miércoles, 17 de mayo de 2023

  El cerebro emocional mantiene, pues, casi una mayor intimidad con el cuerpo que con el cerebro cognitivo. Y por esta razón suele ser más fácil acceder a las emociones a través del cuerpo que mediante la palabra. Marianne, por ejemplo, que seguía desde hacía dos años una cura psicoanalítica freudiana tradicional, se tendía en el diván y se esforzaba todo lo posible para “asociar libremente” temas que la hacían sufrir, a saber, y esencialmente, su dependencia afectiva de los hombres. Sólo tenía la impresión de vivir plenamente cuando un hombre le repetía que la amaba. Soportaba muy mal las separaciones, incluso las más breves. Esto la dejaba en un estado de ansiedad difusa, como una niña. Tras dos años de análisis, Marianne comprendía perfectamente su problema. Podía describir con detalle la complicada relación con su madre, que la confió a menudo a nodrizas anónimas, y se decía que con toda probabilidad eso explicaría su permanente sentimiento de inseguridad. Con el espíritu formado en una gran escuela, Marianne se había apasionado por el análisis de sus síntomas y la manera en que los revivía en la relación con su analista, del que se había hecho, claro está, muy dependiente. Marianne había realizado grandes progresos y se sentía más libre, aunque en el análisis nunca había podido revivir el dolor y la tristeza de su infancia. Siempre concentrada en sus pensamientos y el lenguaje, ahora se daba cuenta de que nunca había llorado en el diván. Con gran sorpresa, fue al visitar a una masajista, en el transcurso de una semana de talasoterapia, cuando de repente se reencontró con sus emociones. Se hallaba tendida de espaldas y la masajista le masajeaba suavemente el vientre. Cuando acercó las manos a un punto concreto, por debajo del ombligo, Marianne sintió ascender un sollozo hasta la garganta. La masajista se dio cuenta y le pidió que simplemente observase lo que sentía, y después insistió, con suavidad, aplicando movimientos giratorios sobre ese punto. Al cabo de pocos segundos, Marianne fue presa de violentos sollozos que le sacudieron todo el cuerpo. Se vio en una mesa de hospital, tras una operación de apendicitis, a los siete años, sola, porque su madre no había regresado de vacaciones para ocuparse de ella. Esta emoción, que tanto había buscado en su cabeza, se hallaba desde siempre oculta en su cuerpo.

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