En la intimidad estamos entrelazados el uno con el otro; los lazos invisibles que nos unen son cadenas liberadoras. Pero ese estar así entrelazados conlleva un imperioso requerimiento de exclusividad. Compartir es traicionar. Sin embargo, no queremos a una sola persona; nos conectamos con más de uno; no es uno solo quien nos atrae. ¿Qué hacer? ¿Administrar las diversas intimidades? ¿Llevar una contabilidad pedante sobre los temas, las palabras los gestos? ¿Sobre lo que ambos sabemos? ¿Sobre los secretos compartidos? Sería envenenar silenciosa y paulatinamente la amistad.
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