«¡Disfruta! Es más tarde de lo que crees».
domingo, 31 de enero de 2021
Anthony De Mello
¿Quién decide lo que significa tener éxito? ¡esta estúpida sociedad! ¡La principal preocupación de la sociedad es mantener enferma la sociedad! Y cuando más rápidamente comprenda esto, mejor. Están enfermos, todos. Están chiflados, están locos. Usted llegó a ser presidente del manicomio y está orgulloso de ello aunque no significa nada. Ser presidente de una corporación no tiene nada que ver con el éxito en la vida. ¡Usted tiene éxito cuando despierta! Entonces no tiene que presentarle disculpas a nadie, no tiene que explicarle nada a nadie, no le importa un comino lo que otros piensen de usted o lo que digan de usted. Usted no tiene preocupaciones; es feliz. Eso es lo que yo llamo tener éxito. Tener un buen empleo o ser famoso no tiene nada que ver con la felicidad o el éxito. ¡Nada!. Eso es totalmente ajeno. Todo lo que le preocupa realmente a él es lo que sus hijos piensen de él. Lo que sus vecinos piensen de él, lo que su esposa piense de él. Debiera haber sido famoso. Nuestra sociedad y nuestra cultura nos meten eso en la cabeza día y noche. ¡Las personas que lo logran! ¿Logran qué? Hicieron el ridículo. Porque gastaron toda su energía consiguiendo algo que no tenía valor. Están asustados y confundidos. son marionetas, como los demás. mírelos pasando por el escenario. Miren cómo se descomponen si tienen una mancha en la camisa. ¿Es eso el éxito? miren cuan asustados están ante la posibilidad de no ser reelegidos. ¿Eso es éxito? Están controlados, son manipulados. No son felices, son desgraciados. No disfrutan la vida. están constantemente tensos y ansiosos. ¿Es eso humano? ¿Y saben por qué sucede eso? Solamente por una razón: Se identificaron con algún rótulo. Identificaron el "yo" con su dinero o con su empleo o con su profesión. Ese fue el error que cometieron. ¿Han oído hablar del abogado a quien el plomero le presentó una cuenta? Le dijo al plomero: - Mire, usted me está cobrando doscientos dólares la hora. Yo no me gano eso como abogado. El plomero le contestó: -¡Yo tampoco me ganaba esa cantidad de dinero cuando era abogado! Usted podría ser plomero o abogado, hombre de negocios o sacerdote, pero eso no afecta al "yo" esencial. No lo afecta. Si mañana cambio de profesión, es como cambiarme de ropa. No me toca ¿Es usted su ropa? ¿Es usted su nombre? ¿es usted su profesión? Deje de identificarse con esas cosas, ellas van y vienen. Cuando usted comprenda esto realmente, ninguna crítica puede afectarlo. Tampoco pueden afectarlo la alabanza o la adulación. Cuando alguien le dice: "Usted es una gran persona" ¿de qué está hablando? está hablando del "mi", no está hablando del "yo". "Yo" no es ni grande ni pequeño. "Yo" no tiene éxito ni fracasa. No es ninguno de esos rótulos. Estas cosas dependen del condicionamiento de usted. Estas cosas dependen del estado de ánimo de la persona que está hablando con usted en este momento. No tiene nada que ver con el "yo". "Yo" no es ninguno de estos rótulos. "Mi" es generalmente egoísta, estúpido, infantil - un gran estúpido. De modo que cuando usted me dice: "usted es un estúpido" ¡eso lo sé desde hace años! El ego condicionado - ¿qué más podría esperar de usted? Eso lo sé desde hace años. ¿Por qué usted se identifica con él? ¡Idiota! Eso no es el "yo", eso es el "mi". ¿Quiere ser feliz? La felicidad ininterrumpida no es causada. Usted no puede hacerme feliz. Usted no es mi felicidad. Usted le dice a la persona que ha despertado: ¿Por qué está feliz? y la persona que ha despertado responde: ¿Por qué no he de estarlo? La felicidad es nuestro estado natural. La felicidad es el estado natural de los niños, a quienes pertenece el reino hasta que son corrompidos y contaminados por la estupidez de la sociedad y la cultura. No se puede hacer nada para adquirir la felicidad, porque la felicidad no se puede adquirir. ¿Alguien sabe por qué? Porque ya la tenemos. ¿Cómo se puede adquirir lo que ya se tiene? ¿entonces por qué no tiene experiencia de ella? Porque tiene que descartar algo. Tiene que descartar las ilusiones. Para ser feliz no tiene que agregar nada; tiene que descartar algo. La vida es fácil, la vida es maravillosa. Es dura solamente para sus ilusiones, sus ambiciones, su avidez, sus deseos. ¿Sabe de dónde vienen estas cosas? De haberse identificado con toda clase de rótulos.
sábado, 30 de enero de 2021
James Kavanaugh, en ¿Quieres ser mi amigo? (Will you be my friend?), escribe sobre la seguridad en su pequeño poema titulado Algún día (Some Day): Algún día yo me iré Y seré libre Y dejaré tras de mi a los estériles A su segura esterilidad Me iré sin decir dónde voy Y caminaré a través de un campo baldío Para allí dejar el mundo Y alejarme luego despreocupado Como un Atlas sin empleo.
Jordi Sierra i Fabra
Y yo también le digo muy serio: «Sí, ¿qué pasa?». Y me dice: «Nada, es que me encanta leer». Giré la cabeza y me eché a llorar. No pude evitarlo. En ese momento me di cuenta de que sí había algo más importante que escribir. Y es que un niño te diga «Gracias por darme un libro». Y esto sin la fundación no existiría. Así que, la fundación responde a todas esas inquietudes.
Un día una persona subió a la montaña donde se refugiaba una mujer ermitaña que meditaba, y le preguntó:
viernes, 29 de enero de 2021
Neville Goddard
Toda sensación deja su huella subconsciente, y si no la contrarresta otra sensación más poderosa de naturaleza opuesta se tiene que expresar. Entre dos sensaciones, la que se expresa es la dominante. Soy una persona sana es una sensación más fuerte que seré una persona sana. Sentir que seré equivale a confesar que no soy; soy es más fuerte que no soy. Lo que sientes que eres siempre predomina sobre lo que sientes que querrías ser; de ahí que para que el deseo se cumpla deba sentirse como un estado que es, más que como un estado que no es
Albert Camus
Nunca vi morir a nadie por el argumento ontológico. Galileo, que defendía una verdad científica importante, abjuró de ella con la mayor facilidad del mundo, cuando puso su vida en peligro. En cierto sentido, hizo bien. Aquella verdad no valía la hoguera. Es profundamente indiferente saber cuál gira alrededor del otro, si la tierra o el sol. Para decirlo todo, es una cuestión baladí. En cambio, veo que muchas personas mueren porque estiman que la vida no vale la pena de vivirla. Veo a otras que, paradójicamente, se hacen matar por las ideas o las ilusiones que les dan una razón para vivir (lo que se llama una razón para vivir es, al mismo tiempo, una excelente razón para morir). Opino, en consecuencia, que el sentido de la vida es la pregunta más apremiante. ¿Cómo contestarla? Con respecto a todos los problemas esenciales, y considero como tales a los que ponen en peligro la vida o los que decuplican el ansia de vivir, no hay probablemente sino dos métodos de pensamiento: el de Pero Grullo y el de Don Quijote. El equilibrio de evidencia y lirismo es lo único que puede permitirnos llegar al mismo tiempo a la emoción y a la claridad. Se concibe que en un tema a la vez tan humilde y tan cargado de patetismo, la dialéctica sabia y clásica deba ceder el lugar, por lo tanto, a una actitud espiritual más modesta que procede a la vez del buen sentido y de la simpatía
Erasmo, el humanista del siglo XVI, describió irónicamente del siguiente modo esta tensión perenne entre la razón y la emoción: « Júpiter confiere mucha más pasión que razón, en una proporción aproximada de veinticuatro a uno. El ha erigido dos irritables tiranos para oponerse al poder solitario de la razón: la ira y la lujuria. La vida ordinaria del hombre evidencia claramente la impotencia de la razón para oponerse a las fuerzas combinadas de estos dos tiranos. Ante ella, la razón hace lo único que puede, repetir fórmulas virtuosas, mientras que las otras dos se desgañitan, de un modo cada vez más ruidoso y agresivo, exhortando a la razón a seguirlas hasta que finalmente ésta, agotada, se rinde y se entrega.»
jueves, 28 de enero de 2021
Joseph Campbell
Una representación majestuosa de las dificultades del oficio del héroe y de su sublime importancia cuando es concebida profundamente y llevada a cabo con solemnidad, la encontramos en la leyenda de las Grandes Batallas del Buddha. El joven príncipe Gautama Sãkyamni partió secretamente del palacio de su padre en el principesco corcel Kanthaka, pasó milagrosamente por la puerta vigilada, cabalgó en medio de la noche alumbrado por las antorchas de cuatro veces sesenta mil divinidades, atravesó con ligereza un río majestuoso de mil ciento veintiocho codos de ancho, y después con un solo golpe de su espada cortó sus reales cabellos y el cabello que le quedó, de dos dedos de largo, se rizó hacia la derecha y permaneció pegado a su cabeza. Vistió las ropas de los monjes, atravesó el mundo como un mendigo y durante estos años en que en apariencia vagaba inútilmente, adquirió y trascendió los ocho estados de la meditación. Se retiró a una ermita, sometió sus fuerzas seis años más a la gran batalla, llevó su austeridad hasta el extremo y cayó en una muerte aparente de la que poco después se recobró. Luego volvió a la vida menos rigurosa del vagabundo asceta.
miércoles, 27 de enero de 2021
Lo nuestro, Jorge L. Borges
René Favaloro
Y me escondo detrás de la puerta, para que la Realidad, cuando entre, no me vea. Me escondo debajo de la mesa, donde de manera súbita doy sustos a La Posibilidad. De modo que aparto de mí, como si fueran los dos brazos de un abrazo, los dos grandes tedios que me ahogan: el tedio de poder vivir sólo lo Real y el tedio de poder concebir sólo lo Posible.
martes, 26 de enero de 2021
Bertrand Russell
El hombre rico de nuestros
tiempos tiende a ser de un tipo muy diferente. Nunca lee. Si
decide crear una galería de pintura con el fin de realzar su
fama, delega en expertos para elegir los cuadros; el placer que
le proporcionan no es el placer de mirarlos, sino el placer de
impedir que otros ricos los posean. En cuanto a la música, si
es judío puede que sepa apreciarla; si no lo es, será tan inculto
como en todas las demás artes. El resultado de todo esto es
que no sabe qué hacer con su tiempo libre. El pobre hombre
se queda sin nada que hacer como consecuencia de su éxito.
Esto es lo que ocurre inevitablemente cuando el éxito es el
único objetivo de la vida. A menos que se le haya enseñado
qué hacer con el éxito después de conseguirlo, el logro dejará
inevitablemente al hombre presa del aburrimiento.
El hábito mental competitivo invade fácilmente regiones que
no le corresponden. Consideremos, por ejemplo, la cuestión
de la lectura. Existen dos motivos para leer un libro: una, dis-
frutar con él; la otra, poder presumir de ello. En Estados Uni-
dos se ha puesto de moda entre las señoras leer (o aparentar
leer) ciertos libros cada mes; algunas los leen, otras leen el
primer capítulo, otras leen las reseñas de prensa, pero todas
tienen esos libros encima de sus mesas. Sin embargo, no leen
ninguna obra maestra. Jamás se ha dado un mes en que Ham-
let o El rey Lear hayan sido seleccionados por los Clubes del
Libro; jamás se ha dado un mes en que haya sido necesario
saber algo de Dante. En consecuencia, se leen exclusivamente
libros modernos mediocres, y nunca obras maestras. Esto
también es un efecto de la competencia, puede que no del
todo malo, ya que la mayoría de las señoras en cuestión, si se
las dejara a su aire, lejos de leer obras maestras, leería libros
aún peores que los que seleccionan para ellas sus pastores y
maestros literarios.
Alfredo Gangotena
Cada vez más a menudo se habla de crisis del psicoanálisis. Sigmund Freud, se dice, está superado, la sociedad moderna ha descubierto que su obra no es suficiente para comprender al hombre, ni para interpretar a fondo su relación con el mundo.
Esto son cuentos. En primer lugar, la crisis. No existe, no puede haberla. El psicoanálisis no ha llegado de ningún modo a su límite. Hay muchas cosas aún por descubrir tanto en la práctica como en la doctrina. En psicoanálisis, no hay solución inmediata, sino sólo la larga y paciente búsqueda de las razones.
En segundo lugar, Freud. ¿Cómo juzgarlo superado si no lo hemos comprendido del todo? Lo que sabemos es que nos ha hecho conocer cosas completamente nuevas, que no se habían siquiera imaginado antes de él: de los problemas del inconsciente a la importancia de la sexualidad, del acceso a lo simbólico a la sujeción a las leyes del lenguaje.
Su doctrina ha cuestionado la verdad, asunto que nos concierne a todos y a cada uno de nosotros personalmente. Eso no tiene nada que ver con una crisis. Repito: estamos lejos de haber llegado al límite de Freud. También porque su nombre ha servido para cobijar muchas cosas: ha habido desviaciones, los epígonos no han seguido siempre fielmente el modelo. Eso ha creado confusiones.
Después de su muerte, en 1939, algunos de sus alumnos pretendieron ejercer el psicoanálisis de otra manera, reduciendo su enseñanza a algunas fórmulas banales: la técnica como ritual, la práctica reducida al tratamiento del comportamiento y, como objetivo, la readaptación del individuo a su entorno social. Esto constituye una negación de Freud, un psicoanálisis acomodaticio, de salón.
Freud mismo lo había previsto. Señaló que hay tres posiciones, tres tareas imposibles: gobernar, educar y ejercer el psicoanálisis. Hoy en día no importa quién toma la responsabilidad de gobernar, y todo el mundo se pretende educador. En cuanto a los psicoanalistas, ¡ay!, ellos prosperan, como los magos y los curanderos. Proponer ayudar a la gente tiene el éxito asegurado, y hace que la clientela se agolpe a la puerta. El psicoanálisis es otra cosa.
¿Qué exactamente?
Yo lo defino como un síntoma, revelador del malestar de la civilización en que vivimos. Ciertamente, no es una filosofía. Yo aborrezco la filosofía, hace mucho tiempo que no dice ya nada interesante. El psicoanálisis no es tampoco una fe, y no me gusta llamarlo ciencia. Digamos que es una práctica que se ocupa de lo que no anda, terriblemente difícil porque pretende introducir en la vida cotidiana lo imposible, lo imaginario. Hasta ahora, ha obtenido ciertos resultados, pero aún no tiene reglas y se presta a toda suerte de equívocos.
No hay que olvidar que se trata de algo totalmente nuevo, se considere en relación a la medicina o en relación a la psicología y afines. Y todavía es muy joven. Freud murió hace apenas treinta y cinco años. Su primer libro, La interpretación de los sueños fue publicado en 1900, con muy poco éxito. Creo que se vendieron trecientos ejemplares en unos años. Él tuvo también pocos alumnos, que fueron tomados por locos y que no estaban de acuerdo en la manera de poner en práctica y de interpretar lo que habían aprendido.
¿Qué es lo que no anda en el hombre actualmente?
Se trata de esta gran fatiga de vivir, como resultado de la carrera hacia el progreso. Del psicoanálisis, se espera que descubra hasta dónde se puede llegar arrastrando esta fatiga, este malestar de la vida.
¿Qué es lo que empuja a la gente a analizarse?
El miedo. Cuando le suceden cosas, incluso queridas por él, que no entiende, el hombre tiene miedo. Sufre por no entender y, poco a poco, entra en un estado de pánico. Es la neurosis. En la neurosis histérica, el cuerpo enferma del miedo a estar enfermo, sin estarlo realmente. En la neurosis obsesiva, el miedo mete en la cabeza ideas raras, pensamientos que no se pueden controlar, fobias en las que formas y objetos adquieren significaciones diversas y terroríficas.
¿Por ejemplo?
El neurótico puede verse impelido, por una necesidad espantosa, a verificar decenas de veces si un grifo está realmente cerrado o si una cosa está en su lugar, sabiendo sin embargo con certeza que el grifo está cerrado y, la cosa, en su sitio. No hay píldora que cure eso. Tienes que descubrir por qué te pasa, qué significa.
¿Y la cura?
El neurótico es un enfermo que se cura con la palabra, ante todo con la suya. Debe hablar, contar, explicar él mismo. Freud define la cura como la asunción por parte del sujeto de su propia historia, en la medida en que ella está constituida por la palabra dirigida a otro.
El psicoanálisis es el reino de la palabra, no hay otra medicina, otro remedio. Freud explicaba que el inconsciente no es tanto profundo como inaccesible a la profundización consciente. Y dijo que, en este inconsciente, algo habla: un sujeto en el sujeto, que trasciende al sujeto. La palabra es la gran fuerza del psicoanálisis.
¿La palabra de quién? ¿Del enfermo o del analista?
En psicoanálisis, los términos “enfermo”, “médico”, “medicina” no son exactos, no se usan. No son justas tampoco las fórmulas pasivas adoptadas habitualmente. Se dice: “Hacerse psicoanalizar”. Es un error. El verdadero trabajo en análisis lo hace quien habla, el sujeto analizante, incluso si lo hace de la manera sugerida por el analista, que le indica cómo proceder y lo ayuda con sus intervenciones. También le da una interpretación que de entrada parece dar sentido a lo que dice el analizante.
Pero, en realidad, la interpretación es más sutil y tiende a borrar el sentido de las cosas por las que el sujeto sufre. El objetivo es mostrarle, a través de su propio relato, que su síntoma, digamos la enfermedad, no tiene relación con nada, que está privada de cualquier sentido. Por tanto, aunque en apariencia es real, no existe.
Las vías por las que procede esta acción de la palabra exigen mucha práctica y una paciencia infinita. La paciencia y la mesura son los instrumentos del psicoanálisis. La técnica consiste en saber mesurar la ayuda que se da al sujeto analizante. En consecuencia, el psicoanálisis es difícil.
http://elpsicoanalisis.elp.org.es/numero-27/entrevista-a-jacques-lacan-en-la-revista-panorama-1974/
Oscar Wilde
Si se presenta una idea a un inglés auténtico (lo que siempre es una imprudencia), nunca se le ocurre ni por lo más remoto pararse a pensar si la idea es verdadera o falsa. Lo único que considera importante es si el interesado cree lo que dice. Ahora bien, el valor de una idea no tiene nada que ver con la sinceridad de la persona que la expone. En realidad, es probable que cuanto más insincera sea la persona, más puramente intelectual sea la idea, ya que en ese caso no estará coloreada ni por sus necesidades, ni por sus dese- os, ni por sus prejuicios. No pretendo, sin embargo, discutir contigo ni de política, ni de sociología, ni de metafísica. Las personas me gustan más que los principios, y las personas sin principios me gustan más que nada en el mundo.
Yo quería demostrar que los seres humanos son capaces de algo más trascendente que la guerra, el prejuicio y el odio. Quería lograr que la ciencia considerara todos los problemas que los profanos han manejado: la religión, la poesía, los valores, la filosofía, el arte. Seguí con ellos intentando comprender a la gente grande, a los mejores especímenes de la humanidad que pudiera encontrar
lunes, 25 de enero de 2021
No vengas cuando esté muerto
Anthony de Mello
Cuando uno se va por la vida con preferencias pero no permite que la felicidad dependa de ninguna de ellas, entonces está despierto. Va avanzando hacia el despertar. Estar despierto, felicidad - llámenlo como quieran - es el estado en el que no hay engaño, en que uno ve las cosas no como uno es, sino como ellas son, hasta donde esto le es posible a un ser humano. Dejar las ilusiones, ver las cosas, ver la realidad. Es eso lo que lo hace desdichado. Repito: usted agrega algo... una reacción negativa en usted. La realidad proporciona el estímulo, usted proporciona la reacción. Usted agrega algo con su reacción. Y si examina lo que agrega, siempre hay allí una ilusión, hay una exigencia, una expectativa, un anhelo. Siempre. Los ejemplos de las ilusiones abundan: pero a medida que usted comience a avanzar en este camino, las irá descubriendo usted mismo. Por ejemplo, la ilusión, el error de creer que cambiando el mundo exterior usted cambiará. Usted no cambia si sencillamente cambia su mundo exterior. Si usted consigue un nuevo empleo o un nuevo cónyuge o un nuevo hogar o un nuevo gurú o una nueva espiritualidad, eso no lo cambia a usted. Es como creer que cambia la letra cambiando de estilográfica. O que cambia la capacidad de pensar cambiando de sombrero. eso no lo cambia realmente, pero la mayoría de los seres humanos gastan toda su energía tratando de reorganizar su mundo exterior de acuerdo con sus gustos. A veces tienen éxito - durante unos cinco minutos - y obtienen algo de alivio, pero incluso durante ese momento de alivio están tensos, porque la vida siempre fluye, la vida siempre cambia. De manera que si ustedes quieren vivir, no deben tener una morada permanente. No deben tener dónde reclinar la cabeza. Tienen que fluir con la vida. Como dijo el gran Confucio: "Quien quiera ser constante en la felicidad debe cambiar con frecuencia". Fluya. Pero siempre miramos hacia atrás ¿No es verdad? Nos aferramos a las cosas del pasado y nos aferramos a las cosas del presente. "Cuando uno pone la mano en el arado, no puede mirar hacia atrás". ¿Quieren disfrutar la melodía? ¿Quieren disfrutar de una sinfonía? No se aferren a unos pocos compases de música. No se aferren a un par de notas. Déjenlas pasar, déjenlas fluir. Todo el goce de una sinfonía depende de su disposición para dejar que las notas pasen. En cambio, si a ustedes les gustara determinado compás y le gritaran a la orquesta, "Tóquenlo varias veces", eso ya no sería una sinfonía. ¿Conocen ustedes los cuentos de Nasr-ed-Din, el viejo Mullah? Él es una figura legendaria que los griegos, los turcos y los persas reclaman como propia. Enseñaba su doctrina mística en forma de cuentos, generalmente chistosos. Y el desenlace del cuento siempre era Nasr-ed-Din Un día Nasr-ed-Din estaba tocando en una guitarra solamente una nota. Al cabo de un rato, una multitud se reunió alrededor (era en el mercado) y uno de los hombres que estaba sentado en el suelo dijo: -Mullah, esa nota que está tocando es bonita, pero ¿por qué no la varía un poco como hacen los otros músicos? -Esos son unos tontos -dijo Nasr-ed-Din-. Ellos están buscando la nota correcta. Yo ya la encontré.
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