El trabajo de Ed Diener y Richard Easterlin sobre la correlación entre el bienestar subjetivo y los ingresos sugiere que, en Estados Unidos, el bienestar subjetivo aumenta proporcionalmente a los ingresos, pero solo hasta cierto punto. Sí, suena terrible tener que trabajar en dos sitios diferentes para poder permitirse un apartamento minúsculo y un Honda cascado mientras se devuelven los préstamos por estudios. Pero una vez que tu renta alcanza el ingreso medio anual per cápita —que en Estados Unidos es de setenta mil dólares en la actualidad—, el bienestar subjetivo se estanca. Es cierto que ganar menos puede atenuar tu sensación de bienestar, pero ganar más no necesariamente te hará más feliz.1 Lo que sugiere que todos los productos caros que los anunciantes nos dicen que son fundamentales para nuestra felicidad —un teléfono móvil mejor, un coche deslumbrante, una casa enorme, un vestuario digno de cierto estatus— en realidad no son tan importantes.
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