Su práctica establece métodos para el tratamiento de patologías como los trastornos alimentarios y los fóbico-obsesivos. ¿Nuestra sociedad es cada vez más fóbica?
–Sí. Los ataques de pánico están mucho más evolucionados. Se ha creado la ilusión de poder controlarlo todo y, en particular, la salud. Por desgracia, esta ilusión se ha venido abajo, porque la medicina ha fallado en el combate contra ciertas enfermedades. Esto provoca una crisis de confianza sobre el control de ciertas cosas y, cuando esta se pierde, llega el miedo...
–Que es el resorte de los ataques de pánico…
–Así es. Las personas, además, tenemos otra ilusión: que a través de la razón podemos controlar todas las reacciones. Sin embargo, cuanto más intentamos controlar de forma racional el miedo –que es irracional–, más se alimenta. El miedo no pasa por la razón sino que sigue unos mecanismos periféricos mucho más veloces o a través del paleoencéfalo, la parte más primitiva del cerebro. Por eso, si tratamos de inhibir el miedo con la razón, lo alimentamos, es un efecto paradójico.
–Pero una dosis de miedo es útil para sobrevivir. ¿Cómo sabemos cuándo el miedo es sano?
–En un ataque de pánico, primero se activa un miedo sano: una reacción a un estímulo que parte del paleoencéfalo y que es velocísima. Luego llega la reacción de la mente moderna, que busca inhibir esa sensación; y, en ese choque, se crean las emociones. Cuando ese miedo no nos deja avanzar, hay que actuar. Una técnica es la teoría de la “peor fantasía”: el paciente debe aumentar su miedo mentalmente, de forma voluntaria, para así amortiguarlo. Es una paradoja pero funciona.
–En un ataque de pánico, primero se activa un miedo sano: una reacción a un estímulo que parte del paleoencéfalo y que es velocísima. Luego llega la reacción de la mente moderna, que busca inhibir esa sensación; y, en ese choque, se crean las emociones. Cuando ese miedo no nos deja avanzar, hay que actuar. Una técnica es la teoría de la “peor fantasía”: el paciente debe aumentar su miedo mentalmente, de forma voluntaria, para así amortiguarlo. Es una paradoja pero funciona.
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