martes, 5 de diciembre de 2023

Stefano Mancuso

 


Los efectos del desastre de Chernóbil fueron tan devastadores que todavía hoy, más de treinta años después del accidente, apenas tenemos una vaga idea de sus consecuencias y del tiempo que deberá transcurrir para que todo vuelva a la normalidad. Naturalmente, durante los días posteriores a la explosión las plantas también quedaron expuestas a la fuga radiactiva, y para ellas las consecuencias también fueron catastróficas. Se calcula que, en las primeras semanas, entre el 60 y el 70 % de los isótopos radiactivos liberados al medio ambiente se depositaron sobre las plantas de los bosques circundantes. Una parte considerable de estos bosques, incluidos en la zona de exclusión y formados sobre todo por pinos silvestres, murió de inmediato, adoptando un color rojizo y dando pie al fenómeno que desde entonces se conoce como «bosque rojo». En 2011, la fuga radiactiva de Fukushima provocó el mismo fenómeno. Pasados los dramáticos efectos de la primera exposición a dosis tan elevadas de radiactividad, las plantas hallaron el modo de sobrevivir y adaptarse a esas condiciones aparentemente incompatibles con la vida. Lo ocurrido en la zona de exclusión roza lo increíble. Ese espacio inaccesible al ser humano es hoy en día uno de los territorios con mayor biodiversidad de la antigua Unión Soviética. Se diría que el hombre es más nocivo que la radiación. Y es que la supresión de la actividad humana en esa zona ha creado, de forma involuntaria, una enorme reserva natural. A pesar de la radiación, las plantas y los animales han regresado allí en número y variedad mucho mayores que en el pasado. Actualmente, en la zona de exclusión podemos encontrar linces, mapaches, corzos, lobos, caballos de Przewalski, varias especies de aves, alces, zorros rojos, tejones, comadrejas, liebres, ardillas y hasta osos pardos, que llevaban más de un siglo desaparecidos. ¿Y las plantas? Como era de esperar, se las han apañado mejor incluso que los animales. La ciudad de Prípiat, dentro de la zona prohibida, se alzaba a tres kilómetros del reactor que estalló. Era una ciudad de unos cincuenta mil habitantes y en ella vivían la mayoría de los empleados de la central. Después del accidente, fue evacuada.10 Hace poco, tuve la oportunidad de ver un detallado reportaje fotográfico sobre el estado de la ciudad hoy en día. Son imágenes que lo dejan a uno atónito: treinta años después del desastre, Prípiat está cubierta de vegetación. Una especie de Angkor Wat a la ucraniana. Chopos en los tejados de los edificios, abedules en las terrazas, el asfalto resquebrajado por los arbustos, enormes avenidas de seis carriles transformadas en ríos de color verde.

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