Una persona es un proceso psíquico al que no domi-
na, o sólo parcialmente. Por eso no puede dar un juicio fi-
nal de sí misma ni de su vida. Para ello tendría que saber
todo lo que la concierne, pero a lo más que llega es a figu-
rarse que lo sabe. En el fondo, uno nunca sabe cómo ha
ocurrido nada. La historia de una persona tiene un co-
mienzo, en cualquier punto del que uno se acuerda, pero
ya entonces era muy complicado. Uno no sabe adonde va
a parar la vida. Por esto el relato no tiene comienzo, y la
meta sólo se puede indicar aproximadamente.
La vida del hombre es un intento arriesgado. Sólo
cuantitativamente se le puede considerar como un fenó-
meno prodigioso. Es tan efímero, tan insuficiente, que es
un milagro que pueda existir algo y desarrollarse. Esto me
impresionó ya cuando era estudiante de medicina, y me
pareció que sería un milagro no morir prematuramente.
La vida se me ha aparecido siempre como una planta
que vive de su rizoma. Su vida propia no es perceptible, se
esconde en el rizoma. Lo que es visible sobre la tierra dura
sólo un verano. Luego se marchita. Es un fenómeno efí-
mero. Si se medita el infinito devenir y perecer de la vida
y de las culturas se recibe la impresión de la nada absolu-
ta; pero yo no he perdido nunca el sentimiento de algo que
vive y permanece bajo el eterno cambio. Lo que se ve es
la flor, y ésta perece. El rizoma permanece.
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