martes, 25 de julio de 2023

Alejandro Jodorowsky



Si de repente perdemos a un ser querido, o nos vemos involucrados en una gran catástrofe, o un peligroso virus nos contagia o bien nos arruinamos, o aquellos en quienes confiábamos nos han traicionado, podríamos padecer una crisis tan tremenda que, en vez de aniquilamos, provoque en nosotros, por un desesperado deseo de sobrevivir, la unión de nuestros cuatro egos. Surge entonces el Yo superior. Al comienzo con su aspecto psíquico, preocupado como un conductor que acaba de domar a sus ariscos caballos. Empleará bastante tiempo, a veces años, en desprender de sus egos las ideas inculcadas por familiares, profesores, políticos, sacerdotes y tantos otros directores de conciencia que, a veces sin mala intención, pero profundamente equivocados, se convierten en fabricantes de manadas infelices y consumidoras. Debe también eliminar el terror que los sistemas económicos siembran para mantener a la humanidad en un estado infantil fácil de dominar: miedo a perder el dinero, la salud o la paz, miedo a fracasar o a triunfar, a ser abandonado o a amar, a morir o a vivir, a ser humillado, a ser invadido por los otros y, sobre todo, miedo a la soledad. Debe además aprender a comer, no motivado por nostalgias infantiles o angustias existenciales sino para aligerar al cuerpo de las toxinas con que la industria de toda esta clase de sustancias nocivas o adictivas le está envenenando la sangre. Debe eliminar aquello que le es innecesario, sin olvidar las frívolas amistades que le devoran su energía y su tiempo. Cuando -venciendo la insatisfacción, la vergüenza, el remordimiento, el dolor psíquico o el sentimiento de la propia indignidad- la coagulación de sus cuatro energías se ha realizado, puede el Yo superior responder a la llamada del Yo esencial. La razón, sin naufragar en la locura, atraviesa la barrera que la separa del inconsciente y aprende a recibir esos dones que se deslizan entre las palabras, otorgando imágenes, induciendo a actos constructivos, inyectando energía, adquiriendo así el valor necesario para avanzar por el camino que va entre el pasado y el futuro, entre la oscuridad y la luz, entre el inconsciente y el supraconsciente. Ha terminado lo que en alquimia se llama vía seca, un intenso período de búsqueda, y comenzado la vía húmeda, ésa en que, transformados en canal, recibimos la Consciencia cósmica. Si antes nuestra secreta ambición era ser mejor que todos, campeones o bien héroes capaces de lograr victorias imposibles entregándonos al sacrificio de nuestra vida o de lo que más amamos, ahora podemos convertimos en creadores sagrados.

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