Sin embargo, los pensamientos no siempre son una representación adecuada de los acontecimientos reales. Por lo tanto, un ligero cambio en nuestra forma de pensar puede ejercer un gran impacto en nuestra felicidad. Lo sé porque uno de los momentos más felices en mi vida tuvo lugar cuando mi hermoso y clásico Saab quedó completamente destrozado en un accidente. Amaba ese coche. Era un Turbo 900 de color verde y capota beige, y un día en que Nibal lo conducía chocó frontalmente con un camión. Mi juguete desapareció, pero me sentí terriblemente feliz porque los airbags, los cinturones de seguridad y el resto de los elementos de seguridad por los que Saab era conocido funcionaron exactamente como debían, y Nibal salió del coche sin un arañazo. Perdí mi coche, pero ¿y qué? ¡Mi amada esposa salió ilesa! Ahora piensa en esto: si mi coche hubiera quedado destrozado mientras estaba aparcado en algún lugar, sin nadie dentro, yo me habría quedado hecho polvo. Los resultados habrían sido los mismos —un coche destruido y Nibal ilesa—, pero mi experiencia habría sido muy diferente. El hecho en sí mismo era irrelevante. Lo importante era mi forma de mirarlo. Por lo tanto, aquí tenemos la pregunta del millón: si los acontecimientos siguen siendo lo que son, pero cambiar nuestra forma de verlos altera nuestra experiencia, ¿podremos ser felices alterando nuestra forma de pensar? ¡Claro que sí! De hecho, es lo que ocurre constantemente.
Mo Gawdat
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