martes, 25 de junio de 2024

Querer prohibir a la imaginación que vuelva sobre una idea es lo mismo que querer impedir al mar que vuelva a la playa. Para el marinero, este fenómeno se llama marea; para el culpable, se llama remordimiento. Dios agita las almas lo mismo que el océano.

 Al cabo de unos instantes, por más que hizo para evitarlo, reemprendió aquel sombrío diálogo, en el cual era él quien hablaba y él quien escuchaba, diciendo lo que hubiera querido callar y oyendo lo que no hubiera querido oír, cediendo al misterioso poder que le decía: ¡piensa!, igual que le decía hace dos mil años a otro condenado: ¡anda!

 Antes de ir más lejos, y para que seamos plenamente comprendidos, insistamos sobre una observación necesaria.

 Es cierto que el hombre se habla a sí mismo; no hay ningún ser pensante que no lo haya experimentado. Puede decirse, incluso, que el Verbo no alcanza a ser tan magnífico misterio más que cuando, en el interior del hombre, va del pensamiento a la conciencia y vuelve de la conciencia al pensamiento. Únicamente en este sentido es preciso entender las palabras empleadas a menudo en este capítulo, «dijo», «exclamó». Se dice, se habla, se exclama en la interioridad, sin que sea roto el silencio exterior. Hay un gran tumulto; todo habla en nosotros, excepto la boca. Las realidades del alma, no por no ser visibles ni palpables, son menos realidades.

 Victor Hugo

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