¿Te has preguntado alguna vez por qué los poetas, los narradores y los filósofos han sido tan valorados en todos los tiempos? No producían bienes, no construían casas ni conquistaban un imperio, y tampoco inventaban aparatos nuevos. Todo lo que podían hacer era soñar y hablar con los demás acerca de sus sueños y visiones. En diferentes siglos y en distintas civilizaciones, estos sueños tomaron muchas formas: las epopeyas de Homero y las visiones sufíes de Mukhi al-Din Ibn Arabi; los cuentos de Hans Christian Andersen y la filosofía de Dostoievski; las fantasías realistas de John Faulz y las novelas de J. K. Rowling. ¿Qué une a todas estas obras y otras miles escritas en diferentes épocas de la historia humana? Tienen distintos idiomas, estilos, maneras y pertenecen a diferentes continentes. Tienen algo en común: la imaginación y las imágenes surgidas en el cerebro de un escritor, filósofo o místico religioso se convierten en palabras y pasan a ser propiedad de la civilización. ¿Por qué estas historias son tan valoradas por otras personas? ¿Por qué los logros materiales de una época, como la ropa, utensilios, adornos y artículos de riqueza, desaparecieron sin dejar rastro, pero la más delicada cadena de palabras continuó viva después de que su creador se hubiera ido y, tras un tiempo, se convirtió en el orgullo de la nación? ¿Por qué nosotros, los seres humanos, somos tan aficionados a los cuentos de hadas y fantasías? ¿Qué esperamos encontrar en esas historias inventadas por otra persona?
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