martes, 25 de marzo de 2025

 «En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la “historia universal”: pero, a fin de cuentas, solo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza, el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer. Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con todo, no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso, cuán sombrío y caduco, cuán estéril y arbitrario es el estado en el que se presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza. Hubo eternidades en las que no existía;

cuando de nuevo se acabe todo para él no habrá sucedido nada, puesto que para ese intelecto no hay ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana.

No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero, si pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire poseída de ese mismo pathos, y se siente el centro volante de este mundo».

El hombre es un animal inteligente que se sobrevalora a sí mismo de forma total y completa. Su razón, lejos de orientarse hacia la verdad, se orienta hacia las pequeñas cosas de la vida. Este texto, poético como pocos en toda la historia de la filosofía y, quizá, el inicio más bello de un libro filosófico, fue escrito en 1873 con el título de Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Su autor, Friedrich Nietzsche, contaba a la sazón veintinueve años y era profesor de filología antigua de la Universidad de Basilea.

David Pretch

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