Como amante de la lengua, de las lenguas, de todas las lenguas,
preconizo
que juguemos a sumar y no a restar, que apostemos al alza y no a la baja,
que
defendamos la libertad de las lenguas y sus hablantes,
soñemos
con la igualdad de propósitos y troquemos la fraternidad de los juegos
florales
y
los discursos de artificio y su escenografía caduca e inoperante,
por la justicia de la
implacable erosión semántica,
esa
ilusión que acabaría perfeccionando al hombre en paz.
No
usemos la lengua para la guerra, y menos para la guerra de las lenguas,
sino
para la paz, y sobre todo para la paz entre las lenguas.
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