Escribió Bertrand Russell que un optimista es un idiota simpático, mientras que un pesimista no pasa de ser un idiota antipático. Son tiempos, sin duda, para el pesimismo, porque toda una civilización está cayendo y los escombros suelen ir a parar a las espaldas de los mismos. Pero regodearse en el pesimismo es asumir la derrota. El momento histórico reclama oponer al «pesimismo de la inteligencia» el, en palabras de Gramsci, «optimismo de la voluntad». Ser «pesimistas esperanzados» y también «optimistas trágicos» para, con Boaventura de Sousa Santos, «dejar de esperar sin esperanza». Ahí regresa con fuerza la utopía, ese almacén de cosquillas intelectuales de la gente decente.
Juan Carlos Monedero
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