viernes, 18 de octubre de 2013

Haile Gebrselassie



Gebrselassie: “Mi padre creía que no tenía futuro en este deporte”


(*) A los 12 tuvo sus primeras zapatillas y llegó a ser rey de la larga distancia; “Correr es como comer”, afirma
“Correr es como comer: lo necesito. Para mí es sencillo. Tengo que correr porque si paro,  me muero”, repite con frecuencia el etíope Haile Gebrselassie. “La confianza para correr –explica en Informe Robinson, exquisito programa español que narra la vida de las figuras más trascendentes del deporte mundial– viene con los entrenamientos. Si querés mejorar, sobre todo un récord del mundo, en los entrenamientos tenés que ir más rápido”.
El hombre mira fijo y se ríe. El hombre siempre sonríe. El hombre, que en su país es Neftenga (El Emperador o el Jefe), no se destaca por el porte físico. Apenas mide 1,65 metros y pesa 56 kilos. Su cuerpo, fibroso, dista bastante de cualquier atleta convencional. Al menos eso pensaba su padre, que nunca quiso que el menor de sus diez hijos se dedicara al atletismo. Claro, las urgencias en las afueras de Asella, un pueblo agrícola situado a 2430 metros sobre el nivel del mar, pasaban por conseguir el alimento de cada día. Una infancia marcada por la pobreza que aún Haile recuerda con orgullo. Una infancia que forjó a fuego su futuro en las carreras de media y larga distancia porque para él “las carreras cortas –dice– (en referencia a las de 100 a 800 metros) duran muy poco” y prefiere “correr durante mucho tiempo”. Claro, de niño, Haile atravesaba todos los días 10 km de ida y otros 10 de regreso para ir a la escuela. Eso, cuando no llovía y debía cambiar el recorrido que podía aumentar la cuenta a 12 o más. Simples evidencias para concebir a un atleta precoz.
A su estilo devoró y aún devora kilómetros. En su hoja de ruta aparecen, rutinarios y metódicos, unos 220 a la semana repartidos en dos sesiones diarias. A excepción de los domingos, cuando trota por la mañana y se toma la tarde libre. “Hasta los 12 años vivía descalzo. Recién ahí tuve mi primer par de zapatillas”, rememora. Por eso, cree que “en este deporte, para mi padre, no tenía futuro”.
Sin apoyo familiar y a fuerza de resultados, Gebre logró torcer el mandato paterno para emular aMiruts Yifter (etíope ganador de la medalla de oro en los 10.000 metros de los boicoteados Juegos Olímpicos de Moscú 1980), el  ídolo al que seguía en secreto con la radio portátil de su padre. “Quiero ser Miruts Yifter”, puede leerse en ¿Por qué corremos? Las causas científicas del furor de las maratones, de Martín Ambrosio y Alfredo Ves Losada, de imprescindible lectura para todo atleta. Dieciséis años después, en Atlanta 1996, Gebrselassie asestaba su primer golpe olímpico al colgarse las medalla doradas en los 5 y 10 mil metros. En aquellas jornadas, su sonrisa tan característica dejó aflorar las lágrimas. “Mi mejor jornada fue la final de los 10.000 metros de Atlanta 96. Ese día le saqué a Paul Tergat (al igual que en Sydney 2000) una carrera que todos le daban por ganada a él. Fue mi día de mayor gloria, sin duda”, evoca en una entrevista de 2008, con La Nación, en Brasil.
Pasan los años y su estilo sigue intacto. Cinco años después, vuelve a brindarse a una entrevista. Cambia el escenario. Nueva York, con toda su seducción y esplendor, es el lugar de la cita. La presentación global de Energy Boost, la nueva tecnología de Adidas, la excusa perfecta para volver a estar cara a cara con el atleta, con el hombre, padre de cuatro hijos, que sueña con ser presidente de Etiopía.
En la convocatoria de más de doscientos periodistas, Haile es la principal atracción. Cerca de él, Yohan Blake, el velocista jamaicano, fiel a su estirpe, esquiva y trata de salir presuroso de la sala principal del Javits Center. En cambio, Gebrselassie, a cada paso, se detiene a firmar autógrafos, a sacarse fotos. Parece un rockstar. Las consultas no lo molestan. Cada flash es seguido por una sonrisa amable. “Está acostumbrado”, cuenta un asistente. Y agrega: “A cada lugar que va lo siguen sus fans. Sabe que lo suyo es un compromiso y nunca defrauda”.
Es cierto. Basta con ver alguno de los incontables videos que hay en Internet para comprender a este fenómeno. Por caso,  en la previa del maratón de Berlín 2008 mientras sus rivales están tensos, Haile juega con la hija de su manager. Se divierte. Se ríe. Nada lo perturba. Y un puñado de horas después, con 2h3m59s, bate su propio récord mundial (hoy en manos del keniata Patrick Makau con 2h3m38s). ”
A los 40 años, Haile ya no es imbatible. Al menos, los últimos resultados hicieron de esa máquina perfecta a un corredor más terrenal. Su última gran apuesta fue representar a Etiopía en los Juegos Olímpicos de Londres. 2012. Para ello regresó de un breve retiro, tras abandonar en el km 25 de la maratón de Nueva York de 2010. Aspiraba a marcharse del Olimpo con la medalla de oro en los emblemáticos 42.195 metros. Intentó. Luchó contra todo: la edad, los rivales más jóvenes y los dolores físicos. Pero no pudo. Debió ver del otro lado del televisor cómo el ugandés Stephen Kiprotich se imponía en su prueba preferida. “Hice lo que tenía que hacer y no pude estar en Londres. Ya no soy tan rápido como antes –explica, de nuevo con una sonrisa–.  El hombre está cada vez más cerca de bajar las dos horas en el maratón, pero ya no podré ser yo quien lo consiga”, enuncia con un dejo de angustia. Y de nuevo, ese pequeño hombre,  regala ese gesto cordial que lo identifica: una sonrisa. Una sonrisa enorme.
Pasan cinco horas y Haile hace el check out en el  Waldorf Astoria. De nuevo, un gentío lo acorrala. Otra vez, le solicitan fotografías, autógrafos y las preguntas se renuevan. Otra vez, Haile muestra lo más genuino de su embase: la cordialidad para dialogar. Y, por supuesto, una sonrisa que ya es eterna.ß

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