«Yo te fui desnudando de ti mismo,
de los «tús» superpuestos que la vida
te había ceñido…
Te arranqué la corteza —entera y dura—
que se creía rama, que tenía
la forma de la fruta.
Y ante el asombro vago de tus ojos
surgiste con tus ojos aun velados
de tinieblas y asombros…
Surgiste de ti mismo;
de tu sombra fecunda — intacto y desgarrado
en alma viva…».
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