La muerte me espera, ya lo sé, a la vuelta
de alguna esquina.
Eso no me divierte.
Tampoco me da miedo.
Después de la lluvia, volví al campo de girasoles.
Estaba fresco, y yo no estaba nada adormilada.
Anduve despacio, y me puse a escuchar
a las raíces locas, en la tierra empapada, que reían y crecían.
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