Ludwig Haberlandt, un fisiólogo austriaco, delgado, serio y con bigote, que utilizó la financiación de la Fundación Rockefeller para su trabajo de investigación sobre las hormonas, aportó una pista importante. Durante la década de 1920, era bien sabido que, por ejemplo, cuando una hembra queda embarazada, no puede volverse a quedar embarazada hasta que haya dado a luz. En términos científicos, es temporalmente estéril. Mientras están embarazadas, las hembras dejan de ovular (de liberar óvulos para que sean fecundados). Haberlandt descubrió que podía hacer que eso ocurriese en el laboratorio en las hembras de los animales utilizados en los ensayos, sin necesidad de que se produjese un embarazo, trasplantando trocitos de los ovarios de otras hembras embarazadas. Daba la impresión de que esos trocitos de tejido liberaban algo, alguna clase de mensajero químico — Haberlandt pensó que, probablemente, se trataba de una hormona — que impedía la ovulación. Logró que esas hembras fueran temporalmente estériles. Y supo cuál debería ser su objetivo: aislar la hormona, purificarla y convertirla en una píldora anticonceptiva.
Era un hombre adelantado a su tiempo, y tanto las instalaciones como las diversas tecnologías químicas relativamente primitivas con las que contaba el laboratorio no estaban preparadas para estudiar biomoléculas con el nivel de sofisticación necesario; esta falta de herramientas apropiadas y la temprana edad en la que se hallaba la investigación científica de la química del embarazo ralentizaron su progreso. Sin embargo, eso no le impidió publicar sus ideas. En 1931 escribió un pequeño libro sobre su trabajo en el que describía, según un experto, «con detalles asombrosos, la revolución de los anticonceptivos que se iba a producir unos treinta años después». Muchos consideran a Haberlandt «el abuelo de la Píldora».
Vio cómo su trabajo levantaba una oleada de críticas en Austria. «Acusado de un crimen contra la vida de los no nacidos — escribió su nieta — , atrapado en el fuego cruzado entre la moral, la ética, la religión y las ideas políticas de la época», se convirtió en la diana de aquellos que creían que la procreación era una tarea de Dios, no algo que los humanos debieran controlar. Justo después de la publicación de su libro profético, Haberlandt se suicidó.
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