Más ineficaz fue aun la desnazificación realizada por los propios alemanes. Para entenderlo hay que tener en cuenta que la mayor parte de la población había aceptado conscientemente los crímenes del nazismo —su falta, se ha dicho, no fue «su incapacidad de resistir, sino su disposición a servir»— y ayudó después a que permanecieran impunes. Durante la guerra los alemanes sabían lo que sucedía y no les preocupaba en absoluto —las persecuciones de la Gestapo no afectaron, por lo menos hasta los meses finales del derrumbe, a los ciudadanos comunes—, por lo que se acomodaron sin dificultad a la situación y no dudaron en colaborar en la represión con sus denuncias. Terminada la contienda se dedicaron colectivamente a fingir que no sabían nada y a callar lo que conocían los unos de los otros. Una actitud que acabó conduciendo a que «se concedieran a si mismos la condición de individuos “seducidos” políticamente, y convertidos al final en “mártires” por la guerra y por sus consecuencias».
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