Las democracias de baja intensidad son regímenes formalmente democráticos pero socialmente fascistas. Empaquetados en el aparente envoltorio de la existencia de partidos, elecciones y medios de comunicación, pero que albergan tasas de desempleados, sin techo, enfermos, desnutridos, ignorantes y precarios que obligan a hablar del «genocidio silencioso» que ayer afectó a buena parte del planeta y hoy ha aterrizado en la desvencijada Europa.
Las revoluciones no son malas por sí mismas. Solo lo son cuando fracasan. Y revolución, como decía Lula, el presidente de Brasil, a veces es que la gente pueda comer tres veces al día. Dime cuáles son las dificultades para poner en marcha tus necesidades y te diré los contornos de tu revolución.
Tarea para pensar la democracia en casa VIII . El tiempo se acaba: agua y tierra para cuando no nos podamos comer el dinero
Comiéndome un yogur ecológico, satisfecho por estar haciendo mi pequeña parte de consumo responsable, vine en repasar la etiqueta. Todo era ecológico, estaba testado, tenía detrás garantías sanitarias de todo tipo. La promesa de disfrutar de un yogur ajeno a pesticidas, antibióticos, metales pesados, bacterias mortales y alguna que otra lindeza más que puebla el mundo industrial de los lácteos me congraciaba con mi decisión. El yogur tenía detrás, como garante de todo el proceso, una cooperativa belga, y el compromiso cívico de los belgas (principalmente con los belgas, que con África es otra cosa) era otro elemento a su favor.
Sin embargo, algo no funcionaba. ¿Comerse un yogur belga en Madrid? ¿Cuál era la huella ecológica de un simple yogur de vainilla? ¿Cuántos los kilómetros recorridos? ¿Cuánto combustible, cuántos gastos de transporte, qué pasa con las cámaras frigoríficas? ¿Compromiso medioambiental en un yogur ecológico? Ahí entendí que, con la clara salvedad de las cooperativas de producción y consumo locales, la distribución de productos ecológicos no tenía detrás un compromiso con el medio ambiente, sino con una alimentación sana. Por lo general, esos productos suelen ser mucho más caros. Al final, el consumo ecológico en los canales tradicionales de distribución (otra cosa son las cooperativas de consumo) es una pieza más en el entramado que el ecologismo coherente quiere superar. Hay una economía de la comida ecológica que divide a la gente no entre ecologistas y consumistas, sino entre gente que puede comer sano porque puede pagarlo caro y el resto de la ciudadanía. Fue mi último yogur belga en Madrid. En medio de tantas contradicciones, un pequeño paso en el compromiso con lo que Gandhi llamaba swadeshi (consumir las cosas cuanto más cerca mejor) y una confirmación más de que la publicidad es una de las principales herramientas políticas que sostienen el modelo.
El delito de lesa humanidad es aquel que usurpa la condición esencial de las personas como Homo sapiens . Cegados por el ansia consumista, vamos construyendo paulatinamente, y no siempre siendo conscientes de ello, un inmenso campo de concentración caracterizado por la degradación de los ecosistemas y la contaminación de la biosfera. Rotas las posibilidades de una relación equilibrada con nuestro entorno, quedamos condenados a ese robo absoluto de nuestra humanidad: el desarraigo, es decir, la ruptura de los lazos sociales y la quiebra de los lazos con el medio ambiente, ejemplificado con el creciente éxodo a grandes ciudades. Solo hay un ecosistema que configura un bien común compartido por todos los seres humanos. Nada nos hermana como la defensa de ese bien común. El que ensucia el aire nos ensucia a nosotros y se ensucia a sí mismo. Es evidente que si la tierra es un patrimonio común y necesario a todos los seres humanos, nadie puede mancillarlo. La defensa coherente del medio ambiente nos lleva a cambiar el régimen de propiedad de lo que afecta al medio ambiente. En buena lógica, nos sitúa en posiciones revolucionarias.
Juan Carlos Monedero
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