Buda no tenía respuesta para el enigma de la creación. En gran parte, el atractivo que ha ejercido sobre millones de personas de todo el mundo durante dos mil quinientos años deriva de esa razonable negativa a intentar responder preguntas para las que no hay respuesta. «¿Es el universo eterno o no lo es, o ambas cosas?». «¿Es el universo espacialmente infinito o no infinito, ambas cosas o ninguna de las dos?». Buda incluía estas preguntas en la lista de catorce interrogantes para los que no tenía respuesta.
«¿Acaso te he dicho alguna vez —preguntaba Buda— ven, sé mi discípulo y te revelaré el principio de las cosas?». «Señor, no lo has hecho». «¿Acaso tú me has dicho alguna vez me convertiré en tu discípulo para que me reveles el comienzo de las cosas?». «Señor, no lo he hecho». Su única finalidad, recordaba Buda a su discípulo, era «la destrucción total del mal». «Así pues —seguía Buda— no tiene importancia que se revele el comienzo de las cosas… por tanto, ¿para qué puede servir que se revele cuál es el comienzo de las cosas?».
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