Giordano
Bruno era un rebelde nato, ansiaba escapar de ese universo pequeño y estrecho,
incluso cuando era un monje dominico joven en Nápoles ya era un inadaptado,
ésta era una época en la que no había libertad de pensamiento en Italia, pero
bruno anhelaba saber todo sobre la creación de Dios, se atrevió a leer los
libros prohibidos por la Iglesia y esa fue su perdición. En uno de ellos un
romano antiguo, un hombre muerto desde hacía más de 1500 años, le susurró sobre
un universo mucho más grande, uno tan ilimitado como su concepto de Dios.
Lucrecio le pidió al lector imaginar que estaba parado en el límite del
universo y que disparaba una flecha hacia afuera, si la flecha continua su
camino, claramente el universo se extiende más allá de lo que uno imagina era
el límite, pero si la flecha no continua, si golpea un muro digamos, entonces
ese muro debe estar más allá de lo que uno pensó era el límite del universo,
ahora, si uno se para sobre ese muro y dispara otra flecha existen solamente
los mismos dos resultados posibles, o vuela para siempre hacia el espacio o
golpea algún tipo de frontera donde uno puede pararse y disparar una flecha
más, de cualquier forma el universo no tiene límites, el cosmos debe ser
infinito. Esto tenía un sentido perfecto para Bruno, el Dios al que él adoraba
era infinito, entonces razonaba, ¿cómo podría su creación ser menos?
Fue el
último trabajo estable que jamás tuvo. Y luego cuando tenía 30 años tuvo un
sueño que selló su destino. En este sueño despertó en un mundo encerrado dentro
de un cuenco envolvente de estrellas, este era el cosmos de la época de Bruno. Él
experimentó un momento debilitante de terror, como si el fondo de todo se desmoronara
bajo sus pies pero se armó de valor. “Abrí mis alas confiadas hacia el espacio
y me elevé hacia el infinito, dejé detrás lo que otros se esforzaban por ver
desde la distancia, aquí no había arriba ni abajo, no había ni borde ni centro,
vi que el sol era solo una estrella más y las estrellas eran otros soles, todos
escoltados por otras tierras como la nuestra, la revelación de esta inmensidad
fue como un enamoramiento”.
Bruno se
volvió un evangelista quien predicaba el evangelio del infinito a través de
Europa, asumió que otros amantes de Dios aceptarían naturalmente esta visión
más grandiosa y gloriosa de la creación.
La iglesia
católica lo excomulgó en su patria, los calvinistas lo expulsaron de suiza y
los luteranos de Alemania.
Bruno
aceptó gustoso una invitación para enseñar en Oxford, finalmente, pensó, es una
oportunidad para compartir una visión con una audiencia de sus pares.
“Vine a
presentarles una nueva visión del cosmos, Copérnico tenía razón cuando
argumentó que nuestro mundo no es el centro del universo, la tierra gira
alrededor del sol, es un planeta igual que los demás, pero Copérnico fue apenas
la aurora, yo les traigo el amanecer. Las estrellas son otros soles candentes,
hechas de la misma sustancia que la tierra y tienen sus propias tierras acuosas,
con plantas y animales no menos nobles que los nuestros. Lo que todos saben
están mal, su Dios es demasiado pequeño”. Bruno fue abucheado por la multitud.
Un hombre
más sabio hubiera aprendido su lección, pero Bruno no era ese tipo de hombre,
no podía guardar para si esta visión exaltada del cosmos a pesar que la pena
por compartirla en su mundo fuera la forma más cruel e inusual de castigo.
Giordano
Bruno vivió en una época donde no existía la división entre iglesia y estado o
la noción de que la libertad de expresión fuera un derecho sagrado de todo
individuo, expresar una idea que no se ajustara a las ideas tradicionales
podría significar graves problemas. Imprudentemente Bruno regresó a Italia, tal
vez sentía nostalgia, pero aun así debió saber que su patria era uno de los
lugares más peligrosos al que podía ir. La iglesia católica mantenía un sistema
de cortes conocido como la inquisición y su único propósito era investigar y
atormentar a cualquiera que osara expresar opiniones diferentes a la suya.
No pasó
mucho tiempo antes de que Bruno cayera en las manos de los inquisidores.
Este
viajero quien adoraba un universo infinito languideció encerrado durante 8
años. A través de interrogatorios implacables neciamente se rehusó a renunciar
a sus opiniones. Porque estaba la iglesia dispuesta a llegar tan lejos para
torturar a Bruno. A que le temían. Si Bruno tenía razón entonces los libros
sagrados y la autoridad de la iglesia podrían cuestionarse.
Finalmente
los cardenales de la inquisición dieron el veredicto: Se te encuentra culpable
de cuestionar la santísima trinidad y la divinidad de Jesucristo, de creer que
la ira de Dios no es eterna y que todos serán salvados, de afirmar la
existencia de otros mundos. Todos los libros que escribiste se recolectarán y
serán quemados en la plaza de San Pedro.
El 8 de febrero
fue leída la sentencia en donde se le declaraba herético, impenitente, pertinaz
y obstinado. Es famosa la frase que dirigió a sus jueces:
Maiori forsan cum timore sententiam in
me fertis quam ego accipiam
Tembláis acaso más
vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla
Durante todo el proceso fue acompañado por monjes católicos. Según
testigos presenciales, el nolano fue «despojado de sus ropas, desnudado y atado
a un palo»; además, llevaba la lengua «aferrada en una prensa de madera para
que no pudiese hablar». Antes de ser quemado en la hoguera uno de ellos le
ofreció un crucifijo para que lo besara, pero Bruno lo rechazó y dijo que
moriría como un mártir y que su alma subiría con el fuego al paraíso.
10
años después del martirio de Bruno, Galileo miró por primera vez a través de un
telescopio y se dio cuenta de que Bruno tuvo razón todo el tiempo.
Bruno
no era un científico, su visión del cosmos fue producto de la intuición afortunada
porque no tenía evidencia que la apoyara, como la mayoría de los supuestos pudo
haber resultado falso, pero una vez la idea estuvo en el aire, les dio a otros
un blanco en que enfocarse aunque fuera para desvirtuarla. Bruno vislumbró la
vastedad del espacio pero no tenía idea de la inmensidad impactante del tiempo.
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