1. Soy una persona con derechos propios y tengo gustos y deseos individuales y personales. Tengo derecho a luchar por lo que quiero y a evitar lo que no me gusta, siempre que no interfiera innecesariamente en los derechos individuales y sociales de los demás. Es justo que me suscriba a la autoaceptación incondicional del otro (AIO) porque elijo vivir en una comunidad social y disfrutar de los beneficios de vivir en sociedad. Para poder tener más de lo que quiero y menos de lo que no quiero, me marcaré objetivos y propósitos acordes a mis deseos, y evaluaré mis pensamientos, sentimientos y acciones en función de dichos objetivos.
2. Me negaré en rotundo a juzgarme a mí mismo globalmente —es decir, a evaluarme o valorarme de forma general—. Hago cosas «buenas» y cosas «malas», pero me niego a verme a mí mismo como una «buena» o «mala» persona. No soy lo que hago. Soy una persona que actúa «bien» y «mal».
3. Tengo una tendencia innata y aprendida a evaluarme y valorarme inadecuadamente de forma global y me es difícil resistirme a hacerlo. Cuando caiga en la tentación de autoevaluarme, intentaré valorarme arbitrariamente como «bueno», simplemente porque estoy vivo, soy humano y soy único, pero no por otras razones. Esto me será útil porque considerarme «bueno» me permitirá seguir luchando por mis objetivos, mientras que evaluarme como «malo» o «indigno» tenderá a saboteármelos. Así pues, mejor que valorarme condicionalmente como «digno» cuando mis pensamientos, sentimientos y acciones cumplan ciertos criterios —sólo temporalmente—, me aceptaré incondicionalmente como «bueno». Ligar la autoaceptación incondicional (AAI) a mi condición de ser vivo, humano y único es muy seguro, puesto que es algo que no cambiará mientras viva. Puedo, por tanto, definirme como «bueno» con toda seguridad, por mucho que no lo pueda probar empíricamente. ¡Funcionará! Me ayudará a conseguir los objetivos y propósitos que me marque, aunque sólo sea «verdadero» pragmáticamente, no en términos absolutos.
4. En lugar de decir: «No me gusto a mí mismo por tener este comportamiento o rasgo», diré: «No me gusta tener este comportamiento o rasgo. ¿Qué puedo hacer para mejorarlo?».
5. Compararé mis rasgos con mis características del pasado o con las de otras personas, y así podré mejorarlos. Sin embargo, no me compararé con mi pasado ni con las demás personas.
6. Soy una persona única, pero no especial en el sentido de ser mejor que cualquier otra persona. Algunos de mis rasgos son mejores que los suyos, y otros son peores, pero, de nuevo, no soy lo que pienso, siento y hago, ni los demás son igual a sus conductas.
7. Escojo aceptarme a mí mismo con mis conductas, tanto las «buenas» como las «malas», e intento mejorar las más «negativas». Escojo aceptar a los demás como personas, aunque puedo intentar ayudarles (sin exigencias ni desesperación) a cambiar algún aspecto de su forma de funcionar.
Albert Ellis
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