Los pitagóricos viven en comunidad, son vegetarianos (derivación del principio de reencarnación en cualquier ser viviente) y pasan el día estudiando. Va naciendo o proto-naciendo la filosofía como búsqueda de un saber o del origen de un saber a través de nuestras prácticas, que, aunque abocada a la indagación del cosmos, no deja de preocuparse por el cuidado de sí y de los otros, no deja de poseer una fuerte motivación ética.
De Pitágoras a Sócrates el pasaje es evidente: solo el estudio intensivo de los fundamentos nos permite acceder al bien. Limpieza. Purificación. Conversión, en el sentido de aquel que, despojándose del error, va hallando la trama oculta que estructura nuestra realidad manifiesta. Así los pitagóricos aislados en sus prácticas sectarias, y así Sócrates caminando con sus alumnos por Atenas, dialogando. Prácticas dietéticas, eróticas, vinculares que resguardan la única preocupación realmente importante: la contemplación del bien, o sea de la verdad, o sea de la totalidad. O sea de lo imposible. Una imposibilidad más que se manifiesta en la respuesta que le da Pitágoras al tirano León cuando le pregunta si él es un sabio: sabio no, dice Pitágoras, solo un amante del saber, un philos-sophos. Tal vez sea el primer registro escrito que llega a nosotros del uso del término filósofo, previo incluso al sustantivo filosofía. Un amante, aspirante, deseante del saber. Alguien en falta.
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