En 1848; el año en que Karl Marx publicó el primer Manifiesto Comunista, ocurrieron disturbios revolucionarios por toda Europa desde Sicilia hasta Varsovia. En París, la rebelión produjo la caída de la monarquía de Orléans; en Viena, el reaccionario y represor canciller Metternich se vio obligado a huir disfrazado; «como un criminal». Francia y el Imperio Austro-húngaro eran las dos mayores potencias del continente. Europa parecía estar al borde de un abismo. Pero las fuerzas de la reacción ganaron finalmente la partida y su desquite fue aterrador. Fue típica la escena de Dresde descrita por Clara Schumann (esposa del compositor):
«Fusilaron a todo insurgente que caía en sus manos; la dueña de nuestro albergue nos dijo después que su hermano, propietario de “El ciervo de Oro”, de la calle Scheffel, fue obligado a estar presente y mirar cuando los soldados fusilaron uno tras otro a veintiséis estudiantes que encontraron en una sala del local. Se dice que arrojaron hombres a la calle por docenas desde el tercer piso y el cuarto. ¡Es horrible tener que soportar estas cosas! ¡Así es como tienen que luchar los hombres por un poquito de libertad! ¿Cuándo llegará el momento en que todos los hombres tengan los mismos derechos?».
La respuesta que propuso Marx fue el comunismo. La experiencia del siglo XX nos ha enseñado en términos nada inciertos que no funciona. Y, sin embargo, siguen sin respuesta varias de las más perspicaces críticas de Marx al capitalismo; siguen presentes las demandas —urgentes y cruciales en su época— de justicia social que él planteó. La existencia del lujo al lado de una indigencia implacable que puede observarse hoy en Bombay y San Paulo resultaría del todo familiar al Marx que deambulara por las calles del Londres de Dickens. Hasta en los centros neurálgicos de la afluencia del siglo XXI creada por el capitalismo son todavía evidentes sus «contradicciones» en los guetos urbanos de Nueva York y Los Ángeles, en los desiertos económicos del nordeste de Inglaterra y en los barrios bajos de Nápoles. El capitalismo ha llegado a ser la historia mundial de un éxito, pero a un precio. Este precio empezó a ser insoportable en tiempos de Marx.
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