Al cabo de unos instantes, por más que hizo para evitarlo, reemprendió aquel sombrío diálogo, en el cual era él quien hablaba y él quien escuchaba, diciendo lo que hubiera querido callar y oyendo lo que no hubiera querido oír, cediendo al misterioso poder que le decía: ¡piensa!, igual que le decía hace dos mil años a otro condenado: ¡anda!
Antes de ir más lejos, y para que seamos plenamente comprendidos, insistamos sobre una observación necesaria.
Es cierto que el hombre se habla a sí mismo; no hay ningún ser pensante que no lo haya experimentado. Puede decirse, incluso, que el Verbo no alcanza a ser tan magnífico misterio más que cuando, en el interior del hombre, va del pensamiento a la conciencia y vuelve de la conciencia al pensamiento. Únicamente en este sentido es preciso entender las palabras empleadas a menudo en este capítulo, «dijo», «exclamó». Se dice, se habla, se exclama en la interioridad, sin que sea roto el silencio exterior. Hay un gran tumulto; todo habla en nosotros, excepto la boca. Las realidades del alma, no por no ser visibles ni palpables, son menos realidades.
Victor Hugo
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