McCarthy descubrió en 1950 que el del comunismo podía resultar un buen asunto, y conquistó la fama cuando, el 9 de febrero de 1950, declaró en público que tenía en la mano la lista de 205 miembros del Departamento de Estado que eran «comunistas y homosexuales que han vendido a cuatrocientos millones de asiáticos a un esclavismo ateo». Nunca tuvo tal lista y la cifra fue cambiando de un discurso a otro, entre 10 y 121, aunque nunca aceptó concretar las acusaciones. De hecho en sus años de campaña contra los «comunistas en el gobierno», en que amargó la vida al secretario de Estado Dean Acheson, no llegó a denunciar efectivamente ni a un solo miembro de su departamento (en una ocasión en que citó cuatro nombres como «riesgos de seguridad», resultó que tres de ellos no eran ni siquiera funcionarios del Departamento de Estado). McCarthy, alimentado con informaciones por Hoover y contando con la prensa, que le reservaba siempre la primera página —como dijo Dorothy Thompson, muchos periódicos «le concedían la primera página y lo condenaban en el editorial»—, hizo una carrera demagógica, que duró tanto como la guerra de Corea, en la que llegó a acusar a Eisenhower de desleal. Truman había dicho: «El mejor activo que tiene el Kremlin es el senador McCarthy». McCarthy actuaba en colaboración con Roy Cohn, un abogado, judío y antisemita a la vez, con intereses en el “Studio 54” de Nueva York, a través del cual proporcionaba cocaína a sus amigos. Un personaje de quien Eric Hobsbawm ha dicho que es probable que «fuera un auténtico príncipe de las tinieblas». Cohn —el protagonista de Angels in America— manipulaba las respuestas de los testigos y arruinó las vidas de mucha gente, a la vez que se dedicaba a inspeccionar las bibliotecas de las «Casas de América» en Europa, donde afirmó haber descubierto 30.000 libros procomunistas, lo que obligó a retirar obras de Tom Paine, Thoreau, Hemingway, Arthur Miller o Mark Twain, con la desafortunada consecuencia de que algunas de ellas, como La montaña mágica de Thomas Mann, La teoría de la relatividad de Einstein o las de Freud, fuesen las mismas que años antes habían arrojado a la hoguera los nazis (faltos de espacio para almacenarlos, algunos bibliotecarios de las «Casas de América» las quemaron también ahora). Desde 1953, al acabar la guerra de Corea, un McCarthy que temía perder la atención que hasta entonces había recibido fue aumentando su agresividad y cometió el error de atacar al ejército, en lo que era en realidad un ataque contra Eisenhower, acusando a los altos mandos de debilidad ante las penetraciones comunistas. El presidente y los militares decidieron entonces que había que acabar con él. Le enfrentaron a un abogado hábil y un McCarthy medio borracho quedó en evidencia en una audiencia transmitida por televisión, que duró treinta y seis días y acabó arruinando su crédito. En diciembre de 1954 recibió una censura del Senado, por 67 votos contra 22, en una votación en que J. F. Kennedy fue uno de los dos únicos senadores demócratas ausentes, lo que puede explicarse por la amistad de su familia con McCarthy. Empezó entonces una triste decadencia, abandonado por viejos amigos que ahora procuraban ignorarle; tres años después moría alcoholizado. Roy Cohn falleció de sida en 1986; mientras agonizaba recibió en el hospital un telegrama de Reagan: «Nancy y yo os recordaremos en nuestros pensamientos y oraciones».
Josep Fontana
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