jueves, 21 de diciembre de 2023

Patrick Modiano

 


En últimas, ¿a qué distancia exacta se encuentra un novelista? Al margen de la vida para poder describirla, porque si estuviera totalmente inmerso en ella -en la acción- tendría una imagen confusa. Pero esta corta distancia no impide la cercanía con sus personajes y lo que le inspiró en la vida real. Flaubert dijo: «Madame Bovary, c’est moi «. Y Tolstoi se identificó de inmediato con la que tuvo que arrojarse bajo un tren una noche en una estación rusa. Y dicha donación-identificación fue tan lejos que Tolstoi estaba confundido con el cielo y el paisaje que describió y absorbió a ritmo aún más ligero que el pestañeo de Anna Karenina. Esta segunda condición es la opuesta al narcisismo, ya que requiere tanto un olvido de sí mismo como una concentración muy alta, que nos permita captar los detalles. Eso también implica una cierta soledad. No es un repliegue sobre sí mismo, pero sí cierta perspectiva de atención y lucidez.

Siempre he creído que el poeta y el novelista personificaron seres misteriosos casi abrumados por la vida diaria, por las cosas aparentemente triviales -y esto a fuerza de observar con gran atención y de manera casi hipnótica-. Bajo su mirada, la vida termina envuelta en el misterio y emite una especie de fosforescencia que no parecía tener a primera vista, pero que estaba escondida en la profundidad. Es el papel del poeta y novelista, y del pintor también, dar a conocer este misterio y la fosforescencia que se encuentran en la parte oculta de cada persona. Pienso en mi primo lejano, el pintor Amedeo Modigliani, cuyas pinturas más conmovedoras son aquellas en las que él eligió como modelos a sujetos anónimos, niños y niñas de la calle, mucamas, pequeños agricultores, jóvenes aprendices. Él los pintó con un estilo que recuerda la gran tradición de la Toscana, la de Botticelli y pintores sieneses del Quattrocento.

Les dio también -o más bien dio a conocer- toda la gracia y la nobleza que había en ellos, pese a su humilde apariencia. El trabajo del novelista debe avanzar en esta dirección. Su imaginación, lejos de ser distorsión de la realidad, debe penetrar profundamente y revelar esta realidad para detectar lo que se esconde detrás de las apariencias. Y yo no estaría muy lejos de creer que en el mejor de los casos el novelista es una especie de luz. Y también un sismógrafo, listo para grabar los movimientos más imperceptibles.

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