Algunas personas viven casi constantemente atormentadas por su miedo a la muerte, y algunas incluso están preparadas para hablar al respecto. Samuel Johnson admitió tener un miedo terrible a su propia muerte, a su propia agonía, mientras que Thomas de Quincey, en Confesiones de un inglés comedor de opio, cuenta cómo incluso los días de verano más espléndidos y animados le inducían el pensamiento de la muerte. «La prodigalidad exuberante y desenfrenada de la vida, como es natural, impone con mayor fuerza a la conciencia la idea antagónica de la muerte y la esterilidad invernal de la tumba» (Confesiones de un inglés comedor de opio, págs. 133-134). La novela de Philip Roth Elegía es el relato inquietantemente objetivo acerca de un hombre anciano que afronta la irremediable debilidad de su salud y la cruda realidad de que solo puede esperar el olvido. La preocupación de Lev Tolstói por la muerte y el sentido de la mortalidad queda reflejada en su gran novela Anna Karénina, especialmente en los pensamientos y miedos de Liovin, un personaje íntimamente inspirado en el propio Tolstói. Liovin está presente en el lecho de muerte de su hermano Nikolái. Tolstói describe la muerte lenta y agónica de Nikolái con un escalofriante detalle existencial. Es una de las escenas más conmovedoras y desconcertantes de la literatura, a pesar de ser un relato brutalmente sincero de una agonía corriente y cotidiana.
Los padecimientos, cada vez más intensos, iban teniendo sus consecuencias y preparándole para la muerte. No había postura en que el dolor no le agobiara, no había instante en que se olvidara del dolor, no había parte o miembro de su cuerpo que no le doliera y torturara. Los recuerdos, las impresiones, los pensamientos de ese cuerpo despertaban en él la misma hostilidad que el cuerpo mismo. Ver a otras personas, oírlas, incluso sus mismos recuerdos, todo era para él motivo de tormento. Los que le rodeaban así lo sentían y, sin proponérselo, renunciaban a moverse libremente, a hablar, o a expresar sus deseos ante él. Toda la vida del moribundo se reducía a una sensación de dolor y al deseo de librarse de ella. (Anna Karénina, pág. 695)
El desgarrador relato de Tolstói sobre la muerte de Nikolái es especialmente aterrador para cualquier lector que vea en él un posible relato de su propia muerte. Cuesta imaginar que un lector pueda evitar pensar: «Si no muero de repente en un accidente, así es más o menos como serán mis últimos días y horas. Alcanzaré un nivel de sufrimiento físico y mental mucho más intenso que cualquier enfermedad o resaca que haya experimentado nunca. Tan solo los niños, en su ingenuidad y confusión juvenil, temen estar muertos. Lo que yo temo es el terrible proceso de morir. Tener que esforzarme tanto en alcanzar el olvido cuando me siento tan mal». Pero también hay muchas personas que no ven en el relato de Tolstói más que la muerte de Nikolái, y no la suya propia
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