil con sentido negativo y eso aún me enardecía más. Entre todos lograron que me aburrieran las corcheas, las fusas, las semifusas, los compases binarios, los cuaternarios, las tonalidades mayores, las menores, las escalas pentatónicas, las modales, las armónicas y todo aquello relacionado con la música y, muy especialmente, con el piano. Al final, a pesar de ser un niño muy tímido, decidí que no había suficiente con imaginar para sobrevivir. Así que, siguiendo el evangelio de Charles Chaplin que dice que «la imaginación sin la acción no es nada», decidí rebelarme. Decidí que tenía que hacer algo para liberarme de todo aquello.
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