En la década de los ochenta, la burocracia postestalinista de Alemania oriental decidió realizar un rescate descafeinado de Max Hölz y en la ciudad de Hettstedt, territorio de sus correrías, colocó una estatua del personaje en una de las plazas. En marzo del 90 triunfaron los conservadores de la CDU, tras las primeras elecciones después de la caída del Muro de Berlín, y una de sus primeras acciones fue la retirada de la estatua para depositarla en el sótano del museo. Una pequeña nota apareció en la prensa nacional. Un grupo, aún hoy anónimo, viajó hasta Hettstedt y en una operación relámpago nocturna «liberó» la estatua. Las leyendas dicen que fue encontrada más tarde en una casa ocupada de Halle, pero el hecho es que la estatua fantasmal hasta hoy está desaparecida. Miriam Lang me cuenta que en ese mismo año, 1990, en la Mainzerstrasse, en Berlín, en una zona de casas ocupadas por el movimiento, se creó una librería de viejos, la Max Hölz, y que durante una intervención policíaca que desalojó a los ocupantes, tras un saldo de tres días de combates callejeros y que produjo trescientos detenidos, terminaron tomando la librería. Los policías entraron en la Max Hölz y comenzaron a tirar al suelo las estanterías, patearon novelas de aventuras y ensayos sobre la anarquía, destruyeron folletos de poesía y manuales de contraconcepción y biografías, pisotearon ensayos y revistas y finalmente organizaron concurso de tiro y comenzaron a disparar sobre los libros.
Max hubiera sonreído ante tal hazaña.
Es más, desde las páginas de un folleto donde se cuentan sus hazañas, perforado ahora por las balas, Max Hölz nos sonríe.
Taibo II
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