En 1989 mi amigo Vasilis, recién doctorado en Economía, se esforzaba por encontrar un trabajo, pero no lo conseguía. Cada mes que pasaba, Vasilis bajaba un poco el listón, de manera que cada vez aspiraba a un puesto de trabajo peor que el anterior. En algún momento, cuando ya estaba completamente desesperado, me escribió a Australia (donde me había trasladado) lo siguiente: «Lo peor que le puede pasar a alguien, querido Yanis, es encontrarse tan desesperado que esté dispuesto a vender su alma al diablo y que éste no quiera comprarla».
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