jueves, 2 de enero de 2025

 Alighieri nació en épocas de contiendas religiosas. Participó en una facción que defendía a su ciudad en contra de la intervención de cualquier fuerza extranjera. Él fue parte de los «güelfos blancos», contrarios a la presencia en Florencia del hermano de Felipe el Hermoso, Carlos de Valois. Pero perdió. Cuando Carlos entró a la ciudad reprimió sin piedad a los Blancos, y el 27 de enero de 1302 desterró a Dante de su Patria.

Allí empezó un derrotero que lo llevaría por Verona, Luca, Rávena, Mantua, Plasencia y nuevamente a Rávena, donde murió en el año 1321.
En 1315 Florencia había concedido una amnistía a los exiliados. Pero quienes quisieran volver no solo debían pagar una suma de dinero, sino aceptar que se los declarara delincuentes en una ceremonia religiosa. Dante rechazó esto por considerarlo indigno y prefirió seguir en el exilio. Un duelo más, porque para él el exilio implicaba la pérdida de su identidad, otra de las formas de la muerte.
En la antigüedad, el vínculo de una persona con su tierra era tan fuerte que el destierro era el peor de los castigos. Obligado a caminar por un mundo lleno de desconocidos, el exiliado cargaba con la angustia de estar lejos de su paisaje, sus aromas y su hogar.
Página 105 De pronto, cuando La Divina Comedia comenzaba a destacarse como una obra sin par, a los florentinos se les pasó el enojo e invitaron a Dante a volver, pero él les respondió que a esa ciudad no regresaría ni muerto.
Palabra que cumplió al pie de la letra.
La historia de su cuerpo es también significativa.
Años después de su muerte, cuando su figura se había agigantado, Florencia intentó repatriar sus restos. El papa León X en persona intercedió para lograrlo. Sin embargo, al abrir la tumba no encontraron el cadáver del poeta.
En el año 1865, mientras se realizaban unos trabajos en la capilla Braccioforte de Rávena, al derribar una pared, los obreros descubrieron un ataúd que contenía un esqueleto y una inscripción:
Huesos de Dante depositados aquí por mí, Fray Antoni Santi, 18 de octubre de 1677.
Se supone que monjes franciscanos de Rávena se encargaron de ocultar el cuerpo para impedir que fuera devuelto a Florencia.
Una leyenda cuenta que un monje que vivía en el lugar confesó que una figura fantasmal envuelta en un lienzo rojo solía deambular por las noches y que, cuando le preguntaba quién era, el espectro respondía: Soy Dante.
En el año 1829, en la Basílica de Santa Cruz, en Florencia, se construyó una tumba en honor al escritor. En su frente puede leerse: «Honrad al más alto poeta». Sin embargo esa tumba está vacía. Su cuerpo permanece en su sepulcro en Rávena.
Más allá de estas idas y vueltas, en la vida y en la muerte, lo cierto es que La Divina Comedia es una obra hija del exilio y de la pérdida. Una creación fruto del duelo.
Gabriel Rolón 

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