miércoles, 25 de septiembre de 2024

 Ese día de octubre de 1923 en el que rumiaba su pena y su mentira, Miske sintió algo. Quizá una premonición. Llevaba nueve meses sin hacer deporte, descansando y a dieta, y se sentía algo mejor, pero quizá notó algo que no sabría explicar. Veía a su familia en la ruina y se imaginó cómo sería su vida sin él. Se dio cuenta de que ese momento estaba cerca. Y se fue a hablar con su manager.

"Búscame un combate", le pidió. Reddy, evidentemente, le dijo que no: "Sabes que vas a morir si peleas". Miskele miró a los ojos: "¿Qué más me da morir en el ring que esperar a la muerte sentado en una silla?". El dolor de ver a su familia sin nada le consumía. Llegaban las Navidades y sus hijos no tendrían regalos. Reddy accedió. Boxearía contra Bill Brennan el siete de noviembre.

Nadie daba un duro por Miske, visiblemente fuera de forma. Pero la pelea fue increíble. En el quinto asalto, un fulminante derechazo tumbaba a Brennan. El ganador levantó los brazos. Sólo acertó a decir que se sentía muy cansado.

Pasó unas semanas en la cama, cobró la bolsa. Se fue a gastar los 2.400 dólares de premio: compró los muebles que había vendido, encargó un piano para Marie (el sueño de toda su vida) y juguetes para sus hijos. Los mejores que nunca habían tenido. Le sobró dinero para mandarle algo a sus padres y dejarle a su esposa lo suficiente para asegurarse el futuro cercano. Se volvió a la cama.

El día de Navidad se levantó a ver el árbol que había puesto el resto de la familia. Agarró a su mujer de la mano y disfrutó con sus niños de los regalos. Apenas podía comer, pero seguía disimulando: Marie le vio devorar la cena.

El 26 de diciembre de 1923 ya no pudo tragarse el dolor. Llamó a su manager y le suplicó que lo llevara al hospital. De camino le contó a su mujer la verdad: desde hace cinco años le ocultaba una enfermedad que le comía por dentro. Seis días después, el 1 de enero de 1924, Billy Miske, 'El Rayo de St. Paul', moría entre terribles dolores. Se fue pensando que el último día de Navidad de su vida había sido el más feliz. Para él, pero sobre todo para su familia. Había merecido la pena boxear sabiendo que era su condena de muerte. 

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