La mayoría de la gente utiliza su riqueza para financiar un estilo de vida lujoso que le granjeará la admiración de los demás. Sin embargo, los estoicos argumentan que ese estilo de vida es contraproducente si nuestro objetivo no es vivir bien, sino tener una buena vida.
Consideremos, por ejemplo, las comidas extravagantes asociadas con la vida lujosa. ¿Acaso quienes comen así experimentan más placer que quienes mantienen dietas más austeras? Musonio no lo cree. Las personas con dietas extravagantes, afirma, se asemejan al hierro que, debido a su inferioridad, ha de ser constantemente afilado; más exactamente, estos individuos serán infelices con la comida a menos que haya sido «afilada» con vino puro, vinagre o vinagreta. [7]
Existe el peligro real de que, si nos exponemos a un estilo de vida lujoso, perdamos la capacidad de disfrutar de las cosas simples. Antes disfrutábamos del sabor de un plato de macarrones con queso acompañado de un vaso de leche, pero después de vivir en el lujo durante unos pocos meses descubrimos que los macarrones ya no satisfacen nuestro exigente paladar; los rechazamos en favor de los fetuccine Alfredo, acompañados de una marca específica de agua embotellada. Y poco después, y si nos lo podemos permitir, rechazaremos incluso esta comida en favor del risotto con gambas dulces de Maine y flores de calabaza recién cogidas, acompañado de esa botella de vino Riesling tan elogiada por los críticos, y precedido, evidentemente, por una buena ensalada de lechuga rizada cubierta por alcachofas braseadas, habas, queso Valençay, espárragos pequeños y tomates cherry confitados. [8]
Cuando la gente es difícil de complacer como resultado de la exposición a la vida lujosa, ocurre algo curioso. En lugar de lamentar la pérdida de su capacidad para disfrutar de las cosas sencillas, se enorgullecen de su recién adquirida capacidad para disfrutar solo de «lo mejor». Sin embargo, los estoicos compadecerían a estos individuos. Señalarían que al socavar su capacidad para disfrutar de cosas sencillas y fáciles de conseguir — un plato de macarrones con queso, por ejemplo — han perjudicado seriamente su capacidad para disfrutar de la vida. Los estoicos se esforzaban para no ser víctimas de este tipo de sibaritismo. De hecho, valoraban mucho su capacidad para disfrutar de la vida cotidiana — y su capacidad para encontrar fuentes de deleite cuando se vive en condiciones primitivas.
En parte, esa era la razón por la que Musonio defendía una dieta simple. Más exactamente, pensaba que era mejor tomar alimentos que necesitaran poca preparación, entre ellos frutas, verduras, leche y queso. Intentaba evitar la carne porque pensaba que era un alimento más apropiado para los animales salvajes. Recomendaba elegir los alimentos «no por placer, sino por su poder nutritivo, no para complacer al paladar, sino para fortalecer el organismo». Por último, Musonio nos aconseja seguir el consejo de Sócrates: en lugar de vivir para comer — en lugar de pasarnos la vida buscando el placer derivado de la comida — , deberíamos comer para vivir. [9]
¿Por qué Musonio debería privarse de lo que parecen placeres gastronómicos gastronómicos inofensivos? Porque no cree que sean inofensivos. Recuerda la observación de Zenón, según la cual deberíamos evitar aficionarnos a las exquisiteces, porque una vez que empezamos este camino será difícil parar. Otra cosa que hemos de tener en mente es que aunque pasen meses o incluso años entre nuestros encuentros con otras fuentes de placer, hemos de comer todos los días, y que cuanto más nos tiente un placer, más peligroso será que sucumbamos a él. Por esa razón, afirma Musonio, «el placer vinculado a la comida es sin duda el más difícil de combatir de todos los placeres».
William Irvine
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