Estamos siempre pendientes de nuestros sentimientos, pero la parte engañosa es que sentimientos y emociones no son lo mismo. Tendemos a confundirlos, pero los sentimientos son estados internos subjetivos que, en sentido estricto, solo conocen quienes los experimentan. Yo conozco mis propios sentimientos, pero no los vuestros, a menos que me habléis de ellos. Comunicamos nuestros sentimientos mediante el lenguaje. Las emociones, en cambio, son estados corporales y mentales —desde la ira y el miedo hasta el deseo sexual y el afecto, y también el ansia de dominio— que impulsan el comportamiento, que son inducidas por ciertos estímulos y que van acompañadas de cambios corporales. Las emociones son detectables exteriormente por expresiones faciales, cambios del color de piel, el timbre vocal, los gestos, el olor, etc. Solo cuando una persona que experimenta estos cambios adquiere conciencia de ellos podemos hablar de sentimientos, que son experiencias conscientes. Mostramos nuestras emociones, pero hablamos de nuestros sentimientos. Consideremos la reconciliación, o la reunión amistosa tras una confrontación. La reconciliación es una interacción emocional mensurable: todo lo que un observador necesita para detectarla es algo de paciencia para ver lo que ocurre entre dos antagonistas al cabo de un rato. Pero los sentimientos que acompañan a una reconciliación —arrepentimiento, perdón, alivio— solo son cognoscibles por los que los experimentan. Podemos sospechar que los otros tienen los mismos sentimientos que uno, pero no podemos asegurarlo, ni siquiera cuando se trata de miembros de nuestra propia especie. Por ejemplo, alguien puede afirmar que ha perdonado a otra Página 11 persona, pero ¿podemos confiar en esta información? Con demasiada frecuencia, a pesar de lo dicho, la afrenta en cuestión vuelve a salir a la luz a las primeras de cambio. Conocemos nuestros estados internos de manera imperfecta y a menudo nos engañamos a nosotros mismos y a los que nos rodean. Somos maestros en el arte de comunicar falsa felicidad, ausencia de miedo y amor engañoso. Por eso me gusta trabajar con criaturas no lingüísticas, que me obligan a adivinar sus sentimientos, pero al menos nunca me embaucan con lo que me dicen de ellas.
Frans De Waal
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