no sabía que nacer loca,
abrir los terrones
pudiera desencadenar una tormenta
abrir los terrones
pudiera desencadenar una tormenta
Se trata de la imagen sórdida y angustiante del manicomio: durante veinte años ése fue el espacio en el que habitó con mayor frecuencia. Ni su matrimonio, ni sus tres hijas, ni sus relaciones amorosas posteriores, evitaron el horror de los tratamientos psiquiátricos, o los más de veinte electrochoques, o los larguísimos periodos de internación; pero tampoco minaron su fe en la capacidad liberadora de las palabras. El encierro en la “normalidad” le resultaba más intolerable que el encierro en el manicomio. “No soy una mujer domesticable”, escribió en alguno de sus aforismos.
Recibió el Premio Vareggio en 1996, el Premio Librex-Guggenheim «Eugenio Montale» en 1992, el Premio Procida-Elsa Morante en 1997, y Dario Fo impulsó su candidatura al Nobel.
Sin embargo, ni los premios ni el reconocimiento del mundo literario evitaron que terminara sus días casi en la indigencia, compartiendo el dinero que ganaba con sus amigos de la zona de Navigli en Milán. “Hay quienes lo necesitan más que yo”, decía.
Murió el 1 de noviembre de 2009. Se dice que sobre su ataúd fueron colocados una rosa roja, una cajetilla de cigarros, la foto de su primer esposo y unos pocos euros reservados a Caronte para que la transportara a la otra ribera.
Yo estoy segura de que nada más sofocará mi rima,
el silencio lo he tenido encerrado años en la garganta
como una trampa de sacrificio,
ha pues llegado el momento de cantar
las exequias al pasado. [6]
el silencio lo he tenido encerrado años en la garganta
como una trampa de sacrificio,
ha pues llegado el momento de cantar
las exequias al pasado. [6]
Las exequias serán cantadas por la voz ronca de Alda Merini en versos que son a la vez luz y desgarramiento: nunca más el silencio encerrado en la garganta. Ése será para siempre su “delito de vida”.
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