Ahí está el caso de Joseph Conrad, que, un día en alta mar, decidió pasarle a un rudo marino llamado Jacques el manuscrito de su primera novela, 'La locura de Almayer' [...]. Elegir como primer lector a un tosco lobo de mar fue correr un riesgo innecesario. Pero a veces esos trances abren grandes puertas [...]. Asusta pensar qué habría sido de los lectores de Conrad si aquel marino, sin saberlo, hubiera tenido alma de destripador de clásicos. O de crítico cascahuevos.
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