viernes, 31 de mayo de 2024
El 13 de diciembre de 1988 moría María Teresa León aquejada de una enfermedad que le borró los recuerdos. Para los libros de texto y para los homenajes era la mujer de Rafael Alberti. Pero la verdad olvidada es que estamos ante una escritora excepcional de cuyos escritos apenas hay rastro en la red y cuyos libros están, sobre todo, descatalogados. Fue además una intelectual combativa cuya memoria se esfuerza hoy por recuperar su hija Aitana.
jueves, 30 de mayo de 2024
'La peste' fue el primer libro que leí con conciencia, digamos, literaria. Tengo muy clara la escena. Porque íbamos caminando por la calle y enfrente había un muro, y tengo esa imagen muy nítida porque entonces ella me hace la pregunta. Teníamos quince, dieciséis años. Yo cursaba el secundario y no estaba interesado mayormente en la cultura, jugaba al billar, qué sé yo, pero estaba esta chica que venía de una familia anarquista y era abanderada y tenía esa tradición cultural de los anarquistas. Íbamos caminando por esa calle cuando ella me preguntó qué estaba leyendo. Yo no estaba leyendo nada, pero recordé un libro que había visto expuesto en una librería y dije su título. Era 'La peste', de Camus. Pero entonces ella me lo pide prestado. Ese día lo compré, lo leí esa noche, lo arruiné un poco para que pareciese usado y se lo presté. Los libros importantes de mi vida están conectados con escenas, situaciones. Si uno recuerda la situación (dónde lo compró, dónde lo leyó), aunque no recuerde bien el contenido, quiere decir que ese libro fue muy importante, no en general sino para uno. El recuerdo de los libros está acompañado de la situación en que fueron leídos.
«A veces digo, aunque no del todo en serio, que el enamoramiento es la parte excitante del principio, y que el amor real es la parte aburrida que viene después —me dijo en una ocasión la poetisa Wendy Cope—. Los enfermos de amor están poniendo a prueba sus fantasías frente a la realidad.» Pero, dada la angustia que eso puede causar —la pérdida de la libertad mental, la insatisfacción consigo mismo y el terrible dolor—, ¿por qué algunos se empeñan en ignorar la realidad durante tanto tiempo? A menudo, la razón de esto es que afrontar la realidad implica aceptar la soledad. Y mientras que la soledad puede ser útil —motivándonos, por ejemplo, a conocer a alguien nuevo—, el miedo a la soledad puede funcionar como una trampa, encerrándonos en un sentimiento duradero de abatimiento amoroso. En el peor de los casos, el enamoramiento se convierte en un hábito mental, una manera de mirar el mundo que no es muy distinta a la paranoia.
STEPHEN GROSZ
miércoles, 29 de mayo de 2024
Hay historias que los otros cuentan sobre nosotros; hay historias que contamos sobre nosotros mismos. ¿Cuáles se acercan más a la verdad? ¿Está acaso tan claro que son las propias? ¿Somos una autoridad sobre nosotros mismos? Aunque ésta no es, en verdad, la cuestión que me ocupa. La cuestión, en realidad, es: ¿hay acaso en estas historias diferencia entre verdadero y falso? Por cierto la hay en lo que dicen sobre nuestro aspecto exterior. ¿Pero cuando nos proponemos comprender al otro en su interior? Ese viaje, ¿llega alguna vez a su término? ¿Es el alma un espacio de hechos reales? ¿O lo que suponemos hechos reales no son más que las sombras engañosas de nuestras historias?
Pascal Mercier
martes, 28 de mayo de 2024
Si muy pocos pueden rememorar en su genealogía a un héroe o a un genio, todos podemos acercarnos al gran acervo verbal de la muerte por vía de la palabra poética.
Nadie, para mí, se acerca más a mi propio sentimiento mortal que uno de los dos más grandes poetas del Siglo de Oro español (el otro es Góngora), Francisco de Quevedo. Evidencia de la muerte: «¡Cómo de entre mis manos te resbalas! ¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!… ¡Oh condición mortal, oh dura suerte! / ¡Que no puedo querer vivir mañana / sin la pensión de procurar mi muerte!» Pero evidencia, también, del amor constante más allá de la muerte: «Alma a quien todo un dios prisión ha sido… / su cuerpo dejará, no su cuidado; / serán ceniza, mas tendrá sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado.»
John Donne le da otro giro a la muerte temprana. La joven mujer tenía quince años, dice la Elegía, y el destino no le abrió las puertas del porvenir. Se llevó la libertad de su propia muerte, pero convirtió a cada sobreviviente en su delegado a fin de cumplir el destino que pudo ser el de ella. Victoria, así, sobre la muerte: «For since death will proceed to triumph still, / He can find nothing, after her, to kill.»
Ésta es la muerte que nos pertenece a todos. La muerte compartida de la palabra que vence a la muerte.
Permanece, sin embargo, el hecho de que, precedidos, o sucedidos, olvidados o recordados, morimos solos y, radicalmente, morimos para nosotros solos. Quizás no morimos del todo para el pasado, pero ciertamente, morimos para el futuro. Quizás seamos recordados, pero nosotros mismos ya no recordaremos. Quizás muramos sabiendo todas las cosas del mundo, pero de ahora en adelante, nosotros mismos seremos cosa. Vimos y fuimos vistos por el mundo. Ahora el mundo seguirá siendo visto, pero nosotros nos habremos vuelto invisibles. Puntuales o impuntuales, vivimos de acuerdo con los horarios de la vida. Pero la muerte es el tiempo sin horas. ¿Tendré más gloria que la de imaginar que mi muerte es singular, sólo para mí, butaca preferente en el gran teatro de la eternidad?
Hay quienes esperan que la muerte los libere de su propia memoria. Muchos suicidas. Hay quienes lamentarán toda la vida (la que les resta) no haber prestado atención, no haber tendido la mano o escuchado a la persona que se fue para siempre. Hay el silencio del amor viril que debe esperar hasta la muerte para manifestarse, diciéndole al muerto lo que jamás, por pudor, le dijimos al vivo. Tejido de pesares y arrepentimientos que son como la segunda mortaja del muerto. Y éste, ¿habrá ejercido el derecho de llevarse un secreto a la tumba? ¿No es éste uno de los grandes derechos de la vida: saber que sabemos algo que jamás diremos?
No queremos, por más negaciones y fatalidades que se acumulen sobre nuestras cabezas, por más testimonios y certezas de lo imposible que nos presente la fiscalía de la muerte, renunciar a la convicción de que la muerte no es la nada, es algo, es valiosa, aunque ella misma nos diga lo contrario. Creemos que la muerte de hoy dará presencia a la vida de ayer. Con Pascal repetimos: «Nunca digas «lo he perdido”. Mejor di: “lo he devuelto».» Piensa que es cierto. Hay quienes mueren para ser amados más. Piensa que el muerto amado vive porque el amor que nos unió está vivo en mi vida. Piensa que sólo lo que no quiere sobrevivir a todo precio tiene la oportunidad de vivir realmente. Querer sobrevivir a todo precio es la maldición del vampiro que nos habita.
Carlos Fuentes
«A veces no hay advertencias. Las cosas ocurren en segundos. Todo cambia. Estás vivo. Estás muerto. Y todo sigue adelante.
Somos delgados como el papel. Existimos a base de suerte, entre porcentajes, temporalmente. Y eso es lo mejor y lo peor, el factor temporal. Y no se puede hacer nada al respecto. Puedes sentarte en la cima de una montaña y meditar durante décadas, pero eso no va a cambiar. Puedes cambiar tú mismo y aprender a aceptar las cosas, pero quizá eso sea también un error. Quizá pensemos demasiado. Hay que sentir más, pensar menos».
Charles Bukowski,
lunes, 27 de mayo de 2024
Como rector de la Universidad Nacional de México, Vasconcelos mandó imprimir, en 1920, una colección de clásicos en preciosas ediciones de Homero y Virgilio, de Platón y Plotino, de Goethe y Dante, joyas bibliográficas y artísticas, ¿para un pueblo de analfabetos, de pobres, de marginados? Exactamente: la publicación de clásicos de la universidad era un acto de esperanza. Era una manera de decirle a la mayoría de los mexicanos: un día, ustedes serán parte del centro, no del margen; un día, ustedes tendrán recursos para comprar un libro; un día, ustedes podrán leer y entenderán lo que hoy entendemos todos los mexicanos.
Defender la alegría como una trinchera defenderla del caos y de las pesadillas de la ajada miseria y de los miserables de las ausencias
sábado, 25 de mayo de 2024
"La honestidad y la amabilidad: ganar poco y gastar menos, hacer, en general, a una familia feliz por la mera presencia, renunciar a algo cuando sea necesario hacerlo y no amargarse por ello, tener pocos amigos pero mantenerlos incondicionalmente y, frente a la misma condición sombría, ser siempre amigo de uno mismo: he ahí una tarea para la que se requiere todo lo que se tiene de fortaleza y delicadeza".
—Robert Louis Stevenson
viernes, 24 de mayo de 2024
A menudo nos decimos: “Una vez que tenga éxito podré hacer esto, y luego haré aquello, y lo de más allá…” Y sin embargo, ya tenemos adentro todo lo que queremos. Qué irónico. Afuera, donde pensamos que están las soluciones, siempre habrá algo más que querramos, no importa lo que tengamos. Adentro, somos inmensamente ricos y no hay nada que nos impida disfrutar de nuestras riquezas en su totalidad, excepto nuestra mente, que siempre quiere jugar el juego de afuera. Para ganar el juego de afuera es necesario que sucedan ciertas cosas: Conseguir el trabajo, recibir el aumento de sueldo, que nos den el contrato, casarnos, conquistar Mesopotamia. Nuestra satisfacción depende de las circunstancias. Pero la vida interior de amor, alegría y calma puede ser satisfactoria sin que importen las circunstancias. ¿Podemos “fingir” que somos quienes somos, con honestidad e integridad? Sabemos que podemos cambiar el cuerpo a través del entrenamiento, la imaginación a través de la creatividad, las emociones a través de la experiencia y la mente a través del aprendizaje. Todo esto nos ayudará a formar un nuevo ser. ¿Pero qué ser estamos formando? ¿El ser falso ó uno auténtico? Hay formas de averiguarlo. Sabemos que estamos viviendo en el ser auténtico cuando somos más amorosos y cariñosos con nosotros mismos y los demás, cuando dejamos de lastimarnos a nosotros mismos y a los demás, cuando apreciamos y nos importa lo que forma parte de nuestras vidas, y cuando podemos hacer servicio sin buscar recompensa. La mayoría de nosotros vive en el ser falso el 99 por ciento del tiempo. Nos importa la imagen—cómo nos perciben los demás— y tener éxito (lo que en esta cultura significa generalmente tener mucho dinero). Pero no importa cuánto dinero y éxito adquiera el ser falso, nunca es suficiente, así que seguimos codiciando más. Nos comparamos con los demás y nos quedamos cortos; y caemos en sentimientos de carencia y miedo al futuro. Es un círculo vicioso: Cada éxito, cada solución, se transforma en el problema de mañana.
JOHN-ROGER
jueves, 23 de mayo de 2024
Cantares mexicanos es una colección de poemas líricos que originalmente fueron escritos en lengua náhuatl y se transmitían de generación en generación por tradición oral.
miércoles, 22 de mayo de 2024
"Para que yo pudiera amarte
martes, 21 de mayo de 2024
Allá donde encontramos lo perdido
Allá donde se va lo que se tuvo
Allá donde los muertos están muertos
y hay días en que renacen y repiten
los actos anteriores a su muerte
Allá donde lloradas lágrimas se vuelven
a llorar sin llanto
y en donde labios intangibles se buscan
y se encuentran ya sin cuerpo
Allá donde pronto somos niños
y tenemos casa
y en donde las ciudades son fotografías
y sus monumentos residen en el aire
y hay pedazos de jardines atados a unos ojos
Allá donde los árboles están en el vacío
donde hay amores y parientes mezclados
con objetos familiares
Allá donde las fiestas suceden a los duelos
los nacimientos a las muertes
los días de lluvia
a los días de sol
Allá, solitario, sin tiempo, sin infancia,
cometa sin orígenes, extranjero al paisaje
paseándote entre extraños
Allá resides tú,
donde reside la memoria.
Elena Garro
Cualquier teoría del amor debe comenzar con una teoría del hombre, de la existencia humana. Si bien encontramos amor, o más bien, el equivalente del amor, en los animales, sus afectos constituyen fundamentalmente una parte de su equipo instintivo, del que sólo algunos restos operan en el hombre. Lo esencial en la existencia del hombre es el hecho de que ha emergido del reino animal, de la adaptación instintiva, de que ha trascendido la naturaleza —si bien jamás la abandona y siempre forma parte de ella— y, sin embargo, una vez que se ha arrancado de la naturaleza, ya no puede retornar a ella, una vez arrojado del paraíso —un estado de unidad original con la naturaleza— querubines con espadas flameantes le impiden el paso si trata de regresar. El hombre sólo puede ir hacia adelante desarrollando su razón, encontrando una nueva armonía humana en reemplazo de la prehumana que está irremediablemente perdida. Cuando el hombre nace, tanto la raza humana como el individuo, se ve arrojado de una situación definida, tan definida como los instintos, hacia una situación indefinida, incierta, abierta. Sólo existe certeza con respecto al pasado, y con respecto al futuro, la certeza de la muerte. El hombre está dotado de razón, es vida consciente de sí misma; tiene conciencia de sí mismo, de sus semejantes, de su pasado y de las posibilidades de su futuro. Esa conciencia de sí mismo como una entidad separada, la conciencia de su breve lapso de vida, del hecho de que nace sin que intervenga su voluntad y ha de morir contra su voluntad, de que morirá antes que los que ama, o éstos antes que él, la conciencia de su soledad y su «separatidad», de su desvalidez frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad, todo ello hace de su existencia separada y desunida una insoportable prisión. Se volvería loco si no pudiera liberarse de su prisión y extender la mano para unirse en una u otra forma con los demás hombres, con el mundo exterior. La vivencia de la separatidad provoca angustia; es, por cierto, la fuente de toda angustia. Estar separado significa estar aislado, sin posibilidad alguna para utilizar mis poderes huma nos. De ahí que estar separado signifique estar desvalido, ser incapaz de aferrar el mundo —las cosas y las personas— activamente; significa que el mundo puede invadirme sin que yo pueda reaccionar. Así, pues, la separatidad es la fuente de una intensa angustia.
Erich Fromm
lunes, 20 de mayo de 2024
La globalización sin reglas para todos, esto es, la globalización sin polis es como una isla desierta: no hay responsabilidades pues no hay habitantes. Una tierra ilimitada es como un desierto. La mercantilización de todo, incluidos los humanos, tratados como clientes y no como ciudadanos, es una desertización del planeta. Las plazas públicas, lugares de encuentro entre iguales, se sustituyen, por un enorme mercado o bazar (como adelantó la película de Ridley Scott, en Blade Runner ) donde solo se es consumidor y vendedor, cazador o cazado. Los ciudadanos del mundo, como nuevos Viernes, o se someten o ni siquiera serán tomados como esclavos. La utopía neoliberal es el sueño de unos pocos que dominan a muchos con un guión excelente donde al final, como en las grandes tragedias, necesariamente muere mucha gente.
Juan Carlos Monedero
sábado, 18 de mayo de 2024
A lo mejor que el alma ha acogido se añade más y más materia extraña. Cuando alcanzamos lo bueno de este mundo, le damos el nombre de locura y engaño. Los magníficos sentimientos que nos llenaron de vida, se quedaron anquilosados en el caos del mundo. Si con audaz vuelo la fantasía se lanza, esperanzada, ampliando el espacio hacia el infinito, le basta luego un pequeño recodo si, pasada la fortuna, fracasa en el torbellino del tiempo. La preocupación anida de inmediato en las profundidades del corazón; allí da pábulo a secretos dolores, se mece, inquieta, y perturba el plan y la calma; se cubre constantemente con máscaras nuevas: puede aparecer como casa y corte, corno mujer y niño, como fuego y agua, daga y veneno; pero, sobre todo, te estremece lo que no te afecta y siempre lloras lo que nunca pierdes. ¡No soy como los dioses!, bien lo noto. Soy como un gusano que escarba el polvo y al que, nutriéndose de polvo, aplasta y sepulta la pisada del caminante. ¿No es polvo lo que en esa alta pared de cien balda me sofoca? ¿No hay polvo en los mil cachivaches que me abruman y me confinan en este mundo de polillas? ¿Habré de leer, quizá, en miles de libros, que por todas partes los hombres se torturan y que aquí y allá hubo uno feliz? ¿De qué te ríes sardónicamente, hueca calavera? ¿Se extravió tu seso como el mío? ¿Buscó el día claro y, ansiando la verdad, se perdió lamentablemente en el crepúsculo? Instrumentos, ya sé que me hacéis burla con vuestras ruedas, dientes, cilindros y planchas: yo estaba junto a la puerta y tendríais que haberme servido de llave pero a pesar de que vuestras barbas están rizadas, no abrís el cerrojo. Misteriosa en pleno día, la naturaleza no se deja quitar el velo, y lo que ella no muestra a tu espíritu no lo puedes forzar tú con palancas y tornillos. Tú, viejo trasto que no he usado, sólo estás aquí porque mi padre te utilizó. Tú, viejo pergamino, te has ennegrecido con el humo de la lámpara que está sobre el pupitre. ¡Mas me hubiera valido disipar mis pocos haberes, que vivir agobiado con ellos! Lo que se hereda de los padres, has de ganarlo para llegar a hacerlo tuyo. Lo que no se utiliza se convierte en pesada carga; sólo lo que el instante crea puede ser usado por este.
Goethe
viernes, 17 de mayo de 2024
El año pasado
Escribí un poema
que comenzó así:
«Siento la hoja de tus celos en mi pecho»
era una metáfora, por supuesto.
Y no lo sospeché.
Ahora..,
que me metiste el cuchillo de pelar patatas entre las costillas,
el único resultado lógico de nuestro amor;
ahora que siento la hoja
y la sangre caliente extendiéndose en mi camisa,
Lo sé, finalmente y demasiado tarde,
la débil expresividad de las metáforas.
Así que,
si todavía te gusto un poco,
…pedir que en la segunda edición..,
cambiar el verso a:
«Siento tus celos como una cuchilla en mi pecho».
José Luis Peixoto
"Siento un profundo deseo de vivir. Esta amable edad intermedia, en cuyas aguas maniobramos, es muy de mi gusto. De buena gana echaría aquí el ancla y me iría a tierra veinte años para estudiar las costumbres del lugar. La juventud fue una hermosa época, pero un poco complicada. Ahora, en la madurez (excepto por lo que se refiere al dinero), todo parece malditamente tranquilo. Me gusta. Veo un pequeño y animado café en un rincón del puerto donde te propongo que nos sentemos […]. Sentémonos allí veinte años, con un paquete de tabaco y una copa, a hablar de arte y de las mujeres."
jueves, 16 de mayo de 2024
Los encuentros entre los seres humanos —a menudo lo veo así— son como el cruzarse de trenes que pasan a toda velocidad en la profundidad de la noche. Son fugaces, apresuradas las miradas con las que intentamos ver a los otros, sentados detrás de los vidrios opacos a la luz crepuscular, que desaparecen de nuestra vista antes de que podamos distinguirlos. ¿Eran en verdad un hombre y una mujer los que pasaron como alucinaciones en el marco iluminado de una ventana que surgió de la nada, sin sentido y sin destino, como recortado en esa negrura deshabitada? ¿Se conocían? ¿Hablaban? ¿Reían? ¿Lloraban? Se dirá: lo mismo puede suceder cuando dos desconocidos se cruzan en la lluvia y el viento; esa comparación es posible. Pero pasamos muchas horas sentados frente a otros, comemos y trabajamos juntos, estamos acostados uno junto al otro, vivimos bajo un mismo techo. No son estos encuentros fugaces. Y sin embargo, todo aquello con que nos engañan la permanencia, la confianza y el conocimiento íntimo, ¿no es acaso más que una ilusión creada para tranquilizarnos, para cubrir, conjurar esa fugacidad inquietante, porque sería imposible tolerarla continuamente? Cada mirada del otro, cada intercambio de miradas, ¿no es como un brevísimo, fantasmagórico encuentro de miradas entre viajeros que se cruzan, ensordecidos por la velocidad impensable y el golpe del viento que hace temblar y resonar todo? ¿No se deslizan nuestras miradas sin detenerse sobre el otro, como en un veloz encuentro nocturno, dejándonos atrás sin otra cosa más que conjeturas, pensamientos fragmentarios, presuntas descripciones? ¿No es verdad acaso que no son los seres humanos quienes se encuentran; sino las sombras que proyectan sus propias representaciones?
Pascal Mercier
"Las experiencias de la vida en un campo de concentración demuestran que el hombre tiene capacidad de elección. (…) Los que estuvimos allí recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas—la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias—para decidir su propio camino. Dostoyevski dijo en una ocasión: “Solo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos” y estas palabras retornaban una y otra vez a mi mente cuando conocí a aquellos mártires cuya conducta en el campo, cuyo sufrimiento y muerte, testimoniaban el hecho de que la libertad íntima nunca se pierde. (…) Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido."
Viktor Flankl
miércoles, 15 de mayo de 2024
martes, 14 de mayo de 2024
La flexibilidad es el mantra empresarial que se adapta como un guante a la sociedad líquida o viceversa. Y así como en la liquidez descrita por Bauman los individuos tienden a establecer vínculos afectivos frágiles, de fácil ruptura, la cultura del nuevo capitalismo legitima con el concepto de flexibilidad el procedimiento de deshacerse del material humano sobrante en las empresas.
La «flexibilidad del mercado laboral» es el circunloquio por el cual el discurso dominante alude a su utopía de disponer de una fuerza de trabajo de usar y tirar. Valga la voz del Nobel de Economía Gary Becker, formado en la Universidad de Chicago, como representante de los miles que celebran el eufemismo: «La flexibilidad del mercado laboral de Silicon Valley indica que las naciones que quieren fomentar los centros de alta tecnología deberían facilitar la contratación y el despido de los trabajadores, en lugar de legislar grandes indemnizaciones por despido o limitar la jornada laboral». En 2007, Becker recibió de manos de George W. Bush la medalla presidencial de la libertad.
El dinamismo perpetuo exige desprenderse con facilidad del lastre. La flexibilidad, no obstante, sólo se predica en una dirección: los mismos directivos de esas empresas que la reivindican para los demás se aseguran para sí indemnizaciones millonarias en caso de ser despedidos. Será porque finalmente incluso a los más decididos adalides del cambio les conforta disponer de una seguridad futura, y el dinero resulta ser un buen mecanismo para afrontar con sosiego la posibilidad de perder el empleo.
La flexibilidad obtiene el marchamo de lo moral, por supuesto, cuando se vincula a la libertad: el empleador contrata y despide libremente, aseguran algunos ideólogos, del mismo modo que el empleado es libre de dejar un trabajo cuando le plazca y cambiar de empresa. Al plantearlo como un problema de libertad, se olvida una obviedad que parece conveniente recordar: el trato igual a individuos que ostensiblemente ocupan posiciones distintas genera desigualdad. La legislación laboral se fundamenta en la convicción de que en una relación asimétrica la parte más débil requiere protección. Y no se llegó a esa creencia por una cuestión de espíritu compasivo, sino porque la realidad social, las tensiones, las huelgas y la irrupción de un movimiento obrero organizado y fuerte ayudó al poder empresarial a comprender la necesidad de regulación. Ese establishment actúa hoy como si nada de eso hubiera ocurrido: también desprenderse del pasado, vivir sin memoria, no atender las lecciones de la historia, forma parte de su condición flexible.
lunes, 13 de mayo de 2024
A las puertas del misterio hay cierto horror sagrado; aquellos oscuros caminos estaban allí abiertos, pero alguna cosa os grita, pasajeros de la vida, para que no entréis allí. ¡Desgraciados aquellos que penetran! Los genios, en las inauditas profundidades de la abstracción y de la especulación pura, situados, por así decirlo, por encima de los dogmas, proponen sus ideas a Dios. Su plegaria ofrece audazmente la discusión. Su adoración interroga. Ésta es la religión directa, llena de ansiedad y de responsabilidad para quien trata de seguir sus escarpados senderos.
La meditación humana no tiene límites. A su costa y riesgo, analiza y profundiza su propio deslumbramiento. Casi podría decirse que, por una especie de reacción espléndida, deslumbra con él a la Naturaleza. El misterioso mundo que nos rodea devuelve lo que recibe, y es probable que los contempladores sean contemplados. Sea como fuere, hay sobre la tierra hombres — ¿son hombres? — que perciben distintamente, al extremo de los horizontes de la meditación, de las alturas de lo absoluto, que tienen la terrible visión de la montaña infinita. Monseñor Bienvenu no era de estos hombres; monseñor Bienvenu no era un genio. Hubiera tenido, en tal caso, esas sublimes concepciones, desde donde algunos, muy grandes, como Pascal y Swedenborg, han caído en la demencia. Es verdad que estos poderosos sueños tienen su utilidad moral, y que por estas arduas rutas se acercan a la perfección ideal.
Victor Hugo
Don Quijote explica a Sancho que Homero y Virgilio no describían a los personajes «como ellos fueron, sino como habían de ser para quedar ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes». Ahora bien, el propio Don Quijote es cualquier cosa menos un ejemplo a seguir. Los personajes novelescos no piden que se les admire por sus virtudes. Piden que se les comprenda, lo cual es algo totalmente distinto. Los héroes de epopeya vencen o, si son vencidos, conservan hasta el último suspiro su grandeza. Don Quijote ha sido vencido. Y sin grandeza alguna. Porque, de golpe, todo queda claro: la vida humana como tal es una derrota. Lo único que nos queda ante esta irremediable derrota que llamamos vida es intentar comprenderla. Ésta es la razón de ser del arte de la novela".
Milan Kundera
sábado, 11 de mayo de 2024
A mí me gustaría contaros algo que me pasó de pequeño. Yo, como muchos sabéis, tuve cáncer de los 14 a los 24 y perdí una pierna, un pulmón y un trozo de hígado, pero fui feliz. Y, en aquellos años, yo recuerdo que dejé el colegio con 14 años. Y tuve la gran suerte de estar educado con mi madre hospitalaria, que era una mujer de 92 años increíble, de Zaragoza. Y nos cogió a todos los chavales que teníamos cáncer. A todos nos faltaba una pierna. Nos enseñó un grito de guerra muy bonito: «No somos cojos somos cojonudos», que nos encantó. Y lo gritábamos siempre. En aquella época en el hospital, no teníamos moto, pero teníamos silla de ruedas. No podíamos ir a discotecas, pero teníamos ocho plantas. Y fue una época increíble de educarse con chicos con cáncer y con esa madre hospitalaria que podíamos ir a ver cada noche. Yo tenía a mis padres que venían por la mañana y por la tarde. Pero las noches en los hospitales, cuando tienes 14 años y nunca has salido de casa, era extraño. Mi primer hogar fuera de casa fue aquel hospital con aquellos siete chavales con cáncer. Y aquella mujer se convirtió para mí en mi maestra. Fue una mujer que nunca olvidaré la fuerza. Ella siempre decía que nos educaba a ser valientes en la vida, en el amor, en el sexo… Y aquella mujer nos contaba historias maravillosas. Ella decía que, sobre todo, había que aprender a decir «no». En aquella época, yo no pensaba que pudiera decir no a nada. Pero, poco a poco, con los años, entendí a lo que se refería. Aquella mujer siempre decía: «Cuando crees que conoces todas las respuestas, llega el universo y te cambia todas las preguntas». Y ella decía que el universo nos quería mucho, porque, en aquella época, nos estaba haciendo cambiar nuestras respuestas para encontrar nuevas preguntas. Yo me eduqué junto a ella, y ella me enseñó a perder para ganar. Ella me dijo que cualquier pérdida es una ganancia, con lo cual me dijo: «Tú no has perdido una pierna, sino que has ganado un muñón. Tú no has perdido un pulmón, sino que has aprendido a saber que con la mitad de lo que tienes puedes vivir».
Albert Espinosa
viernes, 10 de mayo de 2024
Arthur Miller se encontraba sentado en un bar tomando una copa cuando fue abordado por un hombre elegantemente vestido, que le preguntó:
- ¿No eres tú Arthur Miller?
- Sí, lo soy; ¿por qué?
- ¿No te acuerdas de mí?
- Tu cara me resulta familiar, pero…
- Soy tu viejo amigo Sam. Estudiamos juntos en Secundaria…
- Me temo que…
- La vida me ha ido bien. Poseo unos grandes almacenes. ¿A qué te has dedicado tú?
- Bueno, yo…. a escribir.
- ¿Y qué escribes?
- Obras de teatro, sobre todo.
- ¿Alguna vez te han producido alguna?
- Sí, alguna.
- Dime el título, a ver si la conozco.
- Bueno… ¿tal vez has oído hablar de Muerte de un viajante?
El hombre quedó perplejo con la boca abierta. Su rostro palideció y quedó por un momento sin habla. Un rato después preguntó:
- ¿No serás tú el Arthur Miller escritor?
jueves, 9 de mayo de 2024
Hay dos tipos de suerte que la define muy bien Schopenhauer cuando dice: «El azar reparte las cartas, pero nosotros las jugamos». Hay una suerte azarosa. Hemos tenido la inmensa suerte de nacer aquí. Si hubiéramos nacido unos cuantos cientos de kilómetros más hacia el sur, no tendríamos estas posibilidades extraordinarias, el milagro de tener agua caliente cada mañana, de tener unas ventanas por las que no pasa aire y un techo, que cuando llueve no nos mojamos. Somos muy afortunados por azar, pero también hay una suerte que se trabaja. Si tu lanzas una moneda al aire y no tienes más información, y te dicen: «¿Cara o cruz?», cualquiera de nosotros, si la moneda no está trucada, acertaremos en un cincuenta por ciento de los casos. Pero si sabemos peso, diámetro y grosor de la moneda, humedad, temperatura, presión y velocidad del viento en el ambiente, y del lanzador sabemos: ángulo de salida de la moneda, velocidad de salida, y si la cara o la cruz toca la uña, y todo eso lo introducimos en un programa informático y una cámara capta el momento del lanzamiento, y lo vamos mejorando por ensayo y error, llegará un momento en el que lanzando la moneda al aire, y la cámara captando, llevará esa imagen y esa velocidad captada con los sensores, también, de presión y temperatura, y con los parámetros de la moneda, a un ordenador que dirá: «Cara», y lo acertará en más del ochenta por ciento de los casos. La suerte es una función de parámetros desconocidos, pero se pueden parametrizar. Igual que en la física, cuando tú sabes las variables, puedes predecir lo que va a pasar en el tiempo o en la moneda, si va a caer cara o cruz, en lo humano, la buena suerte son los valores: coraje, responsabilidad, propósito, humildad, confianza, entrega, cooperación… Todos esos valores hacen que se teja una red de talento y de talante que facilite que emerjan nuevas probabilidades de realización para todos. Por eso, cuando escribimos La buena suerte, con mi amigo Fernando Trias de Bes, una de las reglas, creo recordar que es la séptima, dice que no podemos hablar de buena suerte si la buena suerte no es compartida. Por lo tanto, es cierto que hay una suerte azarosa que nos puede bendecir o maldecir, pero hay otra suerte forjada, trabajada, y esa suerte forjada nace del talento, y el talento son valores en acción.
Alex Rovira
martes, 7 de mayo de 2024
La distancia que nos separa de los otros se vuelve aún mayor cuando cobramos conciencia de la diferencia entre la percepción que tienen los otros de nuestra forma exterior y la percepción que logramos a través de nuestros propios ojos. No miramos a los seres humanos como miramos las casas, los árboles o las estrellas. Miramos a los seres humanos con la expectativa de poder enfrentarnos a ellos de determinada manera y así hacerlos parte de nuestro propio ser íntimo. Nuestra imaginación los recorta de manera tal de poder adaptarlos a nuestros deseos y expectativas, pero también confirmar en ellos los miedos y prejuicios propios. Nunca llegamos, seguros y libres de prejuicios, a la forma externa de otro. Nuestra mirada se desvía, se enturbia, porque intervienen los deseos y los fantasmas que nos convierten en quienes somos, seres especiales e inconfundibles. El mismo mundo exterior de un mundo interior es una parte más de nuestro mundo interior, mucho más lo son los pensamientos que albergamos sobre el mundo interior de los otros; tan inciertos y lábiles, que expresan mucho más sobre nosotros mismos que sobre los otros. El hombre del cigarrillo, ¿cómo ve a ese otro hombre, excesivamente erguido, de rostro delgado, labios plenos y anteojos de marco dorado sobre la nariz recta y afilada, cuya imagen se me presenta desde hace mucho tiempo? ¿Cómo se inserta esa forma en el esquema de sus placeres y displaceres; en el diseño habitual de su alma? ¿Cuáles son los aspectos de mi apariencia que su mirada exagera, resalta? ¿Cuáles deja de lado, como si no tuviera acceso a ellos? Ese desconocido que fuma se formará sin duda una imagen caricaturesca de mi reflejo y su imagen mental de mis pensamientos será caricatura sobre caricatura. Somos así doblemente extraños el uno para el otro, pues entre nosotros se alza no sólo el falaz mundo exterior sino también la falacia de la imagen de ese mundo que se forma en cada mundo interior. Esta extrañeza, esta distancia, ¿es un mal? ¿Acaso un pintor debería dibujarnos estirando desesperadamente los brazos, intentando en vano llegar a los otros? ¿O su pintura debería más bien presentarnos expresando el alivio de que exista tal doble barrera, porque es a la vez una muralla protectora? ¿Deberíamos estar agradecidos por la protección que nos brinda esa extrañeza respecto del otro? ¿Por la libertad que nos permite? ¿Cómo será enfrentarnos al otro sin la protección de esa doble refracción que presenta el cuerpo? Si no hubiera entre nosotros algo falaz separándonos, ¿no sería como precipitarnos dentro del otro?
Pascal Mercier
lunes, 6 de mayo de 2024
Solo he recorrido el mundo y adquirí el placer por los cabellos; soltaba lo que no me satisfacía y dejaba correr aquello que no podía alcanzar. No he hecho otra cosa que tener deseos y realizarlos, para luego volver a desear, y así, poderoso, pasé mi tumultuosa vida; pero ahora procuro que esta discurra con sabiduría y prudencia. Ya el orbe me resulta suficientemente conocido. La visión del más allá nos está vedada. Es un insensato aquel que dirige allí la mirada deslumbrándose e imagina que su igual está allí entre las nubes. Que permanezca firme y mire sólo en derredor. Este mundo para el hombre inteligente no es mudo. ¿Para qué necesita él andar errante por la eternidad? Aquello que reconozca se dejará aprehender. ¡Que prosiga así su camino durante la jornada de la vida! ¡Que continúe su marcha, aunque los espíritus se ciernan fantasmales! ¡Que en su avance él, descontento en todos los instantes, se tope con el sufrimiento y la fortuna!
Goethe
domingo, 5 de mayo de 2024
No me hables de esa abigarrada multitud cuyo aspecto espanta al espíritu. Presérvame del ondulante flujo que, a nuestro pesar, nos empuja hacia el torbellino. No; llévame a ese sereno rincón del cielo donde sólo para el poeta florece la auténtica alegría, donde, con mano divina, el amor y la amistad procuran y dispensan bendiciones a nuestro corazón. Lo que de nuestro pecho brotó, lo que los labios empezaron a balbucir, malogrado o tal vez conseguido, queda envuelto por la salvaje violencia del instante. Lo que brilla nació para el instante; lo auténtico permanece imperecedero en la posteridad.
Goethe
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