La felicidad es esa gloriosa sensación en la que todo parece correcto, cuando los tiras y aflojas y los bordes irregulares parecen ajustarse a la perfección. En esos destellos de genuina felicidad, a veces muy breves, todo pensamiento es agradable y no te importaría que el mundo se detuviera y el instante presente durara para siempre. En última instancia, lo que hacemos en la vida es un intento por encontrar esta sensación y hacerla durar. Algunas personas la buscan en el amor; otras, en la riqueza o la fama; y otras, en algún tipo de autorrealización. Sin embargo, todos conocemos a personas que son profundamente amadas, logran grandes cosas, recorren el mundo, adquieren todos los juguetes que el dinero puede comprar, disfrutan de todos los lujos y, sin embargo, siguen anhelando el elusivo objetivo de la satisfacción, la alegría y la paz, también conocido como felicidad. ¿Por qué algo tan sencillo es tan difícil de encontrar? Lo cierto es que no lo es. Ocurre que la buscamos en los lugares equivocados. Pensamos en ella como un destino que hemos de alcanzar, cuando en realidad es donde todos hemos empezado. ¿Alguna vez has buscado tus llaves solo para descubrir que estaban en tu bolsillo? ¿Recuerdas cómo removías el contenido de tu escritorio, buscabas bajo el sofá y te sentías cada vez más frustrado al no encontrarlas? Obramos igual al esforzamos por encontrar la felicidad «ahí fuera», cuando, en realidad, la felicidad está donde siempre ha estado: en nuestro interior, como un elemento de diseño básico de nuestra especie.
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