Aunque el promedio de esperanza de vida se ha multiplicado por dos a lo largo de los últimos cien años, es injustificado extrapolar y concluir que podremos doblarla de nuevo hasta los ciento cincuenta años en el presente siglo.
En 1900, la esperanza de vida
global no superaba los cuarenta años porque mucha gente moría joven
debido a la desnutrición, las enfermedades infecciosas y la violencia.
Sin embargo, los que se libraban de las hambrunas, la peste y la guerra
podían vivir hasta bien entrados los setenta y los ochenta, que es el
período de vida normal de Homo sapiens. Contrariamente a lo que
comúnmente se cree, las personas de setenta años no eran consideradas
bichos raros de la naturaleza en siglos anteriores. Galileo Galilei
murió a los setenta y siete años;
Isaac Newton, a
los ochenta y cuatro, y Miguel Ángel vivió hasta la avanzada edad de
ochenta y ocho años, sin ninguna ayuda de antibióticos, vacunas ni
trasplantes de órganos. De hecho, incluso los chimpancés libres viven a
veces hasta los sesenta años.[29] La verdad es que la medicina moderna
no ha prolongado la duración natural de nuestra vida en un solo año. Su
gran logro ha sido salvarnos de la muerte prematura y permitirnos gozar
de los años que nos corresponden. De hecho, aunque superásemos el
cáncer, la diabetes y los demás exterminadores principales, el resultado
sería solo que casi todo el mundo conseguiría vivir hasta los noventa
años, pero no bastaría para alcanzar los ciento cincuenta, por no hablar
ya de los quinientos. Para ello, la medicina necesitará rediseñar las
estructuras y procesos más fundamentales del cuerpo humano, y descubrir
cómo regenerar órganos y tejidos. Y en absoluto está claro que seamos
capaces de hacerlo en el año 2100.
Yuval Noah
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