miércoles, 31 de julio de 2024


 

 El lenguaje puede ser positivo o negativo, puede estar bien estructurado o desorganizado, dependiendo de la calidad de la educación recibida. Un lenguaje rico, positivo y bien estructurado incrementa el poder de la inteligencia, facilita el aprendizaje, la adaptación, la creatividad y el éxito; mientras que un lenguaje negativo y mal estructurado conduce al fracaso intelectual y social.

David Angulo


 

 «Hay besos que pronuncian por sí solos

la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien, son besos míos
inventados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero...? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenáronse de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos... vibró un beso,
y qué viste después...? Sangre en mis labios.

Yo te enseñé a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca».

 Gabriela Mistral

martes, 30 de julio de 2024


 

  "Las preguntas son éstas: ¿Quién eres? ¿Qué has querido de verdad? ¿Qué has sabido de verdad? ¿A qué has sido fiel o infiel? ¿Con qué y con quién te has comportado con valentía o con cobardía? Estas son las preguntas. Uno responde como puede, diciendo la verdad o mintiendo: eso no importa. Lo que sí importa es que uno al final responde con su vida entera".


Sándor Márai


 

 "Me gusta creer que lo flexible, lo pequeño, lo insignificante, vence de algún modo sobre lo rígido, lo grande, lo importante".


Alejandra Pizarnik

lunes, 29 de julio de 2024


 

 "La vida no es estable, lo maravilloso de la vida es que es peligrosa, porque es cambio permanente; vos nunca sabes qué te va a pasar. Yo no sé si salgo ahora y me encuentro con la mujer de mi vida, o es la última vez que nos vamos a ver. 


La vida es sorpresa, por eso el error es pretender seguridad en la vida. ¡Tenés que vivir hoy, no hay más! Nadie te puede decir qué puede pasar mañana. Nadie sabe cuándo Él dice: se acaba ahora. 

Entonces, viví ahora, amá ahora, gozá ahora, liberate ahora, al demonio con lo que no te interesa, ahora. Nadie la tiene firmada. ¿Quién la tiene firmada? 

Estás aquí y ahora, el mañana no interesa, él traerá nueva experiencia, a cada día le basta con su propio afán"...Si Señor!!

#FacundoCabral


 

 Borges describe el objeto del deseo como otro deseo. El hijo de un soñador ignora que está siendo soñado y el temor del padre es que su vástago fantasmal descubra que no es en verdad un hombre, sino la proyección del sueño —del deseo— de otro hombre. El vértigo de la situación se resuelve cuando el padre descubre que él, también, está siendo soñado. Esto es, que él, también, está siendo deseado. En Balzac, lo indiqué más arriba, el objeto del deseo es un fetiche —el cuerpo de una mujer y la piel de zapa que cumple el deseo de su poseedor.

    Balzac en La piel de zapa, Freud en La interpretación de los sueños, Borges en Las ruinas circulares, dan fe cabal de la relación entre experiencia y desplazamiento.

    Desplazar: mudar de lugar. Desplazamiento: abandonar la plaza. Movimiento, traslado, cambio, mutación, transferencia: el dinero circula, el héroe asciende, el descubridor viaja, el conquistador empuja y sus naves desplazan toneladas de agua y voluntad y pasión y sueño. Desplazamiento: distorsión de la imagen visual mediante la inversión de sus coordenadas usuales: izquierda y derecha, arriba y abajo, desorientación occidental y profundidad del Sur y lejanía del Oeste y pérdida del Norte o sea nueva desorientación y desplazamiento freudiano como actividad del sueño, trabajo del sueño comparable al de la novela: omisión, modificación, reagrupamiento de la materia, sustitución de satisfactores, cambio del objeto del deseo, sublimación de la percepción, la identificación y la nominación de las cosas, disfraz del sueño erótico convertido en sueño social, mascarada de la realidad social condensada en la abreviación de un sueño de amor. Exorcismo de la pesadilla. Triunfo de la alusión reemplazada. Traslación de la inmediatez a la mediatez. Formas del movimiento no sólo en superficie sino en profundidad: viajes alrededor de mi cuarto, viajes al centro de la tierra, viajes de Ulises y Phileas Fogg, pero también del Narrador de Proust y del Insecto de Kafka: desplazamientos hacia el faro, hacia la montaña mágica, pero también detrás del espejo de Alicia y en el jardín de los senderos que se bifurcan.

Carlos Fuentes

sábado, 27 de julio de 2024

 Vengo, mas no sé de dónde.

Soy, mas no sé quién.

Moriré, mas no sé cuándo.

Camino, mas no sé hacia dónde.

Me sorprende que esté contento y ría.

 Ignacio Solares

 "Me gustan los libros. Me gusta su mundo. Me gusta estar en la nube que forma cada uno de ellos, que se eleva, que se alarga. Me gusta proseguir la lectura. Me entusiasmo al recuperar ese peso ligero y el volumen en el hueco de la mano. Me gusta envejecer en su silencio, en la larga frase que pasa bajo los ojos. Es un río abrumador, al margen del mundo, que desemboca en el mundo pero que no interviene en él de ninguna manera. Es un canto solitario que solo oye quien lo lee. La ausencia de sonido externo, la ausencia total de alboroto, de quejumbre, de abucheos, el alejamiento máximo de la vocalización y de la turba humana que permiten los libros, traen una música profundísima que comenzó antes de que apareciese el mundo".


Pascal Quignard


 

viernes, 26 de julio de 2024



 Yo nunca me río

de la muerte.

Simplemente

sucede que

no tengo

miedo

de

morir

entre

pájaros y arboles

Yo no me río de la muerte.

Pero a veces tengo sed

y pido un poco de vida,

a veces tengo sed y pregunto

diariamente, y como siempre

sucede que no hallo respuestas

sino una carcajada profunda

y negra. Ya lo dije, nunca

suelo reir de la muerte,

pero sí conozco su blanco

rostro, su tétrica vestimenta.


Yo no me río de la muerte.

Sin embargo, conozco su

blanca casa, conozco su

blanca vestimenta, conozco

su humedad y su silencio.


Claro está, la muerte no

me ha visitado todavía,

y Uds. preguntarán: ¿qué

conoces? No conozco nada.

Es cierto también eso.

Empero, sé que al llegar

ella yo estaré esperando,

yo estaré esperando de pie

o tal vez desayunando.

La miraré blandamente

(no se vaya a asustar)

y como jamás he reído

de su túnica, la acompañaré,

solitario y solitario.

Javier Heraud


 

  Vivamos aquí tranquilos y ablandemos nuestros corazones. Tendamos un puente sobre el abismo que se ha abierto entre nosotros. Amemos a nuestro hermano, a nuestros amigos, por ninguna razón en particular. Que sus ojos proyecten una sonrisa que resplandezca como el sol sobre el océano. 

DANNY MASENG

jueves, 25 de julio de 2024


 

   Miro el libro que me prestaste

y nunca regresó. También me mira a mí.
Lleva las marcas de su lectura, ciertas arrugas
en el blanco de las páginas, manchas sutiles y difusas
como las nubes, los restos de tus manos o tu mirada.
Espero que no pienses en mí como yo pienso
sobre la gente que nunca devuelve
los libros que les presté. ¿Qué pensarás?
¿sobre mí? Nunca leí el libro que me prestó,
Siempre he preferido imaginarlo. Supongo que todavía
se sienten extraños entre mis libros,
pero ahora es demasiado tarde para devolverlo,
hace tanto tiempo que no hablamos, que no sé
si todavía tengo tu número de teléfono.
¿Qué pensarías si ahora, de la nada,
Quería devolverte tu libro… Se podría pensar que
quería algo. Ya sabes, me quedo con tu
libro porque no quiero nada. Probablemente nunca te devolveré este libro,
Probablemente nunca te devolveré este libro.
parte de mi patrimonio, es la última relación que tuvimos.

José Luís Peixoto

 "- Me parece raro. Claro que entonces éramos unas chiquillas. Y ella estaba apenas recién casada. Pero nos queríamos mucho. Tu madre era tan bonita, tan, digamos, tan tierna, que daba gusto quererla. Daban ganas de quererla. ¿ De modo que me lleva ventaja, no? Pero ten la seguridad que la alcanzaré. Sólo yo entiendo lo lejos que está el cielo de nosotros; pero conozco cómo acortar las veredas. Todo consiste en morir, Dios mediante, cuando uno quiera y no cuando Él lo disponga. O, si tú quieres, forzarlo a disponer antes de tiempo. Perdóname que te hable de tú; lo hago porque te considero como mi hijo. Sí, muchas veces dije:`El hijo de Dolores debió haber sido mío`. Después te diré por qué. Lo único que quiero decirte ahora es que alcanzaré a tu madre en alguno de los caminos de la eternidad..."


Juan Rulfo

miércoles, 24 de julio de 2024


 Nacido en Edimburgo en 1850 dentro de una familia rigurosamente presbiteriana, su infancia transcurrió felizmente en medio de vigilados juegos y aventuras. Al llegar a la juventud comienzan los conflictos con su padre y con la religión puritana. Edimburgo no era un lugar apropiado para la vida bohemia de un muchacho con inquietudes artísticas -quería ser pintor- y con abundantes ganas de diversión. Sin embargo, las tensiones familiares se resuelven provisionalmente, debido a que se le diagnostica una grave afección pulmonar que obliga al joven a marchar al sur de Francia.

A partir de entonces, la existencia de Stevenson va a ser un constante deambular en busca de mejores climas y una lucha permanente contra su constitución enfermiza. Conoce por aquel tiempo a Fanny Osbourne, una pintora americana casada y madre de dos hijos, que se encuentra de paso por Europa. Se enamora perdidamente, pero ella regresa a América. Desde Estados Unidos le llega la noticia de que se acaba de divorciar, y Stevenson, contra todos los consejos médicos, viaja hasta California poniendo en grave riesgo su vida para estar junto a la mujer que ama. Fanny y Robert se casan y, como no podía ser menos, pasan la luna de miel en las míticas minas de Silverado. Tal vez esta anécdota pinta al hombre de cuerpo entero.

Desde entonces, el matrimonio recorre distintos lugares del mundo, siempre huyendo de las recaídas de salud del marido, hasta que terminan por establecerse en la isla de Vailima, en el archipiélago de Samoa. Los últimos años del escritor se reparten entre su trabajo literario, que le da singulares beneficios económicos, y una placentera vida entre los nativos, que lo respetan y le conocen por el Tusitala, «el que cuenta historias». Por aquel entonces ya se había reconciliado con su familia y recordaba nostálgicamente su Escocia natal.

Cuando muere, todos los habitantes de la isla abren un sendero por el que transportan su cadáver hasta enterrarlo en la cima del monte Vaea, desde donde se divisa el mar. Contaba cuarenta y cuatro años.

Javier de Navascués

https://www.aceprensa.com/libros/robert-louis-stevenson-el-esp-ritu-de-aventura/

 «¿Qué es el insomnio?

 La pregunta es retórica; sé demasiado bien la respuesta. Es temer y contar en la alta noche las duras campanadas fatales, es ensayar con magia inútil una respiración regular, es la carga de un cuerpo que bruscamente cambia de lado, es apretar los párpados, es un estado parecido a la fiebre y que ciertamente no es la vigilia, es pronunciar fragmentos de párrafos leídos hace ya muchos años, es saberse culpable de velar cuando los otros duermen, es querer hundirse en el sueño y no poder hundirse en el sueño, es el horror de ser y de seguir siendo, es el alba dudosa...»

Jorge Luis Borges


 

martes, 23 de julio de 2024

Paul Auster





 La mayoría de los escritores llevan una doble vida. Ganan buen dinero en profesiones normales y se las arreglan lo mejor que pueden para escribir por la mañana temprano, a altas horas de la noche, durante el fin de semana, las vacaciones. William Carlos Williams y Louis-Ferdinand Céline eran médicos. Wallace Stevens trabajaba en una compañía de seguros. T.  S. Eliot fue banquero, luego editor. Entre mis conocidos, el poeta francés Jacques Dupin es codirector de una galería de arte en París. William Bronk, el poeta norteamericano, dirigió el negocio familiar de carbones y madera al norte del estado de Nueva York durante más de cuarenta años. Don DeLillo, Peter Carey, Salman Rushdie y Elmore Leonard trabajaron durante largas temporadas en publicidad. Otros escritores se dedican a la enseñanza. Esa es quizá la solución más corriente en la actualidad, y con tantas universidades importantes y facultades de provincias ofreciendo cursos de eso que llaman «talleres de escritura», novelistas y poetas andan continuamente a la greña para pescar clases. ¿Quién puede reprochárselo? El sueldo quizá no sea muy alto, pero se trata de un trabajo fijo y el horario es bueno.

    Mi problema era que no quería llevar una doble vida. No es que no quisiera trabajar, pero la idea de fichar en algún sitio de nueve a cinco me dejaba frío, totalmente desprovisto de entusiasmo. Con veintipocos años me sentía demasiado joven para sentar cabeza, demasiado lleno de proyectos para perder el tiempo ganando más dinero del que quería o necesitaba. En el aspecto financiero, solo pretendía arreglármelas. La vida era barata en aquella época y, como no tenía a nadie a mi cargo, me imaginaba que podría ir tirando con unos ingresos anuales de unos tres mil dólares.
    Hice un curso de posgrado, pero solo porque la Universidad de Columbia me ofrecía una beca de dos mil dólares y matrícula gratuita, lo que significaba que en realidad me pagaban por estudiar. Incluso en aquellas condiciones ideales, enseguida comprendí que no tenía nada que hacer allí. Estaba harto de clases, y la perspectiva de pasarme otros cinco o seis años estudiando me parecía un destino peor que la muerte. Ya no quería hablar más de libros, quería escribirlos. No me parecía bien, por principio, que un escritor se refugiase en la universidad, rodeándose de personas afines y viviendo demasiado a gusto. Existía un riesgo de autocomplacencia, y una vez que cae en ella, el escritor puede darse por perdido.
    No voy a justificar las decisiones que tomé. Si carecían de sentido práctico, lo cierto era que yo no pretendía serlo. Lo que deseaba eran experiencias nuevas. Ansiaba salir al mundo y ponerme a prueba, pasar de una cosa a otra, explorar todo lo que pudiera. Mientras mantuviese los ojos abiertos, me figuraba que todo lo que pasara sería aprovechable, me enseñaría cosas que ignoraba. Parece una actitud anticuada, y quizá lo fuese. Joven escritor se despide de familia y amigos y sale hacia un destino desconocido para descubrir de qué está hecho. Para bien o para mal, dudo de que me hubiese convenido cualquier otra actitud. Tenía energía, la cabeza llena de ideas y el gusanillo de los viajes. Como el mundo era tan grande, lo último que deseaba era andar con pies de plomo.
    No me resulta difícil describir estas cosas y recordar lo que me parecían entonces. El problema empieza cuando me pregunto por qué las hice y por qué las consideraba de aquel modo. Los demás jóvenes poetas y escritores de mi clase tomaban decisiones sensatas sobre su futuro. No éramos chavales ricos que pudieran contar con el apoyo económico de sus padres, y una vez que saliéramos de la universidad tendríamos que arreglárnoslas por nuestra cuenta. Todos nos enfrentábamos a la misma situación, todos conocíamos el paño, y sin embargo ellos actuaban de una forma y yo de otra. Eso es lo que sigo sin explicarme. ¿Por qué mis amigos obraban con tanta prudencia y yo con tanta temeridad?


 

 Creo en Balzac. Junto con Cervantes y Faulkner, es el novelista que más me ha influido. Y como todo gran escritor, posee muchas facetas. Pero acaso no hay otro que de manera tan deliberada dé su sitio a la realidad social («Moi, j’aurai porté toute une société dans ma tete») y, lado a lado, erija un espectro que es una advertencia: el relato fantástico. Realista y fantástico. Su realidad incluye la realidad de la imaginación. Sus personajes son ambiciosos trepadores sociales pero también los derrotados y humillados. Su obsesión es el dinero pero también el terror y el sueño. Sus pasiones son personales pero también colectivas. Los études de moeurs (Pére Goriot, Illusions Perdues, Eugénie Grandet) conviven con los estudios filosóficos (Louis Lambert, Séraphita, La Recherche de l’absolu).

    «El novelista de la energía y la voluntad», como lo llamó Baudelaire, es también novelista de un duelo constante con el terror. La energía tan prodigiosamente gastada por los arribistas balzacianos tiene sus recompensas. Posición social, dinero, fama. Pero también presenta cuentas inevitables, desgaste, vejez, pérdida, rendición… La peau de chagrin —la piel de onagro, piel de la pena— es el símbolo balzaciano del mundo de los objetos. Es el objeto supremo, la-cosa-en-sí, la posesión capaz de aumentar la posesión mediante el simple deseo.
    El precio es que, cada vez que deseamos y el deseo nos es concedido, la piel nos desposee de nuestra propia vida y nos ofrece, en cambio, la posesión final y eterna: la Muerte.

Carlos Fuentes

lunes, 22 de julio de 2024


 


 

 No hay que lamentarse por la muerte, como no hay que lamentarse por una flor que crece. Lo terrible no es la muerte, sino las vidas que la gente vive o no vive hasta su muerte. No hacen honor a sus vidas. Estúpidos gilipollas. Se concentran demasiado en follar, ir al cine, el dinero, la familia, follar. Sus mentes están llenas de algodón. Se tragan a Dios sin pensar, se tragan la patria sin pensar. Muy pronto se olvidan de cómo pensar, dejan que otros piensen por ellos. Sus cerebros están rellenos de algodón. Son feos, hablan feo, caminan feo. Ponles la gran música de los siglos y no la oyen. La muerte de la mayoría de la gente es una farsa. No queda nada que pueda morir.

Bukowski

sábado, 20 de julio de 2024

 En su disputa intelectual con la filosofía, el poeta a menudo quedó encasillado como un ser apartado de la sociedad, incluso filósofos como Sartre llegaron a negar que los poetas fueran capaces de comprometerse en la lucha social; sin embargo, es preciso observar que, a lo largo de la historia, muchas veces los poetas encarnaron la voz de pueblos enteros y sus poemas fueron un medio para la trascendencia no sólo del ser individual, sino de la comunidad. Bajo esta perspectiva es posible decir que el discurso poético tiene la cualidad de ser trascendente al brindar una lectura testimonial del paso del tiempo.


La noción del paso del tiempo en el poema es fundamental, no porque elabore una narración objetiva del tiempo histórico, sino porque ofrece una visión individual que parte de la voz del poeta. Toda experiencia poética siempre es un acto vivo que reúne la conciencia del pasado, representada por la voz del poeta, y la voz del lector en el presente; en ese sentido, el poema es un acto de participación en la vida pública, ya que toda lectura se integra a un conjunto de interpretaciones del poema y establece así concordancias o disidencias, lo que también significa que cada lector participa de la visión histórica que la voz del poeta ofrece en su texto. La poesía más que buscar describir, argumentar o anunciar, otorga la posibilidad de experimentar una relación viva con el tiempo y de participar del misterio de su composición.


En síntesis, por un lado, la poesía procura que cada persona cobre conciencia de sí misma y se realice en su mejor versión como sujeto individual, mientras que la filosofía apunta más hacia la visión de la comunidad e intenta que quienes la integran se unan en un mismo espíritu que conduzca al orden perfecto de las cosas.  Si bien la idea platónica de que el cuerpo es la cárcel del alma y de que la iluminación está separada de la experiencia carnal sigue enfrentando a la filosofía con la poesía, es posible distinguir en ambas partes un sentimiento primordial de “religación” que se sustenta en la comunicación entre los individuos y la comprensión de que la existencia del otro nace a partir de la comprensión de sí mismo. 

ÁMBAR HERRERA

https://casadeltiempo.uam.mx/index.php/22-ct-vi-7/352-ct-vi-7-filosofia-y-poesia-dos-vias-hacia-el-conocimiento-ambar-herrera


 


 

viernes, 19 de julio de 2024

"Con Kafka, a quien considero el más grande escritor del siglo XX, tuve algunos problemas. No es que no encontrara humor en Kafka, que lo hay y a raudales, sino que su humor era de un voltaje superior a mis fuerzas. Eso no me ocurrió con Musil ni Döblin ni Hesse, ni tampoco con Lichtenberg, a quien releo a menudo y que siempre me levanta el ánimo. Musil, Döblin, Hesse, escriben desde el borde del abismo, lo cual es meritorio. Casi nadie se atreve a escribir desde ahí. Pero Kafka escribe desde el abismo. Mientras cae por el abismo, que es pequeño como una flor o como una catedral, pero que también es grande como el universo. Kafka escribe mientras va cayendo, como Alicia en el País de las Maravillas".
-Roberto Bolaño


 


 

jueves, 18 de julio de 2024


 

 "La vida está hecha  

de días 

 que no significan nada 

y de momentos  

que significan todo”.

 

Cristina Peri Rossi

 Do not love half lovers

Do not entertain half friends
Do not live half a life
and do not die a half death

If you choose silence, then be silent
When you speak, do so until you are finished
Do not silence yourself to say something
And do not speak to be silent

If you accept, then express it bluntly
Do not mask it
If you refuse then be clear about it
for an ambiguous refusal is but a weak acceptance

Do not accept half a solution
Do not believe half truths
Do not dream half a dream
Do not fantasize about half hopes

Half the way will get you no where
Half an idea will bear you no results

Half a life is a life you didn't live,
A word you have not said
A smile you postponed
A love you have not had
A friendship you did not know

The half is a mere moment of inability
but you are able for you are not half a being
You are a whole that exists to live a life
not half a life. 

~ Khalil Gibran

miércoles, 17 de julio de 2024


 

  La experiencia demuestra en efecto que la felicidad está íntimamente ligada a nuestra sensibilidad, a nuestro carácter, a nuestra personalidad. Ciertos individuos están más inclinados que otros a ser felices: porque gozan de buena salud, porque son optimistas y de naturaleza alegre, porque ven espontáneamente el lado bueno de las cosas o porque tienen una estructura afectiva o emocional equilibrada. También me adhiero a la afirmación según la cual nuestras predisposiciones íntimas nos hacen felices o desgraciados, mucho más que nuestras posesiones o nuestros éxitos. Lo que me ha permitido ser feliz a lo largo de los años no es el éxito social o material –aunque hayan contribuido a ello– sino el trabajo interior que me ha permitido mejorar, curar las heridas del pasado, transformar o superar unas creencias que me impedían ser feliz, y también concederme el derecho a realizarme plenamente en el plano personal y social, un derecho que me vedé a mí mismo durante mucho tiempo. En este punto es donde discrepo con Schopenhauer. Aunque tenga razón en señalar que la felicidad depende esencialmente de la sensibilidad y de la personalidad, subestima en gran medida la posibilidad de actuar, gracias a la introspección, sobre nuestra propia sensibilidad para que florezca plenamente y, con ello, cumplir nuestros anhelos más profundos. Además, se observa una curiosa contradicción en el filósofo al postular una especie de determinismo genético y proponer a la vez unas reglas para ser más feliz... Sin duda porque fue muy desgraciado en su vida, Schopenhauer espera de la sabiduría más de lo que él mismo cree. Enfermizo desde su niñez, estuvo profundamente marcado por el suicidio de su padre, cuando él tenía diecisiete años, y durante toda su vida padecería grandes sufrimientos y frustraciones afectivas. Primero fue una pasión no correspondida con una actriz que le causó una violenta decepción. Durante la redacción de su obra maestra, El mundo como voluntad y como representación, mantuvo una relación con una criada que dio a luz un bebé que murió en el parto. Luego, tuvo que renunciar a casarse con una mujer que enfermó gravemente. Más tarde, se enamoró de una cantante que no pudo llevar su embarazo a término. Renuncia entonces a cualquier proyecto de matrimonio. Pero su vida profesional tampoco le procuró alegrías. A pesar de las esperanzas puestas en su libro, este pasa totalmente desapercibido y lo seguirá estando durante más de treinta años. Su carrera como docente también le deparó crueles decepciones: las clases que daba en la universidad fueron regularmente canceladas… por falta de público. Hasta tal punto que tuvo que renunciar, a su pesar, a la docencia. Comprendemos, entonces, su visión pesimista de la vida… sin por ello compartirla. Yo tuve una experiencia lo más opuesta posible, pues realicé ejercicios psicológicos y espirituales que me ayudaron a modificar la mirada sobre mí mismo y sobre el mundo. Pienso, al igual que Schopenhauer, que la felicidad y la infelicidad están en nosotros y que «con el mismo entorno, cada cual vive en otro mundo».5 Aunque, a diferencia de él, estoy convencido de que podemos modificar nuestro mundo interior.

Frederic Lenoir

 Nací en un barrio donde el lujo fue un albur,

por eso tengo el corazón mirando al sur.
Mi viejo fue una abeja en la colmena,
las manos limpias, el alma buena...
Y en esa infancia, la templanza me forjó,
después la vida mil caminos me tendió,
y supe del magnate y del tahúr,
por eso tengo el corazón mirando al sur.

Mi barrio fue una planta de jazmín,
la sombra de mi vieja en el jardín,
la dulce fiesta de las cosas más sencillas
y la paz en la gramilla de cara al sol.
Mi barrio fue mi gente que no está,
las cosas que ya nunca volverán,
si desde el día en que me fui
con la emoción y con la cruz,
¡yo sé que tengo el corazón mirando al sur!

La geografía de mi barrio llevo en mí,
será por eso que del todo no me fui:
la esquina, el almacén, el piberío...
lo reconozco... son algo mío...
Ahora sé que la distancia no es real
y me descubro en ese punto cardinal,
volviendo a la niñez desde la luz
teniendo siempre el corazón mirando al sur.

Eladia Blázquez

martes, 16 de julio de 2024


 



Things need not have

happened to be true.

Tales and dreams are the

shadow-truths that Will

endure when mere facts

are dust and ashes and

forgot.

NEIL GAIMAN

 "Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página."

 Jorge Luis Borges

lunes, 15 de julio de 2024

 Saint-Just escribió: «La felicidad es una idea nueva en Europa», y la «búsqueda de la felicidad» está incluso contemplada en la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776) como derecho inalienable del ser humano. La conquista de la felicidad se democratiza y acompaña a la sed colectiva de progreso de las sociedades. Pero, a partir del siglo XIX, mientras crece la aspiración al progreso social, surge una crítica de la búsqueda de la felicidad individual. Fundamentalmente, en el seno del movimiento romántico: la infelicidad parece más auténtica, más emocionante, más original. Se fomentan el «esplín», fuente esencial de inspiración, y la estética de la tragedia y del sufrimiento, considerados como meritorios y creativos. Se desprecia, se vilipendia, el anhelo de la felicidad, sentido como una preocupación burguesa por acceder al bienestar y a la tranquilidad. Flaubert da esta definición, llena de ironía: «Ser bobo, egoísta y gozar de buena salud: esas son las tres condiciones para ser feliz. Mas si carecemos de la primera, todo está perdido».10 A ello viene a añadirse una crítica más radical: la búsqueda de la felicidad, en definitiva, no serviría para nada. Bien porque consideramos que la vida feliz depende exclusivamente de la sensibilidad del individuo (Schopenhauer) o de las condiciones sociales y económicas (Marx), bien porque la consideramos como un estado fugaz, «un fenómeno episódico»11 (Freud), desvinculado de cualquier reflexión auténtica sobre nuestra propia existencia. Con las tragedias del siglo XX, los intelectuales europeos se volvieron aún más pesimistas, y la angustia pasó a ser el eje central de sus obras (Heidegger, Sartre), mientras que la conquista de la felicidad fue relegada al rango de las utopías obsoletas.

Frederic Lenoir


 David Pastor Vico

 «El verdadero contacto entre los seres sólo se establece en la presencia muda, en la aparente no comunicación, en el intercambio misterioso y sin palabras que se asemeja a la plegaria interior»

Emil Cioran. 


 Si me dieran a elegir, yo elegiría

esta salud de saber que estamos muy enfermos,

esta dicha de andar tan infelices.

Si me dieran a elegir, yo elegiría

esta inocencia de no ser un inocente,

esta pureza en que ando por impuro.

Si me dieran a elegir, yo elegiría

este amor con que odio,

esta esperanza que come panes desesperados.

Aquí pasa, señores,

que me juego la muerte.


sábado, 13 de julio de 2024


 

 El olor del café y los periódicos.

El domingo y su tedio. La mañana 
y en la entrevista página esa vana
publicación de versos alegóricos
de un colega feliz. El hombre viejo
está postrado y blanco en su decente
habitación de pobre. Ociosamente
mira su cara en el cansado espejo.
Piensa, ya sin asombro, que esa cara
es él. La distraída mano toca
               la turbia barba y saqueada boca.                                                                                     
No está lejos el fin. Su voz declara:
casi no soy, pero mis versos ritman
la vida y el esplendor. Yo fui Walt Whitman.

Jorge Luis Borges,


 

 La muerte, dice Georges Bataille en su maravilloso ensayo sobre Cumbres borrascosas, es el origen disfrazado. Puesto que el regreso al tiempo original del amor es imposible, la pasión de los amantes sólo puede consumarse en el tiempo eterno e inmóvil de la muerte. La muerte es un instante sin fin. ¿Por qué? Porque la muerte, radicalmente, ha renunciado al cálculo del interés. Nadie, muerto, puede decir «esto me conviene o no me conviene», «gano o pierdo», «subo o bajo». Éste es, en Pedro Páramo de Juan Rulfo, el triunfo final del novelista sobre su propio personaje cruel, calculador y, a diferencia de Heathcliff, anclado en la inmortalidad de un amor no correspondido hacia Susana San Juan. A cambio de esta derrota, Rulfo nos introduce, junto con todo un pueblo —Cómala—, a nuestra propia muerte. Gracias al novelista, hemos estado presentes en nuestra muerte. Estamos mejor preparados para entender que no existe la dualidad vida y muerte o la opción vida o muerte, sino que la muerte es parte de la vida, todo es vida. Imaginemos entonces que cada niño que nace cada minuto reencarna a cada una de las personas que mueren cada minuto. No es posible saber a quién reencarnamos porque nunca hay testigos actuales que reconozcan al ser reencarnado. Pero si hubiese un solo testigo capaz de reconocerme como el otro que fui, ¿entonces, qué? Me detiene en una calle… antes de descender de un auto o de entrar a un restorán… me toma del brazo… me obliga a participar de una vida pasada que fue la mía. Es un sobreviviente: el único capaz de saber que yo soy una reencarnación. El único capaz de decirme: —Una vida no basta. Se necesitan múltiples existencias para integrar una personalidad.

    Pero si no basta una vida para cumplir todas las promesas de nuestra personalidad truncada por la muerte, ¿corremos el peligro de irnos al extremo opuesto y creer que todo es espíritu y nada materia? Eterno aquél, perecedera ésta. ¿O es que nada muere por completo, ni el espíritu ni la materia? ¿Son similares sus desarrollos? Sabemos que los pensamientos se transmiten, más allá de la muerte. ¿Pueden transmitirse, también, los cuerpos?

    Las ideas nunca se realizan por completo. A veces se retraen, invernan como algunas bestias, esperan el momento oportuno para reaparecer. El pensamiento no muere. Sólo mide su tiempo. La idea que parecía muerta en un tiempo reaparece en otro. El espíritu no muere. Se traslada. Se duplica. A veces suple, e incluso, suplica. Desaparece, se le cree muerto. Reaparece. En verdad, el espíritu se está anunciando en cada palabra que pronunciamos. No hay palabra que no esté cargada de olvidos y memorias, teñida de ilusiones y fracasos. Y sin embargo, no hay palabra que no venza a la muerte porque no hay palabra que no sea portadora de una inminente renovación. La palabra lucha contra la muerte porque es inseparable de la muerte, la hurta, la anuncia, la hereda… No hay palabra que no sea portadora de una inminente resurrección. Cada palabra que decimos anuncia, simultáneamente, otra palabra que desconocemos porque la olvidamos y una palabra que desconocemos porque la deseamos. Lo mismo sucede con los cuerpos, que son materia. Toda materia contiene el aura de lo que antes fue y el aura de lo que será cuando desaparezca. Vivimos por eso una época que es la nuestra, pero somos espectro de otra época pasada y el anuncio de una época por venir. No nos desprendamos de estas promesas de la muerte.

Carlos Fuentes

viernes, 12 de julio de 2024


 

 ¿Cómo podemos ser felices sin curiosidad, sin preguntas, sin dudas ni argumentos? ¿Sin la alegría de pensar? Esas dos palabras, que son como la estocada de una espada que nos decapita, significan nada menos que la exigencia de vivir con nuestros sentimientos y nuestras acciones en contra de nuestra razón, son la demanda de una división total; la orden de sacrificar precisamente aquello que constituye el centro de la felicidad: la unidad interior y la coherencia de nuestra vida. El esclavo en las galeras está encadenado, pero puede pensar lo que quiera. Pero lo que Él, nuestro Dios, nos exige es que, con nuestras propias manos, llevemos nuestra esclavitud hasta lo más profundo de nuestro ser y que lo hagamos, además, por voluntad propia y con alegría. ¿Puede haber mayor escarnio? El Señor, en su omnipresencia, nos observa día y noche, a cada hora, cada minuto, cada segundo, lleva la cuenta de nuestras acciones y nuestro pensamiento; nunca nos deja en paz; no nos concede un momento en que podamos ser totalmente para nosotros. ¿Qué es un hombre sin secretos? ¿Sin pensamientos ni deseos que sólo él y ningún otro conoce? Los torturadores, aquellos de la Inquisición y los de hoy, lo saben: córtale la retirada hacia su interior, no apagues nunca la luz; nunca lo dejes solo; prohíbele el sueño y el silencio: hablará. La tortura nos roba el alma; destruye la soledad con nosotros mismos, necesaria como el aire que respiramos. ¿No pensó el Señor, nuestro Dios, que con su curiosidad desenfrenada y su repugnante deseo de observarlo todo, nos estaba robando el alma, un alma que, además, debe ser inmortal? ¿Quién quiere, en verdad ser inmortal? ¿Quién quiere vivir para toda la eternidad? ¡Qué aburrido e insípido debe ser saber que lo que pasa hoy, este mes, este año, no tiene ninguna importancia! vendrán aún incontables días, meses, años incontables, literalmente. Si así fuera, ¿es que algo tendría sentido? No tendríamos que preocupamos por el tiempo, no podríamos perdemos nada; no tendríamos que apuramos. Sería indistinto hacer algo hoy o mañana, totalmente indistinto. Ante la eternidad, millones de omisiones se convertirían en nada; no tendría sentido lamentar algo, pues siempre quedaría tiempo para compensarlo. No podríamos dormir ni una sola vez hasta entrado el día, porque ese placer se nutre de la conciencia del tiempo perdido; el holgazán es un aventurero enfrentado a la muerte; un cruzado contra los dictados de la prisa. Si siempre y en todas partes hay tiempo para todas y cada una de las cosas, ¿dónde habría espacio para el placer de perder el tiempo?

Pascal Mercier


 

 ¿De dónde la memoria

llega y se mira

cual si buscara ahora

la fe perdida?


no tiene escapatoria

tierra baldía

el pasado se forma

de tentativas


si acuden las congojas

a nuestra cita

allí donde se posan

quedan cautivas


ya no viene la aurora

como solía

alegre y remolona

puerta del día


guitarras candorosas

sirven de guía

y sus hebras son glorias

que desafinan


el mar pone gaviotas

en las orillas

y el horizonte monta

su lejanía


ya se fue la memoria

desfallecida

y quedamos a solas

con esta vida.


 Mario Benedetti



jueves, 11 de julio de 2024

Los filósofos de la Antigüedad estaban convencidos del carácter aleatorio y, en definitiva, intrínsecamente injusto de la felicidad. Por ello, las diversas etimologías de la palabra remiten casi siempre a una noción de suerte o de destino favorable. En griego, eudaimonia puede entenderse como el hecho de tener un buen daimon. Hoy diríamos: tener un ángel de la guarda o haber nacido con buena estrella. En francés, bonheur proviene del latín bonum augurium: buen augurio o buena fortuna. En inglés, happiness procede de la raíz islandesa happ, suerte. El hecho de ser feliz contiene, pues, una dosis importante de suerte: aunque sólo sea porque la felicidad depende en gran medida, como veremos más adelante, de nuestra sensibilidad, de nuestra herencia biológica, del medio familiar y social en el que hemos nacido y crecido, del entorno en el que nos movemos, de la gente que hemos conocido a lo largo de nuestra vida. Según lo anterior, ya que, por nuestra propia naturaleza o por el destino, tendemos a ser felices o infelices, ¿nos ayudaría a serlo más una reflexión acerca de la felicidad? Estoy convencido de ello: la experiencia, confirmada por numerosas encuestas científicas, demuestra que tenemos cierta responsabilidad en el hecho de ser felices (o de no serlo). A su vez, la felicidad se nos escapa de las manos y depende de nosotros. Estamos condicionados, aunque no determinados, a ser más o menos felices. Tenemos, pues, la facultad, por el uso de nuestra razón y de nuestra voluntad, de acrecentar nuestra capacidad de ser felices (sin que por ello nos esté garantizado el éxito de esa búsqueda). Convencidos por esa idea, un gran número de filósofos redactaron obras denominadas «de ética», con el fin de conducirnos a lograr la mejor vida, y la máfeliz posible. ¿No es esa la principal razón de ser de la filosofía? Como nos recuerda Epicuro, sabio ateniense que vivió poco tiempo después de Aristóteles, «la filosofía es una actividad que, por medio de discursos y razonamientos, nos procura una vida feliz».5 La búsqueda de una vida «buena» y «feliz» es lo que se llama la sabiduría. No en vano, «filosofía» significa etimológicamente «amor de la felicidad». La filosofía nos enseña a pensar bien para intentar vivir mejor. No se limita al pensamiento, también tiene un lado práctico y, al modo de los maestros de la Antigüedad, puede encarnarse en unos ejercicios psicoespirituales. La universidad actual forma a especialistas, mientras que la filosofía antigua pretendía formar a hombres. Tal como demostró Pierre Hadot en el conjunto de su obra, «la verdadera filosofía era, pues, en la Antigüedad, un ejercicio espiritual».6 La mayoría de los tratados de los filósofos griegos y romanos «emanan de una escuela filosófica, en el sentido más concreto de la palabra, en la que un maestro forma a unos discípulos y se esfuerza en conducirlos a la transformación y realización de sí mismos»

Frederic Lenoir


 


 

 "Nunca he tenido un padre y nunca una madre, pero he tenido siempre a mi Montaigne. Mis progenitores, los que nunca llamaré padre y madre, me rechazaron desde el primer momento, y saqué ya muy pronto consecuencias de ese rechazo, y corrí derecho a los brazos de mi Montaigne, ésa es la verdad. Montaigne, he pensado siempre, tiene una familia filosófica grande e infinita, pero nunca he querido a los miembros de esa familia filosófica más que a su jefe, mi Montaigne".


- Thomas Bernhard

miércoles, 10 de julio de 2024


 

 ¿Es Hamlet una obra mejor que Lear? Nadie lo sabe. Cada uno debe resolver esa cuestión por sí mismo. Permitir que unas autoridades, por muy cubiertas de pieles sedosas y muy togadas que estén, entren en nuestras bibliotecas y dejar que nos digan cómo leer, qué leer, qué valor dar a lo que leemos es destruir el espíritu de libertad que se respira en esos santuarios. En cualquier otra parte nos pueden atar leyes y convenciones; ahí no tenemos ninguna.


Virginia Woolf


 

martes, 9 de julio de 2024



 


 

 "No hago una sola cosa en el día, no estoy un sólo minuto, donde no quiero estar; nunca tuve una tarjeta de crédito para no tener cosas que cuidar; llevo 50 años viviendo en los hoteles, en los aeropuertos.


Vivo como un fantasma, como una hoja al viento; no tengo absolutamente nada, porque no me interesa tener nada material, pero sí me tengo; no tener para tenerse, ese es un gran secreto, ser dueño de uno.

Tengo el 100% de las acciones de mi vida en mi bolsillo y hago lo que me dice el corazón, ni siquiera lo que me conviene, porque me convendría hacer un montón de cosas que llevaría más gente al teatro, ser más conocido, sería fácil.

Yo vivo sin ningún tipo de esfuerzo, porque aprendí que es mas fuerte la fuerza natural, me mueve más la fuerza natural que el esfuerzo, y todo lo que sea antinatural no es bueno.

Un día un hermano mío le preguntó a mi madre: ¿cómo sé lo que Dios quiere para mí? Y mi madre le dijo: cuando estás haciendo lo amado, es lo que quiere Dios.

Dios quería que yo anduviera por los teatros recordando que la vida es un regalo extraordinario, y en las circunstancias que fuere, aún en la miseria, aún con cáncer o con lo que fuere, la vida es extraordinaria, el sólo hecho de estar presentes, de darse cuenta que uno está presente y todo sucede dentro y alrededor, es de una gran esperanza"...Si Señor!!

Facundocabral

lunes, 8 de julio de 2024


 

 Ay, he estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología, todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco, sin saber más que al principio. Tengo los títulos de Licenciado y de Doctor y hará diez años que arrastro mis discípulos de arriba abajo, en dirección recta o curva, y veo que no sabemos nada. Esto consume mi corazón. Claro está que soy más sabio que todos esos necios doc- tores, licenciados, escribanos y frailes; no me atormentan ni los escrúpulos ni las dudas, ni temo al infierno ni al demonio. Pero me he visto privado de toda alegría; no creo saber nada con sentido ni me jacto de poder enseñar algo que mejore la vida de los hombres y cambie su rumbo. Tampoco tengo bienes ni dinero, ni honor, ni distinciones ante el mundo. Ni siquiera un perro querría seguir viviendo en estas circunstancias. Por eso me he entregado a la magia: para ver si por la fuerza y la palabra del espíritu me son revelados ciertos misterios; para no tener que decir con agrio sudor lo que no sé; para conseguir reconocerlo que el mundo contiene en su interior; para contemplar toda fuerza creativa y todo germen y no volver a crear confusión con las palabras. Oh, reflejo de la luna llena, por la que tantas veces velé sentado ante este pupitre hasta que aparecías, melancólico amigo, sobre los libros y los papeles, si iluminaras por última vez mi pena; ¡ay!, si pudiera andar por las cumbres de los montes bajo tu amada claridad; flotar en las grutas acompañado de espíritus; vagar en tu penumbra por los prados y, habiéndose disipado todas las brumas del saber, bañarme, robusto, en tu rocío. ¡Ah!, ¿pero seguiré preso en esta cárcel?, agujero maldito y húmedo, hecho en un muro a través del cual incluso la querida luz del cielo entra turbia al pasar por las vidrieras. Encerrado detrás de un montón de libros roídos por los gusanos y cubiertos de polvo, que llegan hasta las altas bóvedas y están envueltos en papel ahumado. Cercado por cofres y retortas, aherrojado por instrumentos y trastos de los antepasados. Este es tu mundo, ¡vaya un mundo! ¿Y aún te preguntas por qué tu corazón se para, temeroso, en el pecho? ¿Por qué un dolor inexplicable inhibe tus impulsos vitales? En lugar de la naturaleza viva, en medio de la que Dios puso al hombre, lo que te rodea son osamentas de animales y esqueletos humanos humeantes y mohosos. ¡Huye!, sal fuera, a la amplia llanura. ¿No te será suficiente compañía ese libro misterioso, autógrafo de Nostradamus? Con su ayuda reconocerás el curso de las estrellas y, cuando la naturaleza te haya instruido, aumentará en ti la fuerza del alma, como si un espíritu le hablara a otro. En vano tratarás de explicar los sagrados signos mediante la ayuda de la árida reflexión; ¡volad, oh espíritus, junto a mí y decidme si me oís! (Abre el libro y serva el signo del Macrocosmosl .) ¡Ah!, qué deleite corre de súbito, al mirarlo, todos mis sentidos. Siento cómo la joven y santa felicidad vital me fluye por músculos y las venas con renovado ardor. ¿Fue acaso un Dios el que escribió estos signos que calman el furor de mi interior, llenan mi pobre corazón de gozo y, con un impulso secreto, me desvelan las fuerzas naturales? ¿Soy acaso, un dios? Todo se llena de claridad. En estos trazos puros se evidencia ante mi espíritu la activa naturaleza. Ahora sí que entiendo lo que dice el sabio: «No está cerrado el mundo espiritual; son tus sentidos los que están cerrados, es tu corazón el que está muerto; discípulo, levanta, y baña infatigablemente tu pecho terrenal en la aurora». 

Goethe

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