lunes, 31 de marzo de 2025

 



 Haruki Murakami preguntó una vez:

"¿Acaso existe un anhelo humano más triste que desear una segunda oportunidad en algo?"

Y la respuesta es simple: no, no la hay.

Porque nada duele más que querer volver atrás,
pero saber que el tiempo no hace excepciones.
Querer decir lo que callaste.
Corregir el error que te persigue.
Abrazar a quien ya no está.

Pero la vida no pone pausa.
No espera. No regresa.

Solo sigue. Y sigue. Y sigue.

Y un día despiertas y entiendes que lo que perdiste…
se perdió para siempre.

Así que si aún tienes tiempo, úsalo.
Si hay algo que necesitas decir, díselo.
Si hay algo que quieres hacer, hazlo.

Porque cuando el momento se va…
lo único que queda es el anhelo más triste de todos.

 


domingo, 30 de marzo de 2025






 

 A la mente orgullosa y racional, instalada en sus certezas y embriagada de su brillantez, no le cuesta nada ignorar el error y barrer todo debajo de la alfombra. Los filósofos existencialistas, empezando por Søren Kierkegaard, señalaron este modo de vida como «inauténtico». Una persona inauténtica sigue percibiendo las cosas y actuando de formas que su propia experiencia ha demostrado que son falsas. No habla con su propia voz. «¿Ha ocurrido lo que quería? No. Entonces, o bien mi objetivo o bien mi estrategia no eran adecuados. Me quedan todavía cosas por aprender». Esa es la voz de la autenticidad.

«¿Ha ocurrido lo que quería? No. Entonces, el mundo es injusto, y la gente, celosa y demasiado estúpida como para comprender. Es culpa de algo o de alguien». Esa es la voz de lo inauténtico. De ahí no queda mucho para llegar a «tendrían que desaparecer», «hay que hacerles daño» o «hay que destruirlos». Cuando escuchas cosas que resultan de una brutalidad incomprensible, entonces es que este tipo de ideas se ha manifestado.
No puede achacarse nada de esto a la inconsciencia o a la represión.
Cuando un individuo miente, lo sabe. Puede que quiera ignorar las consecuencias de sus acciones, puede que sea incapaz de analizar y articular su
pasado y que así no lo entienda, puede incluso que olvide que ha mentido y no
sea por tanto consciente. Pero en ese preciso instante, cuando cometió cada uno
de los errores en cuestión o cuando obvió cada una de sus responsabilidades, sí a la mente orgullosa y racional, instalada en sus certezas y embriagada de
su brillantez, no le cuesta nada ignorar el error y barrer todo debajo de la
alfombra.
 Alfred Adler sabía que las mentiras eran un caldo de cultivo para las enfermedades. C. G. Jung sabía que sus pacientes estaban aquejados de problemas morales y que estos los causaba la falsedad. Todos estos pensadores, todos ellos estudiosos de las patologías individuales y culturales, llegaron a la
misma conclusión: la mentira pervierte la estructura del Ser. La falsedad corrompe tanto el alma como el Estado, puesto que una forma de corrupción alimenta la otra.
Peterson


 


 

 Cuando éramos niños

los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.

luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era un océano
la muerte solamente
una palabra

ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en los cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.

ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.

Mario Benedetti


 

sábado, 29 de marzo de 2025


 

 Rayo de luz destruye la oscuridad

Verdad flotando en la habitación fugaz
Ella es
Un felino de amor que sale a comerse la ciudad

 


La costumbre de numerar los versículos bíblicos, introducida en 1551 en Ginebra por el impresor Robert Stephanus, también desempeñó un papel importante, pues permitió que la gente recorriera el texto con más facilidad e identificara sus muchas inconsistencias y verdades encontradas. Mientras algunos anabaptistas radicales señalaban que el Génesis aprobaba la poligamia, sus opositores anotaban que en el Nuevo Testamento Jesús la prohibía al decir que el hombre «se adherirá a su mujer» (Marcos 10,7). El divorcio se permite en Deuteronomio, pero no en Mateo.[2323] El libro de los Reyes insta a no pagar impuestos, mientras que el evangelio de Mateo dice que es necesario hacerlo. Muchas otras prácticas y tradiciones santificadas por el tiempo y que el laicado daba por hecho que se encontraban en las Escrituras no aparecían por ningún lado: la autoridad papal, el celibato sacerdotal, la transubstanciación, el bautismo infantil, la canonización de los santos y la imposibilidad de salvarse fuera de la Iglesia católica, entre otras.

Peter Watson

viernes, 28 de marzo de 2025

 



 Cuando debí acudir, sólo supe dudar;

Cuando debí llamar, callé.

Demasiado tiempo persistí en mi camino, solitaria;

Nunca imaginé que fueras a morir.


Nunca preví que fuera a secarse la fuente

Donde uno se refresca y se baña,

Ni supe que existieran en el mundo

Misteriosas frutas que maduran al morir.


Obstinada, siempre busqué en la ruta del sol tu sombra;

Ahora el amor es una palabra, el tiempo un número

Y mis penas chocan contra los ángulos de una tumba.


La muerte, menos indecisa, supo cómo acercarse a ti;

Si ahora piensas en nosotras, tu corazón debe

compadecernos.

Uno se ciega cuando muere una antorcha.


Marguerite Yourcenar


 

 Ateo es una palabra de origen griego. El primer ateo del que la historia nos proporciona noticias fue Anaxágoras de Clazomene (activo c. 480-450 a. C.), quien por su libertad de pensamiento fue acusado de ateísmo, procesado y condenado.[2326] No obstante, Sócrates nos dice que los libros de Anaxágoras podían conseguirse fácilmente en Atenas y que cualquiera podía comprarlos por un dracma, en otras palabras, no se lo consideraba ningún maniático.[2327] También fue acusado de ateísmo el poeta Diágoras de Melos, quien había llegado a la conclusión de que Dios no podía existir si tantos actos de injusticia quedaban impunes.[2328] (Se nos informa además de que Diágoras destruyó una estatua de Hércules y la usó como leña, animando con insolencia al dios a realizar su decimotercer trabajo: cocinar nabos). En las obras de Eurípides encontramos a más de un personaje que niega a los dioses e insiste en que no puede haber verdad en los «miserables cuentos de los poetas».[2329] En la antigua Roma, el librepensamiento era menor que en Atenas. No hay referencias a temas religiosos en la correspondencia privada de Cicerón y los personajes del Satiricón de Petronio se complacen en ridiculizar a los sacerdores que celebran misterios que en realidad no comprenden.[2330] Pero esto es más una muestra de escepticismo que de ateísmo en sentido estricto.

Peter Watson 


 


Pero de vez en cuando pasan cosas extrañas, De vez en cuando los sueños se cumplen, Y el patrón de la vida al completo se ve alterado, De vez en cuando la Luna se hace Azul. 


jueves, 27 de marzo de 2025


 

Ardo en el infierno,
hay una parte de mí que no encaja en ningún lugar,
mientras otra gente encuentra cosas
que hacer
con su tiempo,
sitios a donde ir,
unos con otros,
cosas que decirse
unos a otros.

Yo
ardo en el infierno
en algún lugar, 
aquí no crecen flores.

No soy como
los demás.
Los demás son como
los demás.

Todos son iguales:
toman parte
se agrupan
se arraciman
se les ve
risueños y satisfechos,
y yo
ardo en el infierno.

Mi corazón tiene un millar de años.

No soy como
los demás.

Moriría en sus merenderos
ahogado por sus banderas
aporreado por sus canciones
aborrecido por sus soldados
corneado por su sentido del humor
asesinado por su inquietud.

No soy como
los demás.
Ardo
en el infierno.

el infierno que
yo mismo soy.

Charles Bukowski
-


 

 La desilusión se tiene por un mal; prejuicio infundado. ¿Cómo podríamos descubrir, si no a través de la desilusión, qué era lo que esperábamos y deseábamos? ¿Y en qué radica el conocerse a uno mismo, sino en este descubrimiento? ¿Cómo podríamos, sin la desilusión, comprendernos a nosotros mismos? No deberíamos soportar las desilusiones con un suspiro de resignación, como si la vida fuera mejor sin ellas, deberíamos buscarlas, detectarlas, coleccionarlas. ¿Por qué me desilusiona que el jugador de ajedrez que veneraba en mi juventud muestre ahora todos los signos de la vejez y la decadencia? ¿Qué es lo que aprendo de la desilusión de saber qué poco vale el éxito? Hay quienes necesitan toda una vida para admitir que los padres lo han desilusionado. ¿Qué es, entonces, lo que esperaban de ellos? Los seres que deben vivir toda su vida atormentados por dolores se desilusionan a menudo del comportamiento de los otros, aun de aquellos que no los abandonan y les administran los medicamentos. Lo que hacen y dicen les parece demasiado poco; también demasiado poco lo que sienten. ¿Qué esperaban, entonces?, les pregunto. No pueden describirlo y los deja consternados saber que, por años, han llevado consigo una expectativa que podía convertirse en una desilusión y que ellos mismos no la conocían. Quien en verdad desea saber quién es debe ser un coleccionista incansable, fanático, de desilusiones y la búsqueda de experiencias desilusionantes debe ser para él como una obsesión, la obsesión determinante de su vida, porque ella le haría ver que la desilusión no es un veneno asfixiante y destructivo, sino un bálsamo fresco y tranquilizador que nos abre los ojos sobre nuestro verdadero ser. Y no debería tratarse sólo de desilusiones que afectan a los otros o a las circunstancias: cuando descubrimos la desilusión como camino del autoconocimiento, deseamos con avidez saber cuánto nos desilusionamos a nosotros mismos, por ejemplo, por nuestra falta de valor o de sinceridad, o por los límites terriblemente estrechos del propio sentir, hacer y decir. ¿Qué era entonces lo que esperábamos de nosotros mismos? ¿No tener límites, ser totalmente distintos de lo que somos? Alguno podría tener la esperanza de que, disminuyendo las expectativas, podría volverse más realista, reducirse a un núcleo duro y confiable y estar a salvo del dolor de la desilusión. ¿Pero cómo sería llevar una vida que prohibiera toda expectativa ambiciosa; una vida en la que sólo hubiera expectativas banales, como que venga el ómnibus? 

Pascal Mercier

miércoles, 26 de marzo de 2025



 

 Parménides vendría a ser conocido como sofista. Para empezar, este término significa básicamente hombre sabio (sophos) o amante de la sabiduría (philo-sophos), sin embargo el término moderno, filósofo, oculta el carácter práctico de los sofistas en la Grecia antigua. Como señala el estudioso de los clásicos Michael Grant, los sofistas fueron la primera forma de educación superior (en el mundo occidental al menos) al convertirse en maestros que viajaban de un lado a otro impartiendo clases a cambio de unos honorarios. Las materias que enseñaban eran muy variadas, y abarcaban la retórica (de tal forma que sus discípulos pudieran expresarse en las discusiones políticas de la asamblea, una cualidad especialmente admirada en Grecia), la matemática, la lógica, la gramática, la política y la astronomía. Debido a que viajaban por todas partes y tenían muchos estudiantes diferentes en circunstancias también muy diferentes, los sofistas se volvieron expertos en defender puntos de vista distintos y ello hizo que, con el tiempo, la validez de su método fuera puesta en duda. Y su constante insistencia en la diferencia entre physis, la naturaleza, y nomos, las leyes griegas, no les ayudó precisamente. (Les interesaba hacer hincapié en esta distinción porque al contrario de las leyes de la naturaleza, que son por definición inflexibles, las leyes humanas podían ser modificadas por personas con la formación adecuada, esto es, los mismos estudiantes a los que enseñaban y de los cuales dependían sus ingresos). De esta forma, la sofistería, que había empezado siendo el amor de la sabiduría y el conocimiento, pasó a representar «un razonamiento astuto diseñado para poner malos argumentos bajo una buena luz»

Peter Watson 



 

 He who has health, has hope.

And he who has hope, has everything.


—THOMAS CARLYLE, PHILOSOPHER

martes, 25 de marzo de 2025


 

 «En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la “historia universal”: pero, a fin de cuentas, solo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza, el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer. Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con todo, no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso, cuán sombrío y caduco, cuán estéril y arbitrario es el estado en el que se presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza. Hubo eternidades en las que no existía;

cuando de nuevo se acabe todo para él no habrá sucedido nada, puesto que para ese intelecto no hay ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana.

No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero, si pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire poseída de ese mismo pathos, y se siente el centro volante de este mundo».

El hombre es un animal inteligente que se sobrevalora a sí mismo de forma total y completa. Su razón, lejos de orientarse hacia la verdad, se orienta hacia las pequeñas cosas de la vida. Este texto, poético como pocos en toda la historia de la filosofía y, quizá, el inicio más bello de un libro filosófico, fue escrito en 1873 con el título de Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Su autor, Friedrich Nietzsche, contaba a la sazón veintinueve años y era profesor de filología antigua de la Universidad de Basilea.

David Pretch

 


 William Tyndale era un humanista inglés y, al igual que muchos de sus colegas, había acogido con agrado el ascenso de Enrique VIII al trono.[2104] Y cuando el monarca invitó a Erasmo, que entonces se encontraba en Roma, a establecerse en Inglaterra, los humanistas londinenses se animaron aún más. Por desgracia, sus expectativas se vieron defraudadas, y una vez Erasmo llegó a Inglaterra, Enrique perdió todo interés en él y, al menos en un primer momento, pareció más católico que nunca. En la Inglaterra de Enrique no se tenía mucha compasión con los herejes.

En este contexto (de tensión, a ojos de los humanistas) William Tyndale decidió emprender la traducción de la Biblia al inglés. La idea se le había ocurrido por primera vez cuando aún era un estudiante (se formó en Oxford y Cambridge) y tan pronto se ordenó, en 1521, inició su trabajo. «Si Dios me lo permite», dijo a un amigo, «conseguiré un día que el chico que guía el arado conozca mejor las Escrituras que tú».[2105] Dado que hoy la traducción nos parece un asunto inofensivo, quizá nos resulte difícil comprender la trascendencia de lo que Tyndale se proponía hacer, por lo que es importante tener en cuenta un hecho clave: la Iglesia no quería que la lectura del Nuevo Testamento se generalizara. De hecho, el Vaticano se oponía a ello de forma decidida: el acceso a la Biblia estaba reservado al clero, que se hallaba en condiciones de interpretar el mensaje de una forma favorable a los intereses de Roma.[2106] En tales circunstancias, la traducción del Nuevo Testamento a una lengua vernácula se consideraba algo potencialmente peligroso.

Tyndale se topó con una primera pista de los problemas que se avecinaban cuando no consiguió encontrar un impresor dispuesto a poner en letra de molde su manuscrito. Obligado a buscar quien lo hiciera al otro lado del Canal, encontró en un primer momento un editor en Colonia (una ciudad católica); sin embargo, a última hora, cuando el texto de Tyndale ya había sido armado, la noticia llegó a oídos del deán local que se dirigió a las autoridades y consiguió impedir su publicación. Tras descubrir que su propia vida estaba en peligro, Tyndale huyó de la ciudad. Los alemanes, entre tanto, contactaron con el cardenal Wosley en Inglaterra y éste alertó al rey. Enrique le declaró criminal fugitivo y apostó centinelas en todos los puertos ingleses con órdenes de capturarle si le veían.[2107] No obstante, Tyndale sentía verdadera pasión por la que consideraba era la obra de su vida y en 1525 encontró en la protestante Worms otro impresor interesado en publicarla: Peter Schöffer. Seis mil copias del libro, una tirada enorme para la época, se enviaron a Inglaterra. Tyndale, por su parte, era aún un hombre señalado y no se atrevió a establecerse en ningún lugar durante unos cuantos años. Sólo hacia 1529 decidió que era seguro fijar su residencia en Amberes. Fue un error. Su presencia en la ciudad fue advertida por los británicos y, por insistencia del rey Enrique, se le encarceló durante más de un año en el castillo de Vilvorde, cerca de Bruselas. Finalmente, se le juzgó por herejía, se le condenó y se le dio garrote en una ejecución pública. Por último, sus restos fueron quemados en la hoguera para evitar que se convirtiera en mártir.[2108]Con todo, la Biblia de Tyndale sobrevivió. Y aunque Tomás Moro la descalificó por considerarla errada y engañosa, era una buena versión inglesa y sirvió de base para la edición del rey Jacobo de 1611. Tanta popularidad alcanzó el volumen en su momento que las copias que ingresaron clandestinamente a Inglaterra pasaron de mano en mano, y en lo profundo de la campiña inglesa los nobles protestantes llegaron a prestar las suyas «como si se tratara de bibliotecas públicas». La jerarquía católica inglesa hizo cuanto pudo por erradicar esta práctica y, por ejemplo, el obispo de Londres compró cuanta copia encontró para quemarla en la catedral de San Pablo.[2109]

Peter Watson 


 

lunes, 24 de marzo de 2025

 Sabemos que en el antiguo Egipto «abundaban» los doctores, aunque en aquellos tiempos ser médico era fundamentalmente una ocupación teórica (el término técnico era iatrosofista). Esto quiere decir que los médicos tenían muchas teorías sobre cuáles eran las causas de las enfermedades y qué tratamientos eran los más efectivos, pero no realizaban ningún experimento para someter a prueba estas teorías. Era una idea que hasta el momento no se le había ocurrido a nadie. Sin embargo, parece que en Alejandría, al iniciar el siglo III a. C., se permitió que, al menos, dos médicos, Herófilo y Erasístrato, realizaran autopsias a los cuerpos de los criminales, suministrados «de la prisión por el rey». La noticia de los experimentos conmocionó a muchos ciudadanos, pero las disecciones condujeron a tantísimos descubrimientos que «la lengua griega simplemente era incapaz de darle nombre a todos».[809] Ambos deben muchísimo a Aristóteles, el hombre que, junto a los estoicos, había conseguido la secularización del cuerpo, la idea de que las «cosas» son «moralmente indiferentes».[810]Herófilo realizó dos avances. El primero fue establecer, en un contexto médico, la cultura de lo pequeño, una valoración de las estructuras más pequeñas del cuerpo. Descubrió la existencia de los nervios, y distinguió con acierto entre nervios motores y sensores, de los ventrículos del cerebro, de la córnea y la retina en el ojo; hizo la primera descripción precisa del hígado, la primera investigación del páncreas, de los ovarios, de las trompas de Falopio y de la matriz, y en el proceso desmitificó el útero y la idea de que en las histéricas éste, de algún modo, se había movido.[811] Su segundo logro fue la matematización del cuerpo, al advertir que había etapas en el desarrollo del embrión, que ciertos malestares eran periódicos (como las fiebres) y proponer una teoría cuantitativa del pulso. Éste, sostenía, variaba según las etapas de la vida, cada una de las cuales tenía su propia «música» o ritmo característico. En primer lugar estaba el pulso pírrico de la infancia (UU), luego el pulso trocaico de la adolescencia (—U), a continuación el espondaico de la madurez (- -) y por último el ritmo yámbico de la vejez (U—). Diseñó una clepsidra portátil para medir el pulso de sus pacientes.[812] Además advirtió cierta geometría de las heridas: las heridas redondas cicatrizan más lentamente que las otras.

Peter Watson 

 


 “Las lágrimas, mientras caían, se bañaban en la luz de la luna y brillaban hermosas como un cristal. Y he visto que mi sombra también derramaba lágrimas. Incluso se veía, nítida, la sombra de las lágrimas. Señor “pájaro-que-da-cuerda”. ¿has visto alguna vez la sombra de una lágrima? La sombra de las lágrimas no es una sombra cualquiera. Es muy distinta. Viene de un mundo lejano especialmente para nuestros corazones. O tal vez no. Quizá las lágrimas que derrama la sombra son las auténticas y las que derramo yo son sólo la sombra. Lo he pensado entonces.” 


Haruki Murakami


 

viernes, 21 de marzo de 2025

 <Quienes tienen dominio sobre la palabra adecuada no ofenden a nadie. Y no obstante, dicen la verdad. 

Sus palabras son claras pero nunca violentas… Nunca se dejan humillar, y nunca humillan a nadie.>> El Buda


 

 Cuando Aristóteles murió en el año 332 a. C., dejó una considerable biblioteca personal. Para ayudarse en sus estudios, había reunido tantos títulos que, citando a Estrabón el geógrafo, «fue el primero que reunió una colección de libros y quien enseñó a los reyes en Egipto cómo ordenar una biblioteca».[891] Más tarde, debido a los «avatares de las herencias», la biblioteca de Aristóteles terminó en manos de una familia que vivía en Pérgamo, que «tuvo que esconderla bajo tierra para impedir que fuera confiscada por el rey».[892] La familia vendió luego los libros a Apelicón, un bibliófilo que se los llevó a Atenas. Luego, en 86 a. C., el dictador romano Sila invadió Ática, saqueó Atenas y, tras la muerte de Apelicón, ocurrida poco tiempo después, se apoderó de los libros y los envió a Roma. Sila sabía lo que estaba haciendo: la biblioteca incluía obras de Aristóteles y de Teofrasto, su sucesor, que no era posible encontrar en ningún otro lugar. Los libros estaban en un estado terrible, empapados debido a la humedad y comidos por los gusanos, pero en todo caso era posible leerlos, copiarlos y, de esta forma, preservarlos.[893]La reverencia que Roma sentía por el estilo de vida griego, por su pensamiento y sus logros artísticos, constituyó una de las ideas dominantes de la larga era que abarcó su imperio. Cuando hoy en día hablamos de «los clásicos», nos referimos, la mayoría de las veces, a la literatura de Grecia y Roma. Sin embargo, fueron los romanos los que inventaron la noción misma de los clásicos, la idea de que es importante conservar y aprovechar lo mejor que ha sido pensado y escrito en el pasado. Esta afinidad, no obstante, no debe hacernos pasar por alto la verdadera diferencia entre griegos y romanos en el ámbito de las ideas. Mientras los griegos se interesaron por las ideas en sí mismas casi de forma ociosa e indagaron la relación entre el hombre y los dioses, los romanos estaban mucho más preocupados por las relaciones entre el hombre y el hombre y en la utilitas, la utilidad de las ideas, el poder que otorgan a las cosas. Como señaló Matthew Arnold, «la fuerza de los clásicos latinos reside en su carácter, la de los griegos en su belleza»

Peter Watson 

jueves, 20 de marzo de 2025


 

 "Ya no me peleo con nadie, no hay nadie que me pueda sacar de quicio. Mi locura es incurable; estaré loco el resto de la eternidad, la muerte ya no tiene nada que ver conmigo porque, aunque parezca que soy de este mundo, de hecho, estoy muerto desde hace tiempo...


Me he fusionado conmigo mismo mucho antes de irme al otro barrio, he forrado el infinito con Lao Tse, antes de que llegase la hora me he igualado con mi partícula de polvo, y es que desde la infancia me he bautizado con agua bendita, toda el agua es bendita porque está en los lugares que la gente evita.
Desde pequeño me ha gustado oler la tierra, desde pequeño he entendido la germinación mística, desde pequeño he amado el aire, cerrando los ojos me siento como si alguien de un mundo superior me acariciase con una perfumada cabellera femenina..."

 "Quién soy yo"
 - Bohumil Hrabal


 

 


miércoles, 19 de marzo de 2025


 

 Me costó mucho aprender a leer. No me parecía lógico que la letra m se llamara eme , y sin embargo con la vocal siguiente no se dijera emea sino ma . Me era imposible leer así. Por fin, cuando llegué al Montessori la maestra no me enseñó los nombres sino los sonidos de las consonantes. Así pude leer el primer libro que encontré en un arcón polvoriento del depósito de la casa. Estaba descosido e incompleto, pero me absorbió de un modo tan intenso que el novio de Sara soltó al pasar una premonición aterradora: ‹iCarajo!, este niño va a ser escritor».

    Dicho por él, que vivía de escribir, me causó una gran impresión. Pasaron varios años antes de saber que el libro era Las mil y una noches . El cuento que más me gustó -uno de los más cortos y el más sencillo que he leído- siguió pareciéndome el mejor por el resto de mi vida, aunque ahora no estoy seguro de que fuera allí donde lo leí, ni nadie ha podido aclarármelo. El cuento es éste: un pescador prometió a una vecina regalarle el primer pescado que sacara si le prestaba un plomo para su atarraya, y cuando la mujer abrió el pescado para freírlo tenía dentro un diamante del tamaño de una almendra.

García Márquez


 

 «Mientras Pedro y Pablo habían vivido en la pobreza, los papas de los siglos XV y XVI vivían como emperadores romanos». Según un cálculo realizado por el parlamento, en 1502 la Iglesia católica poseía el 75 por 100 de todo el dinero que había en Francia.[2052] Veinte años después, en Alemania, la dieta de Nuremberg calculó que la Iglesia acumulaba el 50 por 100 de toda la riqueza del país. Semejante fortuna conllevaba ciertos «privilegios». En Inglaterra, los sacerdotes acostumbraban hacer proposiciones a las mujeres que entraban en el confesionario, a las que ofrecían la absolución a cambio de sexo.[2053] William Manchester menciona una estadística según la cual en Norfolk, Ripton y Lambeth, el 23 por 100 de los hombres acusados de delitos sexuales contra mujeres eran clérigos, pese a que éstos constituían menos del 2 por 100 de la población. Al abad de San Albano se le acusó de «simonía, usura y malversación y de vivir públicamente y de manera constante en compañía de prostitutas y amantes dentro del recinto del monasterio». La forma de corrupción más difundida era la venta de indulgencias. Existía entonces una clase especial de funcionarios eclesiásticos, los quaestiarii o perdonadores, a los que el papa había autorizado a distribuir indulgencias. Ya en 1450, Thomas Gascoigne, canciller de la Universidad de Oxford, comentaba que «en la actualidad los pecadores dicen: “No me importa cuántas maldades cometo a los ojos de Dios, pues puedo fácilmente obtener una remisión plenaria de todas mis culpas y penas a través de la absolución e indulgencia que me concede el papa, concesión por escrito que puedo comprar por cuatro o seis peniques”». Estaba exagerando: según otros testimonios era posible comprar indulgencias a dos peniques o, en ocasiones, cambiarlas «por un trago de vino o de cerveza… o incluso por los servicios de una prostituta o por amor carnal». John Colet, deán de la catedral de San Pablo a principios del siglo XVI, no fue el único que se quejó de que la conducta de los quaestiarii, y de la jerarquía que los respaldaba, había deformado la Iglesia, que se había convertido en una mera «máquina de hacer dinero».[2054]El punto de inflexión se alcanzó en 1476, cuando el papa Sixto IV declaró que las indulgencias también podían concederse «a las almas que sufrían en el purgatorio». Este «fraude celestial», como lo califica William Manchester, tuvo éxito de inmediato: con tal de socorrer a sus parientes ya muertos, los campesinos eran capaces de hacer pasar hambre a sus familias.[2055] Entre los que aprovecharon la situación con verdadero cinismo se encontraba Juan Tetzel, un fraile dominico que creó su propio espectáculo ambulante. «Viajaba de aldea en aldea con un cofre con herrajes metálicos, una bolsa de recibos impresos y una cruz enorme envuelta en la bandera papal. Las campanas de las iglesias repicaban para marcar su llegada a la ciudad… Instalado en la nave de la iglesia loca, Tetzel empezaba a anunciarse proclamando: “Tengo aquí los pasaportes… que conducen a las almas de los hombres a la dicha del paraíso celestial”. El precio era una ganga, insistía, especialmente teniendo en cuenta las alternativas; y apelaba a la conciencia de quienes le escuchaban para que no dejaran de ayudar a los parientes que se habían ido a la tumba sin confesarse: “Tan pronto la moneda suene en el cofre, el alma por la que fue pagada saldrá volando del purgatorio e irá directa al cielo”».[2056] En su peor momento, Tetzel escribió cartas en las que se prometía a los crédulos compradores que incluso los pecados que tenían la intención de cometer les serían perdonados.

Había ido demasiado lejos. La historia tradicional sostiene que las extravagancias y exageraciones de Tetzel provocaron la indignación de un sacerdote que, además, era profesor de filosofía en Wittenberg, al norte de Leipzig, en Alemania: Martín Lutero. Sin embargo, Diarmaid MacCulloch, profesor de historia de la Iglesia en la Universidad de Oxford, ha llamado la atención recientemente sobre varios otros procesos dentro del catolicismo que crearon el marco para las acciones de Lutero. 

Peter Watson 

martes, 18 de marzo de 2025




 

 Todos estamos solos, nacimos solos, morimos solos, y, a pesar de las revistas True Romance, todos algún día miraremos hacia atrás en nuestras vidas y veremos que, a pesar de nuestra compañía, estuvimos solos todo el camino. No digo solitario, al menos, no todo el tiempo, pero esencialmente, y finalmente, solo. Esto es lo que hace que tu respeto a ti mismo sea tan importante, y no veo cómo puedes respetarte a ti mismo si debes mirar en los corazones y en la mente de los demás para tu felicidad.

-Hunter Thompson-


 

Más recientemente, en psiquiatría, ha hecho falta que pasasen más de veinte años para que el Gobierno estadounidense reconociera la eficacia del litio en el tratamiento de la afección maníaco-depresiva.* Como no se trata más que de una <<sal mineral natural>> sin beneficios conocidos para el sistema nervioso central y como no se comprendía su mecanismo de acción, el uso del litio se enfrentó a una considerable resistencia en los medios psiquiátricos convencionales. Otro ejemplo todavía más reciente, el descubrimiento, a principios de la década de 1980, de que las úlceras de estómago podían estar causadas por una bacteria –H. Pylori- y ser tratadas mediante antibióticos fue ridiculizado en todos los congresos científicos hasta que finalmente se aceptó, al cabo de más de diez años.

David Servan


lunes, 17 de marzo de 2025

 



 Aunque el promedio de esperanza de vida se ha multiplicado por dos a lo largo de los últimos cien años, es injustificado extrapolar y concluir que podremos doblarla de nuevo hasta los ciento cincuenta años en el presente siglo.

En 1900, la esperanza de vida global no superaba los cuarenta años porque mucha gente moría joven debido a la desnutrición, las enfermedades infecciosas y la violencia. Sin embargo, los que se libraban de las hambrunas, la peste y la guerra podían vivir hasta bien entrados los setenta y los ochenta, que es el período de vida normal de Homo sapiens. Contrariamente a lo que comúnmente se cree, las personas de setenta años no eran consideradas bichos raros de la naturaleza en siglos anteriores. Galileo Galilei murió a los setenta y siete años;
Isaac Newton, a los ochenta y cuatro, y Miguel Ángel vivió hasta la avanzada edad de ochenta y ocho años, sin ninguna ayuda de antibióticos, vacunas ni trasplantes de órganos. De hecho, incluso los chimpancés libres viven a veces hasta los sesenta años.[29] La verdad es que la medicina moderna no ha prolongado la duración natural de nuestra vida en un solo año. Su gran logro ha sido salvarnos de la muerte prematura y permitirnos gozar de los años que nos corresponden. De hecho, aunque superásemos el cáncer, la diabetes y los demás exterminadores principales, el resultado sería solo que casi todo el mundo conseguiría vivir hasta los noventa años, pero no bastaría para alcanzar los ciento cincuenta, por no hablar ya de los quinientos. Para ello, la medicina necesitará rediseñar las estructuras y procesos más fundamentales del cuerpo humano, y descubrir cómo regenerar órganos y tejidos. Y en absoluto está claro que seamos capaces de hacerlo en el año 2100.
Yuval Noah 



 

 La gran ironía fue que la deformación que había experimentado la Iglesia católica y había llevado a tantos creyentes a distanciarse de la fe de sus ancestros siguió prosperando. Destacados miembros del clero católico continuaron llevando la misma vida de lujo, derroche y disolución. Los obispos siguieron desatendiendo las necesidades de sus diócesis y en el Vaticano no dejó de imperar el nepotismo. Los pontífices de la época se negaron a ver estos problemas y emprendieron una virulenta represión de toda disensión. Se necesitó todo un bosque para proporcionar papel a las distintas bulas que se dedicaron a condenar los distintos aspectos del protestantismo.[2099] Como anota William Manchester: «Una comisión de seis cardenales se encargaba de suprimir con rigor toda desviación de la fe católica, y se sometió a los intelectuales a un cuidadoso escrutinio… El arzobispo de Toledo fue condenado a pasar diecisiete años en un calabozo por haber manifestado abiertamente su admiración por Erasmo». En Francia, la simple posesión de literatura protestante se consideraba una felonía, y la divulgación de ideas heréticas conducía a la hoguera. Denunciar herejes podía ser una actividad muy lucrativa, ya que los informantes recibían una tercera parte del patrimonio de los condenados. Al tribunal se lo conocía como la chambre ardente.

Peter Watson 

domingo, 16 de marzo de 2025


 

 



 Muchos placeres de la existencia no requieren esfuerzo alguno: saborear un  helado, satisfacer una pulsión sexual, concentrarse en el espectáculo de una buena serie de televisión. Otros exigen más: dominar un arte, iniciarse en el aprendizaje de conocimientos nuevos o practicar un deporte con rigor. Aunque los placeres varían en intensidad, todos son igual de efímeros. Si no lo alimentamos continuamente con estímulos externos, el placer se agota a medida que disfrutamos de él. Una buena comida proporciona cierto placer, pero este disminuye a medida que nuestro estómago se llena, y, una vez saciados, los manjares más refinados nos dejan indiferentes. Cuando determinadas circunstancias (falta de dinero, enfermedad, pérdida de libertad) nos alejan de esa búsqueda insatisfecha del placer, nos sentimos aún más infelices, como «faltos de algo». El placer, por último, no está relacionado con la moral: el tirano o el pervertido disfrutan torturando, asesinando, haciendo sufrir a los demás. Por su fugacidad, su voracidad y su indefinición moral, el placer no ha de ser lo único que guíe nuestras vidas. Sabemos, por experiencia propia, que la búsqueda exclusiva de los placeres fáciles e inmediatos nos acarrea desilusiones, que la búsqueda de la diversión y de los placeres sensoriales no nos procura jamás una satisfacción plena y total. Por ello, algunos filósofos de la Antigüedad –como Espeusipo, sobrino y sucesor de Platón en la Academia– condenaban la búsqueda del placer, y algunos filósofos cínicos creían que el único remedio al sufrimiento era huir de cualquier placer: puesto que este puede llevarnos a la perdición y hacernos infelices, evitemos seguir nuestra inclinación natural, evitemos buscarlo a todo precio. 

Aristóteles refuta de manera radical esa concepción del placer, y empieza por destacar que dicha crítica se refiere únicamente a los placeres sensoriales: «Los placeres corporales han acaparado la herencia del nombre de placer, pues hacia ellos dirigimos con más frecuencia nuestra carrera en su búsqueda, común a todo el mundo, y, por ello, por sernos los más familiares, creemos que son los únicos que existen».4 Ahora bien, muchos placeres no son corporales: el amor y la amistad, el conocimiento, la contemplación, la justicia o la compasión. Retomando el adagio de Heráclito, según el cual «los asnos prefieren la paja al oro», Aristóteles nos recuerda que el placer depende de la naturaleza de cada cual, y ello lo lleva a interrogarse sobre la especificidad de la naturaleza humana. El hombre es el único ser viviente dotado de un noos, término griego que se traduce generalmente por «intelecto», y que yo traduciría por «espíritu», pues para Aristóteles no significa sólo la inteligencia o la razón en el sentido moderno del término, sino el principio divino que se halla en todo ser humano. Aristóteles concluye así que el mayor placer para el hombre reside, pues, en la experiencia de la contemplación, fuente de la felicidad más perfecta: «Puesto que el espíritu es un atributo divino, una existencia en consonancia con el espíritu será, respecto de la vida humana, auténticamente divina. No debemos hacer caso a quienes aconsejan al hombre, con el pretexto de que es hombre, que sólo sueñe con cosas humanas, y, con el pretexto de que es mortal, que se limite a las cosas mortales. Hagamos lo posible, 18 por el contrario, para volvernos inmortales y vivir conforme a la parte más excelente de nosotros mismos, pues el principio divino, por débil que sea en sus dimensiones, vence a cualquier otra cosa por su poder y su valor. […] Lo propio del hombre es, pues, la vida del espíritu, puesto que el espíritu constituye esencialmente al hombre. Una vida así es también perfectamente feliz.

Frederic Lenoir

 La censura de libros fue una necesidad impuesta por el deseo de suprimir las desviaciones. Aunque los libros impresos todavía eran una novedad a mediados del siglo XVI, para Roma ya era claro que éstos constituían el mejor vehículo para que los sediciosos y los herejes divulgaran sus ideas. En la década de 1540, la Iglesia creó una lista de aquellos libros que estaba prohibido leer o poseer. En un principio, se confió a las autoridades locales la tarea de buscar los libros ofensivos, destruirlos y castigar a los infractores. Sin embargo, más adelante, en 1559, el papa Pablo IV publicó la primera lista de libros prohibidos para toda la Iglesia, el Index Expurgatorius, en el que se recogían aquellos que, según decía el papa, amenazaban el alma de cualquiera que los leyera.[2101] Todas las obras de Erasmo se encontraban en la lista (obras que anteriores papas habían leído con fruición), al igual que el Corán, el De revolutionibus de Copérnico (que permanecería en el Index hasta 1758) y el Diálogo de Galileo (prohibido hasta 1822). A la lista de Pablo le seguiría en 1565 el Índice Tridentino, que prohibía casi tres cuartas partes de los libros impresos en Europa. En 1571 se creó una Congregación del Índice para controlar y actualizar la lista. La ley canónica exigía entonces que todo libro autorizado llevara impreso un imprimatur, «que se imprima», y en ocasiones se incluían las palabras nihil obstat, «nada impide», acompañadas del nombre de los censores.[2102] La lista incluía obras científicas y artísticas de inmenso valor, entre ellas, por ejemplo, Gargantúa y Pantagruel de Rabelais.

Con todo, la gente nunca se sometió por completo a las normas del Índice. Los autores cambiaban de ciudad para evitar la censura, como fue el caso de Jean Crespin, que huyó de Francia y se refugió en Ginebra para escribir su influyente obra sobre los mártires hugonotes. Incluso en los países católicos, el Índice no era muy popular. La razón para ello era simple: el comercio de los libros era una nueva tecnología y una nueva oportunidad para hacer negocios. Por ejemplo, en Florencia, el duque Cosimo calculó que si aplicaba las directivas de la Iglesia, el costo de los libros perdidos ascendería a más de cien mil ducados. Su reacción fue típica. Organizó una quema de ejemplares y se deshizo de libros sobre magia, astrología y materias similares, volúmenes cuyo lugar en el Índice era claro pero que no tenían un gran valor en términos comerciales. Además, los representantes locales de la Congregación del Índice con frecuencia se mostraban dispuestos a discutir y llegar a acuerdos y, por ejemplo, se permitió salvar a los libros de medicina judíos, debido a su importancia para el progreso científico. Y así, de un modo u otro, mediante dilaciones o componendas algunos libros fueron eximidos del Índice a nivel local y, al igual que en otros lugares como Francia, en Florencia se consiguió esquivar buena parte de la legislación de manera que los libros prohibidos siguieron circulando en la ciudad más o menos con libertad. En cualquier caso, los impresores protestantes se especializaron en títulos incluidos e el Índice (lo que sólo servía para despertar la curiosidad de la gente), que luego hacían introducir de contrabando en los países católicos. «Sacerdotes, monjes e incluso prelados competían entre sí para comprar copias del Diálogo [de Galileo] en el mercado negro», comentó un observador. «El precio del libro en el mercado negro aumentó de medio escudo original a entre cuatro y seis escudos en toda Italia».[2103]

Peter Watson 


sábado, 15 de marzo de 2025

 



Debido a la precaria salud que padecía desde niño, René Descartes tenía que pasar innumerables horas en cama. Aprovechaba para pensar en filosofía, matemáticas, divagar e incluso se permitía perder el tiempo pensando en las musarañas.

Teniendo su vista perdida en el techo de la estancia fue una mosca a cruzarse en su mirada, cosa que hizo que la siguiera con la vista durante un buen rato, mientras pensaba y se preguntaba si se podría determinar a cada instante la posición que tendría el insecto, por lo que pensó que si se conociese la distancia a dos superficies perpendiculares, en este caso la pared y el techo, se podría saber.

Mientras le daba vueltas a esto se levanto de la cama y agarrando un trozo de papel dibujó sobre él dos rectas perpendiculares: cualquier punto de la hoja quedaba determinado por su distancia a los dos ejes. A estas distancias las llamó coordenadas del punto: acababan de nacer las Coordenadas Cartesianas, y con ellas, la Geometría Analítica.




 

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