The world is full of magic
things, patiently waiting
for our senses to grow
sharper.
— William Butler Yeats —
Envejecer no es decaer mentalmente ni convertirse en una ruina. Si nos hemos preocupado de mantener la salud de nuestro cuerpo evitando drogas y alimentos nocivos o tomados en exceso; si nos hemospreocupado de hacer cada día un poco de ejercicio, de meditar un par de minutos diarios, de seguir aprendiendo cosas nuevas, de desarrollar frente a la impermanencia una plácida humildad, conservaremos hasta el último momento la lucidez juvenil, y gracias al estado angélico que nos produce la disminución del deseo sexual la vejez es una maravillosa etapa de nuestra vida. Quizás la mejor...
Libres de angustias, de ambiciones,, de posesiones inútiles,, de ilusiones irrealizables, del deseo de ser recocidos; capaces de amar incluso a quienes nos detestan, de aceptar lo ataques y las críticas con simpatía, de silenciar el intelecto, de abrir el corazón a todas las direcciones, de ayudar a los otros a liberarse del sufrimiento. Aunque más presentes que nunca sabemos vivir como si ya hubiéramos desaparecido, gozar del supremo placer de crear artísticamente por amor a la obra y no por amor al aplauso, de colaborar en la mutación de la sociedad, de trabajar por un mundo mejor y sobre todo, de encauzar a los jóvenes hacia la liberación de la Conciencia, eliminando las prohibiciones, las órdenes, las ideas estancadas convertidas en prejuicios, los miedos, las creencias sin experiencia, y los demás muros opresores inculcados por la familia, la sociedad, la cultura y la historia.
Jodorowsky
Tenía tan solo 47 años de edad cuando los médicos le dijeron que sólo le quedaban dos meses de vida.
¿Qué haces cuando eres el autor más grande de la música ranchera y te quedan tan sólo dos meses de vida?
José Alfredo llamó a su amiga Chavela Vargas para decirle que la estaba esperando en el Tenampa en Garibaldi, para que lo acompañara a correrse su última juerga.
Ahí en una mesa del Tenampa acompañados también de su amigo Tomás Méndez autor de Cucurrucucú Paloma, tomaron el mejor tequila que tenían en la cantina rodeados de mariachis, cantaron todas sus canciones durante tres días y tres noches.
Después, tambaleándose, salió José Alfredo del Tenampa deteniéndose en la puerta para ver por última vez, su lugar favorito.
Después de una larga agonía a consecuencia de la cirrosis, llegó la parca el 23 de noviembre de 1973, lo tomó de la mano y se lo llevó.
No vale nada la vida
La vida no vale nada
Comienza siempre llorando
Y así llorando se acaba
Por eso es que en este mundo
La vida no vale nada
Facebook: Historias de tierra sagrada, mi México
«Vinimos para completar nuestro desarrollo. Y ese desarrollo es el viaje interior. Vivir en cierto sentido es más que vivir. El desarrollo horizontal es puro vivir; pero, como se ha dicho, no sólo de pan vive el hombre. El movimiento vertical se produce en la medida en que uno siente que le falta algo que no es de este mundo. (…) Hay una sed metafísica en nosotros, ese buscar «la verdad«, esa búsqueda de un conocimiento vivido que es como la búsqueda del ser, o la búsqueda del amor, porque uno que no ama tampoco siente que es».
Claudio Naranjo
Si mi voz muriera en tierra
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento una vela!
Rafael Alberti
«¿Has leído a Kafka?», me pregunta Milán Kundera. «Por supuesto —le contesto—. Creo que es el escritor indispensable del siglo XX.» Kundera sonríe socarronamente: «¿Lo has leído en alemán?» «No.» «Entonces no has leído a Kafka.»
Es la alegría ante la rima de unos versos o los colores de un cuadro, la emoción ante las notas de una partitura o la estructura de una novela, la capacidad de sacrificio por personas que no conocemos y nuestra manía de preguntarnos por cosas que no se ven. También la capacidad de sospechar, por el contrario, de las cosas que se ven y el esfuerzo por hacer reír y la invención de mundos más igualitarios después de que la cólera ante la injusticia se apacigua.
Somos, como dice Hofstadter, «pequeños prodigios de autorreferencia […] impredecibles poemas que se escriben a sí mismos; vagos, metafóricos, ambiguos y, en ocasiones, insoportablemente bellos». En definitiva, y sin condiciones, «un extraño bucle».
Juan Carlos Monedero
– Y Ud., Borges, ¿en qué cree?
– Bueno, yo soy ateo.
– Déjeme preguntarle de otro modo. ¿Cree en una vida eterna?
– No.
– ¿Cree en la resurrección de Jesucristo?
– Tampoco
– ¿Y en Jesucristo como ser histórico?
– Desde luego. Si no, tendría que pensar que los cuatro más grandes escritores de la antigüedad fueron cuatro novelistas.
Creo en las ciudades. La naturaleza me inquieta demasiado. Su terror me resulta más próximo que prójimo. Me seduce la belleza natural. Puedo pasarme horas extasiado volando sobre los tronos blancos de los Andes y las Rocallosas. Quisiera perderme en la delicada e interminable belleza de un bosque de abedules en Rusia. Me corta el aliento la costa de Irlanda, agitada coraza de mar que defiende a todo un continente. Y me hundiría para siempre en la claridad verde limón del mar Caribe, tumba transparente de toda la plata y el oro de las ciudades fantasma de la América India. ¿Hay algo más sereno, ondulante y dotado de eternidad en movimiento que los trigales que son olas, la verde seguida de la parda y ésta del siguiente glauco temblor, en la Palusa de Idaho?
Entonces oigo la voz sardónica de Schopenhauer, «Intenta por una vez ser enteramente naturaleza», y salgo de mi sueño de calendario, de mi embeleso culpable, de mi indeseada separación de quienes gozan sin reservas de las bellezas naturales. ¿Qué falla interna me impide hablarle con el amor deseado y deseable a la naturaleza? La admiro, pero la temo. La envidio. Todos los seres y cosas naturales parecen estar en su sitio. Los seres humanos nos desplazamos, queremos ser otra cosa, estar en otro lugar, inconformes siempre, como no lo son el cañón del Colorado o las cataratas del río Zambeze o los tigres de Bengala, si es que aún queda alguno. Aun las especies migratorias cumplen ciclos de eterno retorno comparables al bellísimo reflorecer del cornejo. Sí, admiramos un orden de la belleza natural. Pero sabemos que hay una catástrofe detrás de su creación. Y tememos que la siguiente catástrofe no la genere la naturaleza misma, con todos los peligros y salvajes tumultos que encierra, sino un apocalipsis peor que cualquier terremoto o marejada: la venganza final del ser humano contra la naturaleza. Hoy, por primera vez, tenemos la sospecha verificable de que podemos morir, la naturaleza y nosotros, al mismo tiempo. Antes, fuese cual fuese el desafío de la naturaleza —quédate, abandóname—, sabíamos que ella nos sobreviviría. La muerte del ser humano, inevitable, la asume hoy una naturaleza que, hasta ahora, nos ha consolado porque sobrevive. Hoy, nuestra locura puede obrar esta catástrofe simultánea. Muero yo y la naturaleza conmigo. Aprés nous, le néant…
Carlos Fuentes
Don Quijote es un lector. Más bien dicho: su lectura es su locura. Poseído de la locura de la lectura. Don Quijote quisiera convertir en realidad lo que ha leído: los libros de caballería. El mundo real, mundo de cabreros y asaltantes, de venteros, maritornes y cuerdas de presos, rehusa la ilusión de Don Quijote, zarandea al hidalgo, lo mantea, lo apalea.
Bueno, mi interés por la educación es mi interés por sacar del ser humano lo que verdaderamente tiene dentro. Yo no creo que ningún ser humano esté llamado a la mediocridad, no lo creo, realmente es que no lo creo, creo que todo ser humano está llamado a la grandeza, y la grandeza no la define la cultura. La grandeza es una cosa que la define nuestra propia naturaleza. La palabra educación, en el fondo, quiere decir «sacar de dentro», es decir, no somos cubos vacíos que hay que llenar, si no fuegos que hay que encender. En este sentido, me gustaría contaros una historia que a mí personalmente me ha marcado mucho, he hablado en distintos foros sobre esta historia, porque señala lo que, para mí, es la diferencia entre profesores y maestros. En 1951, en la ciudad de Detroit, nace un joven, un chico de color que pronto nota lo que es la pérdida, porque siendo jovencito el padre se va y se queda la madre, una mujer que no tenía estudios, una mujer que, bueno, se había dedicado a cuidar de sus hijos, y se ve con esta situación, con la situación de que tiene que sacar adelante una familia sin que en ese momento entrara ninguna ayuda económica, se dedica a limpiar apartamentos, a limpiar hospitales, etcétera, etcétera, y claro, cuando uno ha vivido en la ciudad de Detroit como he vivido yo, yo trabajé en un hospital que se llama Henry Ford en neurocirugía. Cuando un ha vivido en la ciudad de Detroit pues se da cuenta que Detroit es una ciudad apasionante, pero en ciertas épocas de la historia ha sido una ciudad bastante complicada. En los años cincuenta verdaderamente había un apartheid, una especie de apartheid, es decir, las personas de color se tenían que sentar en sitios distintos que las personas blancas, tenían que ir a baños diferentes, etcétera, etcétera, y claro, este chico era un chico de color, era un chico pobre y que pronto pues fue destacando, no por su talento, sino por lo que consideraban que era su estupidez, tampoco por su serenidad, sino más bien por su tendencia, su temperamento violento. Cualquiera que hubiera tenido, digamos, una bola de cristal habría imaginado que este chico habría acabado, sin duda, en un penal en los Estados Unidos, si no muerto en un combate entre bandas enfrentadas. Pasaba sus ratos, se olvidaba de su triste condición viendo programas de televisión, hasta que un día su madre decidió que iban a ver menos televisión y se iban a dedicar más a leer libros, y les obligó a leer libros yendo a la biblioteca pública de Detroit, ya que ellos no tenían dinero para comprar libros, y el joven Ben, el joven Benjamin empezó a enamorarse de los libros. Un buen día, llega al colegio, quiero que entendáis que en el colegio este niño tenía las peores notas, su performance (perfórmans) era francamente lamentable, las notas eran pésimas y lógicamente en poco tiempo sería expulsado del colegio. Pero había un profesor, el profesor de ciencias, que verdaderamente era un maestro, él creía que en todo ser humano hay grandeza, que en todo ser humano hay potencial, y que la misión de un maestro es ayudar a que ese potencial se despliegue y florezca, pero no conseguía que este chico, de alguna manera, respondiera a los distintos intentos que había hecho para que ganara confianza en sí mismo. Un día, el maestro aparece con una piedra, una piedra muy rara, la levanta delante de la clase y pregunta: «¿Qué es esto?», se produce un silencio porque nadie sabe lo que es eso salvo una persona que ya os imagináis quien era, Benjamin, pero Benjamin era el tonto de la clase. La primera pregunta es: ¿por qué lo sabía Benjamin?, Benjamin lo sabía porque en la biblioteca pública se había dedicado a leer libros de ciencia y por casualidad o sincronicidad, quien sabe, había encontrado libros sobre minerales y había una foto de esa piedra. ¿Pero vosotros pensáis que el tonto de la clase se atreve a hablar? No, porque tú mismo ya matas la respuesta antes de que nazca, es imposible, si no lo sabe el resto, tengo que estar equivocado aunque parezca que estoy en lo correcto. Pero el profesor sostenía la roca: «¿De verdad que nadie sabe lo que es esta roca?», y, tímidamente, el joven Benjamin alzó la mano. Cuando una persona solo ve el performance (perfórmans) y solo enjuicia a los demás, es muy fácil decir: «Venga, Benjamin, ¿cómo lo vas a saber tú, si tú no sabes nada? Pero aquel profesor mantuvo un espíritu curioso, interesado, él sabía que en todo ser humano hay grandeza, la buscaba, la llamaba constantemente. «¿Benjamin, tú lo sabes?», «Sí», «¿Qué es?», «Obsidiana», «Correcto», pero el profesor podría haber dicho: «Todo el mundo puede tener suerte en esta vida», podría haber dicho eso, no, porque él estaba buscando el hilo que te lleva a la madeja. Dijo: «¿Sabes algo más de la obsidiana?», y vaya que si sabía el joven Benjamin, empezó a hablar sobre la obsidiana, las temperaturas elevadísimas, luego el frío cómo cristaliza la roca, etcétera, etcétera. Lo que podría parecer una cosa sencilla, sin más importancia, banal, supuso un antes y un después en la vida de este chico porque este chico recuperó la confianza en sí mismo, creyó que era posible aprender, creyó en sí mismo, creyó que a pesar de su triste cuna, por decirlo de una manera, podría tener un brillante futuro. Este chico pasó de ser el último de la clase a ser el mejor estudiante de su colegio, hizo realidad su más profundo sueño, que era absolutamente imposible, ser médico, se convirtió en el mejor neurocirujano infantil de la historia, el profesor Ben Carson. Ben Carson en 1987 hizo una operación de separar a dos gemelos siameses unidos a nivel craneoencefálico. Todas las cirugías que se habían hecho hasta aquel momento para separar lo que se llama un craneopago, esta malformación craneoencefálicas, todas, los niños habían muerto en la mesa de quirófano. En esta operación, en 1987, intervinieron setenta profesionales de la medicina y duró veintidós horas, los dos niños salieron adelante, vivieron y estuvieron bien y sanos. Él aplicó técnicas especiales de cirugía cardíaca a la neurocirugía, a nadie se le habían ocurrido. Entonces, lo que os quiero transmitir es esto, es un ejemplo de como en todo ser humano hay potencial, en todo ser humano hay grandeza, y tenemos, entiendo, que tener esta disposición a crear espacios de oportunidad para que esas personas puedan mostrar lo que en realidad siempre han tenido y siempre tendrán, pero que no todo el mundo mostrará si no ve ese espacio de oportunidad.
Mario Alonso Puig
algo
algo debía haber
algo en estos puntos suspensivos…
algo en este esperar sin reloj
algo en esta bajada sin frenos
algo en esta herida sin sangre
algo en este lugar común
algo que no parezca para alguien
algo que no se suponga que es de alguien
algo que distinga este poema de otros que hablan de alguien
algo tan sólo algo, no nada, enteramente nada.
Julio César Plata Rueda
Sé por qué es así. No es el vino que bebí ayer, ni que haya dormido en una mala cama, ni tampoco el tiempo lluvioso. Han aparecido unos demonios y han desafinado una por una todas las cuerdas de mi ser. Ha vuelto el temor, el miedo de las pesadillas infantiles, de los cuentos, del destino de los colegiales. El temor, el acoso de lo inalterable, la melancolía, el tedio. ¡Qué insulso es el mundo! ¡Qué horrible tener que levantarse mañana, volver a comer, volver a vivir! ¿Por qué hemos de vivir? ¿Por qué es el hombre tan tímido y bonachón? ¿Por qué no yacemos desde hace tiempo en el mar?
Ni siquiera ha crecido la hierba. No se puede ser vagabundo y artista y al mismo tiempo un burgués sano y cuerdo. Si quieres embriaguez, ¡acepta también la resaca! Si quieres sol y bellas fantasías, ¡acepta también la suciedad y el hastío! Todo está dentro de ti, el oro y el barro, el deleite y la pena, la risa infantil y la angustia moral. ¡Acéptalo todo, no te aflijas por nada, no intentes rehuir nada! No eres un burgués, tampoco eres un griego, no eres armónico y dueño de ti mismo, eres un pájaro en plena tormenta. ¡Déjala rugir! ¡Déjate llevar! ¡Cuánto has mentido! ¡Cuántas miles de veces, incluso en tus libros y poesías, has fingido ser el armonioso y sabio, el feliz, el iluminado! ¡Lo mismo han fingido ser los héroes al atacar en la guerra, mientras las entrañas temblaban! ¡Dios mío, qué simiesco y fanfarrón es el hombre, sobre todo el artista, sobre todo el poeta, sobre todo yo!
Hermann Hesse,
El tema final del siglo XX se prolonga ya en el XXI y se llama la globalización (la mundialización para la excepcionalidad francesa). Y yo, que he vivido las cuatro etapas, digo ahora que la globalización es el nombre de un sistema de poder. Y, como el Espíritu Santo, no tiene fronteras. Pero como el Monte Everest, está allí. Y como la ley de la gravedad, es una evidencia irrebatible. Pero como el dios latino Jano, tiene dos caras. La buena cara es la del avance técnico y científico más veloz de toda la historia. El libre comercio, postulado de la libertad económica desde los días del zoelverein prusiano que preparó la unificación de Alemania. Las inversiones foráneas productivas. La accesibilidad y difusión de la información que deja desnudos a muchos emperadores que antes se cobijaban con las hojas de parra de las selvas asiáticas, africanas y latinoamericanas. La universalización del concepto de los derechos humanos y el carácter imprescriptible de los crímenes contra la humanidad: el caso de Pinochet, el asesino y torturador chileno, fuente de toda orden criminal durante su dictadura.
Pero Jano tiene otra cara menos atractiva. La velocidad misma del desarrollo tecnológico deja atrás, quizás para siempre, a los países incapaces de mantener el paso. El libre comercio acentúa las ventajas de las grandes corporaciones competitivas (muy pocas) y arrumba a la pequeña y mediana industria sin la cual los niveles de empleo, salario y bienestar de las mayorías sufren y restan soporte al desarrollo del tercer mundo. En consecuencia, la globalización acentúa la división entre ricos y pobres, internacionalmente y dentro de cada nación: el 20 por ciento de la población del mundo consume el 90 por ciento de la producción mundial. Se levanta el espectro de un darwinismo global, como lo ha llamado Óscar Arias. Las inversiones especulativas privan sobre las productivas: el 80 por ciento de los seis mil millones de dólares que circulan diariamente en los mercados globales son capitales de especulación. Las crisis de la globalización, por este motivo, no son crisis de las empresas ni de la información ni de la tecnología: son crisis del sistema financiero internacional, provocadas por la ruptura de los controles sociales de la economía y la disminución del poder político frente al poder cresohedónico.
Unión de Creso —dinero— y Hedoné —placer—, la cultura global se convierte en un desfile de modas, una pantalla gigante, un estruendo estereofónico, una existencia de papel cauché. Nos convierte en lo que C. Wright Mills llamó «Robots Alegres». Nos condena, según el título de un célebre libro de Neil Postman, a «divertirnos hasta la muerte». Mientras tanto, millones de seres humanos mueren sin haber sonreído nunca. Un vasto traslado del mundo rural a las ciudades acabará, en el siglo XXI, por erradicar una de las más viejas formas de vida, la vida agraria. Sólo habrá vida citadina. Y sólo habrá una crisis generalizada de la civilización urbana: pandemias incontrolables, gente sin techo, infraestructuras desmoronadas, discriminación contra las minorías sexuales, la mujer, el inmigrante.
Carlos Fuentes
Y entonces te fuiste dando cuenta, de a poco, de que el mundo no te pedía acciones y sacrificios, que la vida no era un poema heroico con papeles protagónico y cuestiones por el estilo, sino una cómoda sala burguesa donde la gente estaba satisfecha con comer y beber, con tomar café y zurcirse las medias, con echar el tarot y escuchar la música de la radio.
"Cuando lees un poema, lo que importa no es entenderlo; lo que importa es que te guste. Y si te gusta, ya lo entenderás, alguna vez lo entenderás. Si te pones a pensar en por qué te ha gustado, acabarás entendiendo el poema. […] Un poema se tiene que leer de una vez, porque es un organismo acústico; es decir, el sentido del poema es un sentido de la totalidad y ningún verso se entiende ni se explica por sí mismo; cada verso está en función del todo; tienes que conocerlo todo antes de comprender cada cosa que haya que comprender en el poema. Resumiendo, tienes que estar con una alerta total de los sentidos, pero a la vez, con una completa pasividad".
Jaime Gil de Biedma
A la salida del Luna Park un cronopio advierte que su reloj atrasa, que su reloj atrasa, que su reloj.
Tristeza del cronopio frente a una multitud de famas que remonta Corrientes a las once y veinte y él, objeto verde y húmedo, marcha a las once y cuarto.
Meditación del cronopio: "Es tarde, pero menos tarde para mi que para los famas, para los famas es cinco minutos más tarde, llegarán a sus casas más tarde, se acostarán más tarde.
Yo tengo un reloj con menos vida, con menos casa y menos acostarme, yo soy un cronopio desdichado y húmedo".
Mientras toma café en el Richmond de Florida, moja el cronopio una tostada con sus lágrimas naturales.
Julio Cortázar
— ¿Qué es la soledad del poeta?
Un número de circo no anunciado en el programa.
— ¿Qué es una lágrima?
Una balanza en espera de una pesa.
— ¿Que es la embriaguez?
Una página blanca entre otras de colores.
— ¿Qué es el olvido?
Una manzana verde arponeada.
— ¿Qué es el retorno?
Casi nada, pero podría ser un copo de nieve.
— ¿Qué es la última noche antes de partir?
Apartarse de una exposición de porcelana antigua.
¿Quiénes son, entonces, los inmortales? Hay seres que no nos hablan, pero nos miran. No nos ven, pero nos recuerdan. No nos recuerdan, pero nos imaginan. ¿Quiénes son los inmortales? Los que vivieron mucho tiempo, los que reaparecen de tiempo en tiempo, los que tuvieron más vida que su propia muerte, pero menos tiempo que su propia vida.
Carlos Fuentes
Era domingo aquel 2 de julio hace veinte años en que llegó a México Gabriel García Márquez y nos enteramos de que, a las siete de la mañana, en Ketchum, Idaho, había muerto Ernest Hemingway. (El suicidio no fue reconocido oficialmente hasta 1964.)
"Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha, al mismo tiempo, fue el no aceptar las cosas como me eran dadas. En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas."
Julio Cortázar
Siempre ha sido así y siempre será igual, que el tiempo y el mundo, el dinero y el poder, pertenecen a los mediocres y superficiales, y a los otros, a los verdaderos hombres, no les pertenece nada. Nada más que la muerte. -¿Fuera de eso, nada en absoluto? -Si, la eternidad. -¿Quieres decir el nombre, la fama para edades futuras? -No, lobito; la fama, no. ¿Tiene ésta, acaso, algún valor? ¿Y crees tú por ventura que todos los hombres realmente verdaderos y completos han alcanzado la celebridad y son conocidos de las generaciones posteriores? -No; naturalmente que no. -Por consiguiente, la fama no es. La fama sólo existe también para la ilustración, es un asunto de los maestros de escuela. La fama no lo es, ¡oh, no! Lo es lo que yo llamo la eternidad. Los místicos lo llaman el reino de Dios. Yo me imagino que nosotros los hombres todos, los de mayores exigencias, nosotros los de los anhelos, los de la dimensión de más, no podríamos vivir en absoluto si para respirar, además del aire de este mundo, no hubiese también otro aire, si además del tiempo no existiese también la eternidad, y ésta es el reino de lo puro. A él pertenecen la música de Mozart y las poesías de los grandes poetas; a él pertenecen también los santos, que hicieron milagros y sufrieron el martirio y dieron un gran ejemplo a los hombres. Pero también pertenece del mismo modo a la eternidad la imagen de cualquier acción noble, la fuerza de todo sentimiento puro, aun cuando nadie sepa nada de ello, ni lo vea, ni lo escriba, ni lo conserve para la posteridad. En lo eterno no hay futuro, no hay más que presente. -Tienes razón -dije. -Los místicos -continuó ella con aire pensativo- son los que han sabido más de estas cosas. Por eso han establecido los santos y lo que ellos llaman la «comunión de los santos». Los santos son los hombres verdaderos, los hermanos menores del Salvador. Hacia ellos vamos de camino nosotros durante toda nuestra vida, con toda buena acción, con todo pensamiento audaz, con todo amor. La comunión de los santos, que en otro tiempo era representada por los pintores dentro de un cielo de oro, radiante, hermosa y apacible, no es otra cosa que lo que yo antes he llamado la «eternidad». Es el reino más allá del tiempo y de la apariencia. Allá pertenecemos nosotros, allí está nuestra patria, hacia ella tiende nuestro corazón, lobo estepario, y por eso anhelamos la muerte. Allí volverás a encontrar a tu Goethe y a tu Novalis y a Mozart, y yo a mis santos, a San Cristóbal, a Felipe Neri y a todos. Hay muchos santos que en un principio fueron graves pecadores; también el pecado puede ser un camino para la santidad, el pecado y el vicio, Te vas a reír, pero yo me imagino con frecuencia que acaso también mi amigo Pablo pudiera ser un santo. ¡Ah, Harry, nos vemos precisados a taconear por tanta basura y por tanta idiotez para poder llegar a nuestra casa! Y no tenemos a nadie que nos lleve; nuestro único guía es nuestro anhelo nostálgico.
Lévi-Strauss nos ayuda a entenderlo: en un cementerio de París, un hombre negro deposita sobre una tumba alimentos variados, pan, frutas, agua. Unas tumbas más allá, un hombre blanco ve aquello y se acerca con ironía a preguntarle: «¿Va a salir su pariente a tomarse esos alimentos?», a lo que le contesta el hombre negro: «Cuando salga el tuyo a oler y ver las flores que le has traído, saldrá el mío a tomarse estos alimentos.» Desde la propia cultura se es incapaz de entender que las flores, como los alimentos, son metáforas que significan lo mismo: las dificultades que tienen los seres humanos para aceptar que la vida se acaba, pretendiendo una continuación en el más allá.
Juan Carlos Monedero
Yo fui muy afortunada porque, aunque vivía en China, mis padres amaban los libros y teníamos una biblioteca en inglés en la casa. Así que desde que yo era una niñita me leían de esos libros. Desde muy temprana edad me leyeron a Robert Louis Stevenson, a Beatrix Potter o a A.A. Milne, todos escritores ingleses: los norteamericanos somos colonialistas. Cuando comencé a leer por mí misma me gustó mucho El jardín secreto de Frances H. Burnett, que es norteamericano pero vivía en Inglaterra. Cuando tenía ocho años la guerra entre Japón y China había comenzado y parecía inminente la guerra entre Japón y Estados Unidos, así que nos vimos obligados a regresar a los Estados Unidos.
Por primera vez descubrí las bibliotecas; era como una exploradora española descubriendo El Dorado; fue una experiencia maravillosa ver que había tantos libros allí. Comencé a leer autores norteamericanos en ese momento. Leía mucho. A mi familia le gustaban mucho los libros, pero yo no tenía libros que fueran sólo míos, porque eran de todos en la familia; no teníamos tanto dinero. Eramos cinco hermanos y teníamos que compartir todo los cinco, incluidos los libros. Pero a los once años mi madre me regaló un libro que era sólo para mí The Yearling, de Marjorie Kinnan Rawlings; era un libro para adultos, que gano el premio Pulitzer de 1938. De alguna forma mi madre, que lo había leído, pensó que ese libro me iba a gustar; y ella tuvo razón totalmente. Para mí fue como entrar en otro mundo; yo quería parecerme a los personajes, jugaba a ser ellos. Durante muchos años yo no lo había vuelto a leer y alguien me pidió que escribiera un artículo para una revista sobre un libro que me hubiera impactado de niña; volví a leerlo años después y lo que me asombró es cómo me había afectado este libro a la forma en que yo escribía. Era casi vergonzoso. Espero que nadie se haya dado cuenta.
Katherine Paterson
Durante mi juventud, cuando llegué a París, 1953, para subsistir trabajé en lo que pude: recolectar en las casas papeles de diarios para venderlos por kilos, durante el invierno empaquetar supositorios contra la gripe o salir a vender dibujos en las terrazas de los cafés. Tuve la oportunidad de trabajar con un grupo de música folclórica latinoamericano “Los Guaranís” bailando bailecito y carnavalito, disfrazado de indio peruano. Los acompañé durante su gira por Grecia. Cierta noche, después de la función, se me acercó un hombre pequeño, gordo, de ojos abultados, elegante, con aliento a vino blanco. Me dijo: “Me presento, soy una reencarnación de Esopo, y tengo un mensaje para usted.” Al verme retroceder, poseído por el disgusto de tener que lidiar con un loco, murmuró: ” Haga un esfuerzo, joven, le traigo un regalo. Venza su desconfianza y escuche a un antiguo campesino…” Su cuerpo pareció estirarse, cambió la expresión de su cara, su voz se hizo ruda y emotiva:
“Trabajo la tierra desde que sale el sol hasta que se pone. Los bueyes que arrastran el arado llevan la misma vida que yo padezco. Nos desgastamos mucho, comemos poco, hacemos fructificar una tierra que no es nuestra. Apenas tengo un momento libre, lo empleo en extender redes, y así, de vez en cuando, puedo gozar del sabor de una perdiz. Ayer tuve la sorpresa de ver un águila prisionera en mi trampa. ¡Qué dignidad de mirada: ahí estaba, decidida a no rogar, esperando la muerte, inmutable! Sentí tal respeto por su belleza que fui incapaz de enjaularla. ¡La dejé libre! Subió como una flecha hacia el centro del cielo y desapareció entre las nubes. ¡Confieso que le tuve envidia! Hoy, como de costumbre, me senté a masticar un pedazo de pan duro a la sombra de un viejo muro. Vi un punto negro en el cielo que se acercaba a mí con velocidad sospechosa. ¡Era el águila! Antes de que pudiera levantarme, extendió sus garras. “¡Pájaro maldito, ingrato, has venido a sacarme los ojos!” Se me echó encima. Cubrí mi rostro con los brazos. El animal, graznando terroríficamente, se apoderó del pañuelo que yo llevaba atado a la frente y huyó a ras de tierra, levantando con su aleteo potente nubes de polvo. Furioso por este robo, lo perseguí agitando mi cayado. Pronto el pájaro vil y cobarde, soltó el pañuelo. Mientras lo volvía a amarrar en mi cabeza no cesé de insultar: “¡Sinvergüenza, traidor, hipócrita, ni eres noble ni valiente! ¡Atacas a quien te concedió la libertad!” Un ruido atronador vino a sacarme de mi cólera. Fui envuelto en una gran polvareda. ¡El muro en cuya sombra yo reposaba, se había derrumbado! ¡Si el águila no me saca de ahí, habría muerto aplastado! ¡Claro, el ave no hablaba mi idioma y yo era incapaz de entender el suyo! Me mordí la lengua, rojo de vergüenza. Me estaba ayudando , y yo, por ignorancia, había maldecido a mi benefactor.”
Terminada su historia, el extraño señor volvió a ser él mismo. Murmuró: “El mundo te devuelve aquello que le haces”, hizo una reverencia y se fue.
Jodorowsky
¿Cómo saben estos gansos cuándo es el momento de volar hacia el sol? ¿Quién les anuncia las estaciones? ¿Cómo sabemos los seres humanos cuándo es el momento de hacer otra cosa? ¿Cómo sabemos cuándo ponernos en marcha? Seguro que a nosotros nos ocurre igual que a las aves migratorias; hay una voz interior, si estamos dispuestos a escucharla, que nos dice con toda certeza cuándo adentrarnos en lo desconocido.
Elizabeth Kubler Ross
«Me senté por ahí y lloré. El agua sucia, abajo, me tentaba constantemente. ¿Para qué sufrir? El s*ui*ci*d*io seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de sus rascacielos, de sus acorazados, de sus tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría, sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla.
La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede liberarse con la muerte, que sería así, una especie de despertar. ¿Pero despertar a qué? Esa irresolución de arrojarse a la nada absoluta y eterna me ha detenido en todos los proyectos de su*i*ci*dio. A pesar de todo, el hombre tiene tanto apego a lo que existe, que prefiere finalmente soportar su imperfección y el dolor que causa su fealdad, antes que aniquilar la fantasmagoría con un acto de propia voluntad. Y suele resultar, también, que cuando hemos llegado hasta ese borde de la desesperación que precede al su*ici*dio, por haber agotado el inventario de todo lo que es malo y haber llegado al punto en que el mal es insuperable, cualquier elemento bueno, por pequeño que sea, adquiere un desproporcionado valor, termina por hacerse decisivo y nos aferramos a él como nos agarraríamos desesperadamente de cualquier hierba ante el peligro de rodar en un abismo».
Ernesto Sábato
¿Olvidarás las horas felices que enterramos
En las dulces alcobas del amor,
Hacinando sobre sus fríos cadáveres
Los ecos efímeros de una hoja y una flor?
Flores dónde la alegría cayó,
Y hojas dónde aún habita la esperanza.
¿Olvidarás a los muertos, al pasado?
Todavía no son fantasmas que puedan vengarse;
Recuerdos que hacen del corazón su tumba,
Lamentos que se deslizan sobre la penumbra,
Susurrando con horribles voces
Que la felicidad sentida se convierte en dolor.
Percy Shelley
“Son muy pocas las horas libres que nos deja el trabajo. Apenas un rápido desayuno que solemos tomar pensando ya en los problemas de la oficina, porque de tal modo nos vivimos como productores que nos estamos volviendo incapaces de detenernos ante una taza de café en las mañanas, o de unos mates compartidos. Y la vuelta a la casa, la hora de reunirnos con los amigos o la familia, o de estar en silencio como la naturaleza a esa misteriosa hora del atardecer que recuerda los cuadros de Millet, ¡tantas veces se nos pierde mirando televisión! Concentrados en algún canal, o haciendo zapping, parece que logramos una belleza o un placer que ya no descubrimos compartiendo un guiso o un vaso de vino o una sopa de caldo humeante que nos vincule a un amigo en una noche cualquiera.
Ahora la humanidad carece de ocios, en buena parte porque nos hemos acostumbrado a medir el tiempo de modo utilitario, en términos de producción. Antes los hombres trabajaban a un nivel más humano, frecuentemente en oficios y artesanías, y mientras lo hacían conversaban entre ellos. Eran más libres que el hombre de hoy que es incapaz de resistirse a la televisión. Ellos podían descansar en las siestas, o jugar a la taba con los amigos. De entonces recuerdo esa frase tan cotidiana en aquellas épocas: “Venga, amigo, vamos a jugar un rato a los naipes, para matar el tiempo, no más”, algo tan inconcebible para nosotros. Momentos en que la gente se reunía a tomar mate, mientras contemplaba el atardecer, sentados en los bancos que las casas solían tener al frente, por el lado de las galerías. Y cuando el sol se hundía en el horizonte, mientras los pájaros terminaban de acomodarse en sus nidos, la tierra hacía un largo silencio y los hombres, ensimismados, parecían preguntarse sobre el sentido de la vida y de la muerte.
Todo niño es un artista que canta, baila, pinta, cuenta historias y construye castillos. Los grandes artistas son personas extrañas que han logrado preservar en el fondo de su alma esa candidez sagrada de la niñez.
El arte es un don que repara el alma de los fracasos y sinsabores. Nos alienta a cumplir la utopía a la que fuimos destinados.
Creo que hay que resistir: éste ha sido mi lema. Pero hoy, cuántas veces me he preguntado cómo encarnar esta palabra. Antes, cuando la vida era menos dura, yo hubiera entendido por resistir un acto heroico, como negarse a seguir embarcado en este tren que nos impulsa a la locura y al infortunio. ¿Se le puede pedir a la gente del vértigo que se rebele? ¿Puede pedirse a los hombres y a las mujeres de mi país que se nieguen a pertenecer a este capitalismo salvaje si ellos mantienen a sus hijos, a sus padres? Si ellos cargan con esa responsabilidad, ¿cómo habrían de abandonar esa vida?
En esta tarea lo primordial es negarse a asfixiar cuanto de vida podamos alumbrar. Defender, como lo han hecho heroicamente los pueblos ocupados, la tradición que nos dice cuánto de sagrado tiene el hombre. No permitir que se nos desperdicie la gracia de los pequeños momentos de libertad que podemos gozar: una mesa compartida con gente que queremos, unas criaturas a las que demos amparo, una caminata entre los árboles, la gratitud de un abrazo. Un acto de arrojo como saltar de una casa en llamas. Estos no son hechos racionales, pero no es importante que lo sean, nos salvaremos por los afectos”.