Tal como la caracterizan sus fundamentalistas, la ciencia es la suprema expresión de la razón. Ellos nos dicen que si hoy gobierna nuestras vidas ha sido gracias a una larga batalla en la que contó con la oposición incesante de la Iglesia, el Estado y toda clase de creencias irracionales. Surgida de la lucha contra la superstición, la ciencia — según nos dicen— se ha convertido en la indagación racional personificada. Ese cuento de hadas oculta una historia más interesante. Los orígenes de la ciencia no radican en la indagación racional, sino en la fe, la magiay el engaño. La ciencia moderna triunfó sobre sus adversarios, pero no por su racionalidad superior, sino porque sus fundadores (allá por el final de la Edad Media y el inicio de la Moderna) se mostraron más hábiles que los demás en el empleo de la retórica y de las artes de la política. Galileo no ganó su campaña en defensa de la astronomía copernicana porque se ajustara a los preceptos del «método científico». Según Feyerabend, se impuso por su capacidad de persuasión y porque escribía en italiano. Escribiendo en italiano y no en latín, Galileo fue capaz de identificar la resistencia a la astronomía copernicana con la desacreditada escolástica de su tiempo y, como consecuencia, conseguir el respaldo de quienes se oponían a las tradiciones de aprendizaje más antiguas: «Copérnico pasa a representar entonces el progreso también en otras áreas; es un símbolo de los ideales de una nueva clase que mira atrás, hacia la época clásica de Platón y Cicerón, y adelante, hacia una sociedad libre y pluralista». Galileo no venció porque contara con los mejores argumentos, sino porque fue capaz de representar la nueva astronomía como parte del advenimiento de una nueva tendencia en la sociedad. Su éxito ilustra una verdad crucial: las reglas metodológicas limitan la práctica de la ciencia y lentifican el crecimiento del saber (cuando no lo frenan por completo): La diferencia entre ciencia y metodología, tan obvia a lo largo de la historia, [...] es un indicio de la debilidad de esta última y quizá también de las «leyes de la razón». [...] Sin caos, no hay conocimiento. Si no se desestima la razón con frecuencia, no hay progreso. Las ideas que hoy en día conforman la base misma de la ciencia existen porque existieron previamente ideas tales como el prejuicio, el engreimiento o la pasión, y porque eran ideas que se oponían a la razón y a las que se dio rienda suelta. De acuerdo con el filósofo de la ciencia más influyente del siglo xx, Karl Popper, una teoría es científica únicamente en la medida en que es falsable y debe ser abandonada tan pronto como quede falsada. Según este criterio, las teorías de Darwin y de Einstein no deberían haber sido nunca aceptadas. Cuando fueron postuladas por primera vez, cada una de ellas presentaba discordancias con parte de la evidencia disponible; no fue hasta más tarde cuando se presentó una nueva evidencia que les sirvió de apoyo crucial. La aplicación de la concepción popperiana del método científico habría liquidado esas teorías en el momento mismo de su nacimiento. Los grandes científicos nunca han estado limitados por las que en la actualidad se consideran las reglas del método científico. Tampoco las filosofías de los fundadores de la ciencia moderna — mágicas y metafísicas, místicas y ocultas— tienen mu32 cho en común con lo que hoy se considera la cosmovisión científica. Galileo se tenía a sí mismo por un defensor de la teología y no por un enemigo de la Iglesia. Las teorías de Newton sentaron las bases de una filosofía mecanicista, pero en su propia mente sus teorías eran inseparables de una concepción religiosa del mundo, entendido como un orden de creación divina. Newton explicaba los casos aparentemente anómalos diciendo que se trataban de vestigios de Dios. Para Tycho Brahe, se trataba de milagros. Johannes Kepler describió las anomalías en la astronomía como reacciones del «alma telúrica». Como señala Feyerabend, las creencias consideradas hoy en día como pertenecientes a la religión, el mito o la magia ocuparon un lugar central en las cosmovisiones de las personas que dieron origen a la ciencia moderna. Tal y como la describen los filósofos, la ciencia es una actividad racional por excelencia. Pero la historia de la ciencia evidencia que los científicos han desobedecido muchas veces las reglas del método científico. El progreso de la ciencia (y no sólo sus orígenes) es un resultado de ese actuar contra la razón.
jueves, 16 de septiembre de 2021
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