“Mi madre, pobre pececillo,
deseosa de ser feliz, apaleada dos o tres veces por
semana, diciéndome que fuera feliz: “¡Henry, ¡sonríe!
¿por qué no sonríes nunca?”
y entonces sonreía ella, para enseñarme,
y era la sonrisa más triste que he visto nunca".
Charles Bukowski
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