sábado, 21 de septiembre de 2024

 Sabiendo lo que sabía, conociendo todo del hombre (¡ah!, ! quién hubiera pensado que el crimen no consiste tanto en hacer morir como en no morir uno mismo!), confrontado día y noche a su crimen inocente, se hacía demasiado difícil para él mantenerse en pie y continuar. Más valía terminar, no defenderse, morir, para no seguir siendo el único con vida y para ir a otra parte, a un lugar donde quizá le apoyarían. No fue apoyado, se quejó y, para rematarlo todo, fue censurado. Sí, creo que fue el tercer evangelista el que empezó por suprimir su queja. «¿Por qué me has abandonado?» Era un grito sedicioso, ¿no es cierto? ¡Y por lo tanto, las tijeras! Por otra parte, observe que si Lucas no hubiera suprimido nada, apenas hubiéramos advertido la cosa; en todo caso no hubiera ocupado tanto lugar. De ese modo el censor pregona lo que proscribe. También el orden del mundo es ambiguo. 

Ello no impide que el censurado no pudiera continuar. Y sé de lo que hablo, querido amigo. Hubo un tiempo en que yo ignoraba cada minuto cómo haría para llegar al siguiente. Sí, en este mundo se puede hacer la guerra, imitar el amor, torturar al prójimo, exhibirse en los periódicos, o simplemente hablar mal del vecino haciendo calceta. Pero en ciertos casos, continuar, únicamente continuar, resulta sobrehumano. Y él no era sobrehumano, puede usted creerme. Pregonó su agonía y por eso le amo, amigo mío, porque murió sin saber. 


Albert Camus,

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