La escritora norteamericana Anne Parrish, que vivió entre 1888 y 1957 y fue autora de varias novelas y literatura infantil, con títulos como La isla flotante , protagonizó una coincidencia mientras recorría con su marido las librerías de París, en 1920.
Por casualidad encontró un ejemplar de Jack Frost y otras historias, uno de los libros favoritos de su infancia. Tomó el viejo volumen de la estantería y se lo enseñó a su esposo, el empresario Charles Corliss, indicándole que ése era el libro que recordaba con más cariño de su niñez. Entonces Charles abrió el ejemplar y, en la primera página, descubrió la siguiente inscripción: «Anne Parrish, 209 N. Weber Street, Colorado Springs». ¡Era el mismo libro que había pertenecido a Anne! Sabe Dios —o sus mensajeros— cómo llegó a París el ejemplar viajero.
Y otro más. Éste protagonizado por un escritor novel que había dejado su manuscrito a una editora londinense para que estudiara su publicación. Un buen día, mientras seguía esperando ansioso noticias de su novela, salió de casa y descubrió su manuscrito tirado en el suelo de su jardín. Indignado, llamó a la editorial y entonces averiguó que alguien había robado su libro, junto con otros objetos de valor, del vehículo de la editora mientras cenaba en un restaurante de Notting Hill Gate.
La editora sólo pudo deducir que el ladrón habría decidido deshacerse del manuscrito tirándolo en el primer lugar que le venía a mano, y éste fue nada menos que por encima de la verja de la casa del escritor.
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